El experimento japonés

Después de años de retoques, Japón ha iniciado un cambio fundamental en su paradigma de políticas. Las reacciones van desde un gran optimismo sobre la posibilidad de que el país salga del estancamiento económico que ha durado un cuarto de siglo, hasta preocupaciones porque el dramático cambio de curso de las autoridades en realidad empeore las cosas. Pero, si bien el debate naturalmente se centra en las maniobras económicas, políticas y financieras japonesas, el factor crítico bien puede residir en el extranjero.

El gobierno del primer ministro Shinzo Abe ha abrazado un enfoque revolucionario (más que evolutivo) en sus políticas económicas, que incluye varias iniciativas, algunas de las cuales en algún momento fueron consideradas inverosímiles, impensables, o incluso indeseables. Desde la duplicación de la oferta monetaria hasta estímulos fiscales adicionales y reformas estructurales de gran alcance, el nuevo paradigma de políticas no es nada menos que uno de los experimentos de política económica más audaces de la historia japonesa de posguerra.

Para demostrar su seriedad, los funcionarios japoneses aceleraron su compromiso con metas medibles. Por el lado de los insumos de esas políticas, han especificado y comenzaron a implementar compras de valores por $75 mil millones mensuales (el triple, en términos relativos, de las compras actuales de la Reserva Federal de EE. UU. bajo su régimen no convencional de política monetaria). Por el lado de la producción y después de muchos años de deflación persistente (los precios cayeron el 0,5 % el mes pasado), Japón se ha propuesto alcanzar una tasa de inflación del 2 % en dos años, resaltando así su compromiso para evitar el retiro prematuro de apoyo monetario al crecimiento.

Los mercados financieros ya han respondido con presteza. El mercado accionario japonés subió un impresionante 55 % desde que los indicios del cambio de paradigma comenzaron a aparecer en los radares de los inversores. Al mismo tiempo, el yen japonés se depreció bruscamente, incluida una caída de más del 20 % frente a un euro en dificultades.

Esta respuesta es parte del mecanismo de transmisión de las políticas del gobierno japonés. La ola en el mercado de valores beneficia a los inversores locales, incrementando la probabilidad de que aumenten su gasto (algo que los economistas llaman «efecto riqueza»). Esto, a su vez, debiera reanimar los «instintos animales» corporativos y llevar a una mayor inversión en nuevas plantas y equipos, y elevar los sueldos y salarios.

Estos son, por supuesto, los mismos mecanismos que ha perseguido la Fed durante casi tres años en sus esfuerzos por estimular el crecimiento en EE. UU. Los resultados macroeconómicos han quedado continuamente por debajo de las expectativas y hay motivos para creer que será aún más difícil en Japón que la política monetaria por si sola logre suficiente tracción.

La envejecida población japonesa pone una sordina al potencial impacto del efecto riqueza y de los instintos animales. La flexibilidad en términos de recursos es menor que en EE. UU. Las tasas de interés ya son bajas. La experiencia de la deflación se encuentra bien arraigada. Y, dado el elevado nivel de deuda pública del Japón, los riesgos de daños colaterales y consecuencias inesperadas son potencialmente mayores.

Con una deuda bruta gubernamental general ya del 238 % del PBI, algunos temen que Japón deba enfrentar la amenaza de una dislocación económica y financiera si el experimento de política falla en su intento para lograr que el sector privado –que tradicionalmente ha mostrado un enorme sesgo local– desinvierta en Japón. Esto no significa que la revolución de políticas japonesa necesariamente deba constituir una desilusión. Pero, fundamentalmente, sí significa que incluso si aceptamos que las acciones del BdJ son necesarias para que Japón se recupere de su malestar económico, ciertamente no son suficientes.

El experimento japonés debe cumplir dos condiciones adicionales para evitar repetir el camino de iniciativas de políticas previas que fallaron: reformas estructurales significativas que esencialmente cambian la forma en que los segmentos de la economía responden y funcionan; y la sostenida aquiescencia de otros países respecto de la depreciación de la moneda necesaria para impulsar el impacto de las dinámicas locales más lentas a través de aumentos significativos en su participación del mercado global.

Lograr la primera condición está en manos de los ciudadanos japoneses y de sus representantes electos. Las reformas necesarias, si bien alcanzables, pondrán a prueba la determinación y las capacidades de implementación del gobierno, así como la voluntad de la población para enfrentar trastornos inmediatos a cambio de la promesa de ganancias en el largo plazo.

El segundo requisito muy distinto. Solo puede lograrse si otros países están dispuestos a sacrificar producción, quizás porque no tienen elección o porque creen que, en el mediano plazo, una economía japonesa más fuerte los beneficiará ya que los efectos ingreso de largo plazo compensarán el impacto de los trastornos inmediatos en los mercados.

¿Pero dará cabida al resto del mundo al audaz experimento de políticas japonés?, ¿o tomará medidas de protección e impedirá el funcionamiento de un mecanismo fundamental de transmisión de políticas? Si bien las indicaciones iniciales son alentadoras, el jurado aún se encuentra deliberando.

Muchos países afectados –incluidos aquellos golpeados por los efectos comerciales (como China, Corea del Sur, Taiwán y los miembros de la zona del euro) y aquellos susceptibles al canal del flujo de capitales (como Brasil, Indonesia y México)– aún no han tenido tiempo para reaccionar. El cambio de políticas japonés fue grande y abrupto, y muchos de los países afectados han estado dedicándose a complejos desafíos locales.

Unos pocos países –en especial Brasil, China y Corea del Sur– lo han notado. Pero sus reacciones por lo general han sido acalladas por el éxito de Japón para lograr que una iniciativa liderada por EE. UU. en el G-20 clasificara su respuesta de política como el uso de «herramientas locales» para lograr «objetivos locales».

Es una cuestión de tiempo hasta que el resto del mundo se ponga al día sobre el efecto del experimento japonés. Se espera que, convencidos por la seriedad japonesa en la búsqueda de reformas estructurales, darán cabida al experimento de dos maneras: evitando represalias e implementando sus propias reformas domésticas que compensen por la pérdida de producción ante Japón. En otras palabras, una torta más grande para todos sería una solución para todos.

Pero se teme que ni las acciones subsiguientes de Japón ni las realidades locales de los países afectados justifiquen el riesgo de la pérdida de participación en el mercado, especialmente cuando la economía mundial en su conjunto –y la coordinación mundial de políticas– están en apuros. Aquí el riesgo involucra guerras monetarias y otros trastornos que buscan empobrecer al vecino.

Actualmente no hay datos suficientes para predecir con confianza ninguno de los resultados. Mientras esperamos evidencia adicional, apreciemos lo raro que es ser testigos, en tiempo real, de un cambio de política tan memorable.

Mohamed A. El-Erian is CEO and co-Chief Investment Officer of the global investment company PIMCO, with approximately $2 trillion in assets under management. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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