‘Dragon bear’

Las informaciones sobre una posible solicitud de ayuda militar a China por parte de Rusia han sorprendido a la comunidad internacional. Estados Unidos ha advertido al país asiático de graves consecuencias si ayuda a Rusia a eludir las sanciones estadounidenses. En este contexto, en 2015 acuñé el término dragon bear para referirme al emergente modus vivendi de coordinación sistémica entre China y Rusia en diversos ámbitos estratégicos (energía, materias primas, economía y comercio, tecnología y espacio, defensa, organizaciones internacionales, etc.), que se ha profundizado significativamente desde entonces. Tras la anexión de Crimea en 2014, Rusia aprovechó la oportunidad para construir sucesivamente este nuevo modus vivendi de coordinación con China al verse aislada por Occidente. China proporcionó a Moscú un salvavidas económico y financiero, evitando al país un impago como el que sufrió en 1998. Las relaciones sino-rusas se han profundizado desde entonces bajo la constante presión de Estados Unidos.

Rusia necesita un aliado poderoso debido a su aislamiento en Occidente, mientras que China requiere de un socio menor fiable con proyección de poder regional para reforzar su influencia internacional. El grado de profundización de esta relación depende del continuo ascenso económico de China. A ambos países les interesa dar la impresión de cara al exterior de una alianza estable y resistente frente a Occidente. Sin embargo, actualmente no hay señales claras de una alianza de defensa entre las dos potencias. El acercamiento parece ser más táctico que estratégico. El denominador común clave no solo es el objetivo de crear un contrapeso creíble a la proyección de poder global de Estados Unidos, sino también la facilitación de una importante conectividad euroasiática en respuesta al dominio marítimo de Estados Unidos en la región del Indo-Pacífico, garantizando así la seguridad del suministro en caso de futuros bloqueos de las vías marítimas.

El dragon bear no es una alianza ni un matrimonio de conveniencia, sino una relación asimétrica temporal en la que China marca predominantemente la pauta, pero sigue dependiendo de Rusia en muchos aspectos. Mientras exista un interés geopolítico compartido en reducir la influencia global de Estados Unidos en los asuntos internacionales, la coordinación sistemática de una serie de políticas y acciones entre Pekín y Moscú continuará a pesar de la guerra de Rusia contra Ucrania. China y Rusia tratan de responder conjuntamente a las convulsiones en todos los ámbitos clave: desde la economía, las finanzas y el comercio mundiales hasta la diplomacia, pasando por las organizaciones regionales e internacionales, la defensa y la colaboración espacial. Ambos actores asumen que el orden mundial está sufriendo una bifurcación (nueva bipolarización de las relaciones internacionales), cuyo resultado es imprevisible y tiene ramificaciones para los intereses rusos y chinos.

Durante décadas, Rusia fue el proveedor de armas más importante de China. Algunos bloques clave de la cooperación ruso-china incluyen la entrega de los sistemas de defensa aérea S-400 y los aviones de combate Su-35, que fueron diseñados para mejorar la capacidad de Pekín para atacar a los buques de guerra estadounidenses. Desde 2019, Rusia y China desarrollaron conjuntamente el sistema de alerta temprana de defensa antimisiles de China. Además, Moscú apoya al Ejército de Pekín con tecnologías sobre las que el presidente ruso, Vladímir Putin, no quiso revelar más detalles. Los chips informáticos avanzados de China representan otra oportunidad para que Rusia adquiera tecnologías militares afectadas por las sanciones occidentales. También se han explorado otras oportunidades de cooperación, como en el ámbito del desarrollo conjunto de satélites y la construcción de una futura estación lunar. Además, China y Rusia han resuelto sus antiguas disputas territoriales y han desmilitarizado amistosamente su frontera común. Por lo tanto, ni las reivindicaciones territoriales ni las disputas fronterizas deberían obstaculizar sus relaciones bilaterales. Aunque ambos están implicados en disputas territoriales con terceros países, evitan la confrontación directa entre ellos.

Las relaciones chino-rusas se desarrollan al más alto nivel: entre los presidentes Vladímir Putin y Xi Jinping, que se han reunido en 38 ocasiones. El punto álgido se alcanzó el pasado 4 de febrero, cuando ambos presidentes firmaron una declaración conjunta que abarcaba una amplia gama de cuestiones bilaterales, regionales e internacionales. El claro rechazo a la OTAN y a otros bloques liderados por Estados Unidos, como Aucis y Quad, se refleja en este documento estratégico. Ambos países también están tratando activamente de diversificar sus vínculos económicos, identificando e impulsando posibles intereses comerciales. Los volúmenes de comercio se están ampliando de forma constante y con éxito.

Desde el punto de vista diplomático, la relación bilateral también está floreciendo y las relaciones entre China y Rusia se describen oficialmente no como una alianza, sino como algo que es “mejor que todas las alianzas”. Incluso durante la ofensiva de Rusia en Ucrania, la relación fue descrita por funcionarios chinos como “sólida como una roca”. Además, el comportamiento de voto de ambos Estados en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas muestra una tendencia cada vez más positiva a la hora de coordinar sus posiciones en los asuntos internacionales de actualidad. En el sector energético, los intereses son complementarios, ya que Rusia es el mayor proveedor combinado de petróleo y gas del mundo, mientras que China sigue siendo el mayor consumidor de energía. En el futuro podría surgir una dependencia energética similar a la que existe entre Rusia y Europa, puesto que Moscú suministra cada vez más petróleo y gas natural a China a través de diversos oleoductos. Por otra parte, esto da a Rusia un perfil más fuerte en los mercados asiáticos y al mismo tiempo le permite diversificar su propia cartera energética lejos de Europa.

Europa no quiere tomar partido en la creciente rivalidad sistémica entre EE UU y China, y la Unión Europea también evita tomar decisiones alternativas en esta competencia, como hizo Moscú. La UE está tratando de seguir un camino exclusivamente europeo para navegar a través de la creciente bifurcación con los dos centros de poder emergentes del sistema global: Estados Unidos y China. Desde un punto de vista geopolítico, tanto la UE como Rusia son free riders en la competencia del poder global, pero las potencias europeas buscan evitar situaciones potencialmente peligrosas que requieran el uso de poder duro, mientras que Moscú busca utilizar el poder duro en aquellas situaciones que puedan conducir a un mayor poder de negociación o a una expansión de su propia proyección de poder. Rusia se esfuerza por convertirse en el mayor país europeo sometiendo a Ucrania y construyendo una nueva construcción geopolítica con Bielorrusia que podría dictar las nuevas reglas de la arquitectura de seguridad europea si tiene éxito. La guerra de Moscú contra Ucrania muestra que el país está en modo de preparación de un “juego largo”, es decir, la rivalidad sistémica entre Washington y Pekín, y el futuro posicionamiento de Rusia en ella. Para Estados Unidos, una alianza entre China y Rusia y, por tanto, un escenario de dos frentes sería extraordinariamente amenazador en el futuro. A largo plazo, también cabe esperar que EE UU se retire cada vez más de Europa para dedicarse al Indo-Pacífico, especialmente al ascenso de China en Asia Oriental, que los responsables europeos aún no han previsto.

Ni Estados Unidos ni China quieren un escenario en el que Rusia pase a formar parte del bloque geopolítico adversario. Desde la perspectiva de China, una asociación ad hoc entre Rusia y Estados Unidos sería el peor de los escenarios. Por el contrario, Rusia no aprobará nunca la dominación china en el sentido de una pax sinica en Eurasia y en las zonas geográficas de interés geopolítico ruso (región del mar Negro, región del Mediterráneo oriental, Cáucaso meridional y Europa oriental). China sabe que Estados Unidos considera a Pekín como la mayor amenaza para su seguridad, especialmente en el Indo-Pacífico. Desde una perspectiva geopolítica, China no tiene nada que ganar apoyando la actual posición de Estados Unidos sobre la guerra de Rusia contra Ucrania. Al apoyar a Moscú económica y financieramente, China cuenta con Rusia para mantener a Estados Unidos comprometido con Europa, desviando su atención de la región Indo-Pacífica y de Taiwán en particular. Además, China obtiene acceso a las materias primas más codiciadas como ninguna otra en el mundo, ya que Moscú es uno de los mayores exportadores de materias primas del mundo, así como el principal proveedor combinado de petróleo y gas del mundo. En conclusión, China mantendrá a flote este modus vivendi con Rusia y probablemente profundizará aún más las relaciones con Moscú a pesar de los esfuerzos estadounidenses por debilitarlo.

Velina Tchakarova es directora del Austrian Institute for European and Security Policy y colaboradora de Agenda Pública.

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