Cántame una nana

Practicamos una serie de ceremonias cuando se acercan elecciones. Las aprendimos sobre la marcha, con los años. No dudamos de la utilidad de un socorrido mecanismo ante situaciones difíciles; se conoce como 'atribución': damos por hecho que gente seria ha comprobado mil veces la utilidad de las ceremonias y de su liturgia. Pero los rituales, también estos que duran varios meses, no persiguen necesariamente (en)cubrir necesidades racionales y complejas de la comunidad devota. Pueden cubrir necesidades de otro tipo: como la de tranquilizar al bebé con una nana. Donde nosotros somos el nene y la nana son las encuestas prematuras, su indigesta cocina creativa, el apresurado 'reposicionamiento' de los partidos, la falacia de que las elecciones se ganan en el centro, la filfa de que ser auténtico moviliza al adversario, la convicción de que los ciudadanos tienen memoria de pez y otras cuantas supersticiones por el estilo. Sin supersticiones, sin periódicos rituales y sin fe en los nuevos astrólogos (los cocineros creativos), nos veríamos y nos sabríamos en el lugar donde estamos, que es la más absoluta incertidumbre. Y por si fuera poco, esta vez asomados al abismo y a punto de dar un paso al frente, como en el chiste aquel de Franco que los nuevos antifranquistas no pueden conocer por su juventud.

Cántame una nana
CARBAJO & ROJO

Las elecciones en las que todos estamos pensando –salvo alcaldes, presidentes, consejeros y diputados autonómicos, más sus familias– son las generales. Ninguna encuesta al respecto tiene todavía fiabilidad. Quien lo dude, guarde las últimas que se han publicado y cotéjelas con los resultados oficiales cuando lleguen. La utilidad de las encuestas no es explicar por dónde van las intenciones de los votantes, sino influir en esas intenciones. Hacer ver que no nos hemos enterado a estas alturas parece inexplicable, pero no lo es: recuerden la necesidad de la nana. Somos seres narrativos, sin relato carecemos de sentido, y tendemos a creer que lo justo se impone. Ojalá. Lo que se impone es la verdad, pero tarda en hacerlo y exige que alguien la haya formulado. Eso justo que en teoría se impone depende del narrador al que te hayas aficionado, del cuento con el que te tiene atrapado. Las elecciones generales son un final. Lo que pase después forma parte de otra historia, de otro libro o de otro tomo. El final todavía puede ser justo. La justicia que tú esperas, o tú, tiene las mismas probabilidades de darse que el boleto de la ONCE de tocarte esta noche. En los largos prolegómenos de la lotería preelectoral (tan largos que incluyen otras elecciones por el camino) esperamos en principio el triunfo de 'los nuestros'. Pero, ¿quienes son 'los nuestros'? ¿Acaso somos candidatos o afiliados? Pocos hay de esos. La regla general será pues que 'los nuestros' son aquellos que pueden dañar con mayor eficacia a los que detestamos. Por eso se vota siempre contra alguien. Salvo candidatos, insisto, y limpiemos ya de excepciones la exposición.

Si usted detesta el sanchismo, sentimiento bastante extendido y aún más fundado, deseará que gane Feijóo. Pero, como todo el mundo sabe –salvo, al parecer, el propio Feijóo–, Sánchez no acepta que gobierne el más votado y, sin la menor duda, volverá a gobernar él si PP y Vox no suman al menos 176 escaños. Así, esta suma está implícita en su deseo. Sin conocer la magnitud de cada cual, la cosa solo le da para una celebración más o menos entusiasta en la noche electoral. Si no se ha percatado aún, se percatará entonces: después de la derrota de Sánchez, necesita o desea (es lo mismo) que la nueva mayoría derogue el sanchismo, enterito y sin miramientos. Que acabe con la ley sueltavioladores, que devuelva la sedición –adaptada a la realidad del nuevo golpismo– al Código Penal, modifique la malversación rebajada, barra el animalismo antihumanista de la legislación, cierre chiringuitos dedicados a escandalizar menores, le suba las bragas que tiene bajadas España ante Marruecos e investigue la razón de tantas vejaciones, caiga quien caiga. Que acabe con la ley orwelliana, y aun kafkiana, de Memoria Democrática, que deje sin vigor los retoques a la LOPJ. Ya saben, ese tipo de cosas. En realidad, de no deshacerse todo eso, caería Sánchez pero prevalecería el sanchismo. Y entonces, tan pronto como cesara la algarabía de la noche electoral, comprenderíamos que nada ha cambiado.

Las dudas sobre la voluntad y la firmeza de Feijóo a la hora de derogar el sanchismo determinarán los resultados de Vox. Si a este partido se le sigue percibiendo como garantía única de que el régimen sanchista no sobreviva políticamente a Sánchez, su voto crecerá y crecerá. Por otra parte, la de Abascal es la única formación a la que afecta el voto silencioso, el que las encuestas no reflejarán ni con las elecciones encima. Es por el estigma de ilegitimidad que le han colgado los bildutarras con sus cuates socialistas. Consecuencias de tener una derecha mayoritaria alérgica a la guerra cultural. El problema es tan sencillo que parece mentira, la fuerza de lo nominal: el PP es (cursiva de énfasis, por favor) un partido socialdemócrata. Uno decente. Uno que cree en todo lo que podría defender el PSOE de Javier Fernández. Bien está. De no ser así, España no tendría izquierda: tendría solo derecha y extrema izquierda, lo cual es imposible.

Zanjo. Las encuestas todavía no nos dicen nada, ni nos lo dirán hasta que falte un mes para las generales. Las autonómicas y municipales solo pueden afectar a las importantes si hay un ganador muy claro capaz de sostener medio año una profecía autocumplida. Dudoso. No sabemos nada.

Juan Carlos Girauta

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