Construir la paz después de la guerra

Por Vicenç Fisas, director de la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona (EL PAÍS, 21/04/03):

A la espera de ver cómo se desarrolla la fase posbélica de la guerra de Irak, millones de personas de todo el mundo comparten ahora una extraña mezcla de angustia y desencanto respecto a cómo han ido las cosas hasta ahora y sobre lo que pueda suceder en el mundo en el próximo futuro. Mucha gente se pregunta también cómo canalizar de manera constructiva el impresionante clamor cívico por la paz desatado en los cinco continentes. Desde mi punto de vista, para pasar del "no a la guerra en Irak" al proyecto de "construir paz para todo el planeta" hay al menos ocho grandes objetivos sobre los que se podrían dirigir las energías mostradas durante estos últimos meses, creando una especie de agenda de trabajo a medio plazo, en la que podrían participar entidades ciudadanas, ONG, movimientos sociales, partidos políticos, municipios y otras instancias participativas.

1. Reformar y fortalecer Naciones Unidas. Hace poco más de una década, desde Naciones Unidas se inició un proceso de reflexión para adecuar este organismo a la realidad del momento, y se invitó a los Estados miembros a que presentaran propuestas de reforma, pero lo cierto es que los cambios producidos desde entonces han sido mínimos y de carácter más bien administrativo, quedando pendientes todos los aspectos de mayor transcendencia. La crisis actual de la ONU constituye, a mi parecer, una oportunidad única para debatir ahora varios de estos temas, entre los que señalaría la necesidad de suprimir el anacrónico derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y la ampliación de dicho Consejo de los 15 miembros actuales a 20 o 25 países; promover que en dicho Consejo entren aquellos países que tradicionalmente se han distinguido por su compromiso con el desarme, la cooperación al desarrollo, la defensa de los derechos humanos, las operaciones de mantenimiento de la paz y la prevención de conflictos violentos (los países del eje del bien); ponderar el voto de los países en la Asamblea General en función de su peso demográfico, excluir del derecho a voto los países que no pagan sus cuotas, someter a consideración de la Asamblea General algunas resoluciones significativas del Consejo de Seguridad, exigir que todas las resoluciones del Consejo tengan el mismo valor en cuanto a su cumplimiento, fortaleciendo los mecanismos que lo hagan posible, y exigir que todas las operaciones de mantenimiento de la paz se hagan con el aval y en el marco de Naciones Unidas.

2. Fortalecer las diplomacias de paz. El desequilibrio de recursos humanos y económicos dedicados a la promoción de la paz y a la preparación de la guerra es abismal. Para fortalecer las diplomacias de paz, por tanto, habrá que hacer un mayor esfuerzo (también desde los medios de comunicación) para dar más visibilidad a la gran cantidad de conflictos armados que parecen olvidados y a los procesos de negociación que ya están en marcha, y que requieren de un amplio apoyo mediático. Convendría crear un Fondo económico de Naciones Unidas para ayudar a los procesos de paz que puedan surgir y para asegurar la implementación de los acuerdos alcanzados; exigir que los enviados especiales o personales del secretario general, así como cualquier persona negociadora, mediadora o relatora en dichos conflictos, lo sean con dedicación exclusiva; promover desde Naciones Unidas y otras instancias regionales o nacionales el envío anticipado y preventivo de enviados especiales para situaciones de tensión y alto riesgo (y no sólo en los conflictos armados), asegurar que el posible envío de soldados al extranjero tenga siempre el aval previo de los parlamentos nacionales, y garantizar un compromiso efectivo de Naciones Unidas para acompañar durante una década todos los procesos de rehabilitación posconflicto.

3. Promover una propuesta regional de paz para todo Oriente Medio. Oriente Medio es la zona del planeta con mayores niveles de militarización y tensión, y con uno de los conflictos de larga duración más enconado y simbólico del planeta. Para cambiar este panorama habrá que articular una estrategia conjunta que permita poner encima de la mesa todos los elementos generadores de inseguridad y desconfianza en la zona, sea en términos de territorio, capacidades de autogobierno, fronteras, procesos de democratización, agua, derechos de las minorías y otros muchos temas. Entre las actuaciones que convendría activar figura el compromiso para declarar Oriente Medio como Zona Libre de Armas de Destrucción Masiva, preparar una Conferencia Regional de Paz, con múltiples medidas de confianza al estilo de las que desarrolló en su momento la CSCE; instaurar un mecanismo de verificación de lo pactado, activar la diplomacia del Cuarteto Diplomático para terminar con la espiral de violencia entre Israel y los palestinos, y condicionar la ayuda política, económica y militar a Israel y a la Autoridad Nacional Palestina a un firme compromiso con el fin de la violencia.

4. Compromiso sobre los objetivos de la Declaración del Milenio. La agenda de la paz pasa inevitablemente por un compromiso compartido de carácter universal sobre los grandes objetivos que todos los países acordaron en la Declaración del Milenio, y relativos a la pobreza, el hambre, el desarrollo sostenible, la enseñanza, la mortalidad infantil o la salud materna. No es posible vislumbrar un futuro más seguro sin abordar con decisión todos los aspectos que impiden los mínimos de decencia que han de tener todos los seres humanos. En este sentido, la agenda de paz habría de procurar que todos estos objetivos, más los de construcción de paz que se comentan aquí, sean introducidos en las agendas locales, regionales y nacionales, dedicando el 0,7% del PIB a los fines de la declaración y a los temas fundamentales señalados por las agencias de Naciones Unidas (educación básica universal, agua potable y saneamiento para todo el mundo, vacunas para las enfermedades curables, etcétera). En los próximos años, además, habría que lograr un apoyo parlamentario muy explícito para avanzar en el derecho a la alimentación y al agua, y dar un apoyo político y social al derecho de la gente a tener acceso a los medicamentos esenciales.

5. Universalizar el régimen de protección de los derechos humanos. Si bien no basta con disponer de leyes y tratados para garantizar el respeto de los derechos humanos, también es cierto que sin la existencia de un cuerpo normativo sobre tales derechos es imposible exigir su cumplimiento. En este sentido, la agenda de la paz habrá de trabajar para la ratificación universal de todos los instrumentos de derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario promovidos por Naciones Unidas, la ratificación también universal del Tribunal Penal Internacional, exigir que el Comité contra el Terrorismo del Consejo de Seguridad (presidido ahora por España) vigile por los derechos humanos de las personas detenidas, apoyar la creación de un Relator Especial sobre los delitos de terrorismo, lograr una moratoria en la práctica de la pena de muerte, y vigilar que la legislación antiterrorista no perjudique los derechos de la población inmigrante, refugiada o asilada.

6. Establecer un régimen universal de desarme. Durante décadas, el mundo ha vivido bajo la amenaza nuclear y un sistema de defensa basado en la acumulación continuada de armas de todo tipo, sin que este rearme haya sido capaz de generar mayor seguridad o alterar las dinámicas conflictivas. Los avances en el campo del desarme y el control de los armamentos, importantes en unos campos y muy modestos o inexistentes en otros, nos han dado, sin embargo, suficientes pautas como para ver las ventajas de avanzar en un régimen compartido, equilibrado y universal de desarme.

Para que ello sea una realidad, sin embargo, habrá que reducir los todavía desorbitados presupuestos militares de muchos países y los gastos dedicados a investigar en armamentos, recortar de manera significativa los arsenales nucleares de todos los países que disponen de este tipo de armas, lograr una ratificación universal de los instrumentos existentes de no-proliferación, apoyar un régimen universal de inspecciones de desarme, lograr un compromiso para no vender armas a actores no gubernamentales, instaurar un control parlamentario y una total transparencia en las transferencias de armas, establecer un Código de Conducta universal sobre las ventas de armas, controlar la proliferación de armas ligeras y promover su recolección y destrucción.

7. Promover la educación y la cultura de la paz. Si la guerra es un invento humano, hemos de inventar ahora la manera de resolver los conflictos sin necesidad de recurrir a esta forma tan primaria y destructiva de intervenir en contextos conflictivos. La educación para la paz y sobre el conflicto ha de tener una preeminencia a lo largo de toda la etapa formativa, desde la infancia hasta la universidad y de manera transversal, mediante el aprendizaje de la resolución no violenta de los conflictos, el conocimiento de los mecanismos de derechos humanos y todos los temas aquí mencionados. Es fundamental que las administraciones promuevan producciones culturales atractivas, especialmente audiovisuales, destinadas a enseñar a resolver de manera pacífica las situaciones de conflicto, así como establecer políticas consensuadas de educación intercultural que ayuden a una mayor fluidez en el diálogo entre culturas y religiones.

8. Reducir nuestra dependencia y adicción al petróleo, y promover una nueva cultura de la energía. Con el trasfondo de la guerra de Irak, es oportuno señalar que muchos conflictos violentos tienen relación con estrategias de control sobre los recursos naturales, y en especial los energéticos. Una política de paz no puede en ningún momento olvidar esta dimensión ecológica y medioambiental, por lo que habrá de poner gran énfasis en promover un consumo crítico, responsable y sostenible, promover sistemas de producción que no estén tan basados en el carbono y la contaminación, reducir nuestro consumo de energía hasta un máximo de un metro cúbico por persona y año, conseguir una ratificación universal del Protocolo de Kyoto, impulsar programas de responsabilidad medioambiental, promover las energías renovables, y establecer Códigos de Conducta para que las empresas petroleras rompan con la vinculación actual entre petróleo, conflictos y vulneración de los derechos humanos.

Como puede verse, trabajar para la paz implica ir mucho más allá de la simple oposición a una guerra determinada. Supone un esfuerzo constante e inteligente dirigido a las raíces de las cosas, y que ha de ir acompañado de toda una infraestructura política, económica, social, cultural y educativa. En la medida en que se construyan, trabajen y consensúen agendas a medio plazo y se fortalezcan vías concretas de paz como las señaladas, puede que llegue un día en que finalmente veamos caducar las armas y que las guerras sean consideradas cosas del pasado.

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