El futuro de Kosovo se empieza a decidir este domingo

Los libros escolares de texto cambian con enorme frecuencia. Bien porque son un gran negocio para los editores o bien porque cada Comunidad Autónoma reescribe sus propios ancestros y acentúa cada vez más lo propio, especialmente en la asignatura de Ciencias Sociales (antigua Geografía e Historia). Pero también porque el mundo se mueve.

Resulta impactante comprobar (acaso nos falta perspectiva todavía) cómo apenas en 15 años, desde 1991, Europa se ha transformado, tanto por la configuración de la entonces Comunidad Económica Europea como por el surgimiento de muchos países que han cambiado la faz del continente. En este breve periodo han surgido 22 estados nuevos. De lo que era la URSS, tras el fallido golpe contra Gorbachov a finales de agosto de 1991, emergieron 15 nuevos países. Su suerte ha sido diversa, con tres de ellos (las repúblicas bálticas) integrados en las instituciones comunitarias y con un muy lento avance de la democracia en las demás.

Pero, además, ese mismo e intenso año de 1991 iba a suponer el desmembramiento de Yugoslavia y la independencia progresiva de Eslovenia (hoy integrada en la UE), Serbia, Croacia, Macedonia, Bosnia-Hercegobina y Montenegro. El difícil equilibrio que la autoridad del mariscal Tito pudo mantener en Balcanes, saltaba por los aires 10 años después de su muerte.

No debe olvidarse el hecho de que el nacionalismo de entonces fue exacerbado a partir de que una de las repúblicas, la serbia, quiso imponer a las demás un centralismo regresivo, que conllevaba ignorar la identidad y singularidad de las demás. Al igual que otras decisiones en la Historia reciente han producido un resultado contraproducente, la decisión de Milosevic de querer imponer un modelo uniforme de nación y una supremacía étnica de los serbios sobre los demás pueblos integrados en la entonces denominada Federación de Yugoslavia, produjo el efecto del rechazo al movimiento panserbio, el acrecentamiento del sentimiento nacionalista de los otros y la explosión disgregadora del Estado hasta entonces unido.

El desmembramiento de esta federación y la crisis bélica en la zona tuvo su origen inicial precisamente en la región autónoma de Kosovo, cuando Serbia disolvió en 1989 su Parlamento propio y suspendió su autonomía. Después, se concatenaron una serie de hechos que produjeron el conflicto y el resultado de balcanización actual. Hoy justamente es Kosovo el principal problema que tiene Europa.

La república que quiso imponer una supuesta supremacía y dominación a las demás es ahora la más debilitada ante Europa y la más troceada. Desde el referéndum del pasado mayo, Montenegro ha accedido a su independencia, siguiendo los cauces tutelados y contemplados por la legislación de la Unión Europea. A pesar de que eso supuso para Serbia quedar privada de acceso al mar, aún más dolorosa es la siguiente y más que previsible amputación: la independencia de Kosovo, territorio que fue considerado la cuna de la patria serbia. El primer ministro serbio Vojislav Kostunica ha pasado allí la Nochevieja, queriendo recibir el Año Nuevo con ese acto simbólico.

Mañana domingo se celebran elecciones en Serbia. Buena parte de los interrogantes del país tienen que ver, precisamente, con el futuro de la región kosovar (con un territorio de tamaño equivalente a Asturias), situada en el sur, donde viven dos millones de albaneses y apenas 100.000 serbios, en absoluta minoría.

Hace apenas dos años eran escasas las voces que en la Unión Europea hablaban abiertamente de la independencia y creación del Estado de Kosovo. Hoy, sin embargo, la idea ha ido calando en los ámbitos de poder, e incluso el Gobierno español aceptó que pudiera reconocerse un cierto derecho de autodeterminación de este territorio -recordemos que Javier Solana siempre se ha opuesto a ello-, a cambio de que se incorporase al documento final la idea de la Alianza de civilizaciones, en la cumbre de la OTAN celebrada el pasado noviembre en Riga (Lituania).

El informe-propuesta oficial era esperado para diciembre, pero la cercanía de las elecciones serbias ha demorado su publicación ya que, al plantear previsiblemente como solución final la independencia, esto beneficiaría al Partido Radical, de carácter ultranacionalista, dirigido por un presunto genocida, y cuya llegada al poder agravaría el problema, después de haberse pronunciado abiertamente por el empleo de las armas para defender el carácter serbio de una región ocupada de forma abrumadora por gente de otra etnia y de religión musulmana.

Las incursiones militares serbias en Kosovo hace apenas siete años dejaron más de 10.000 muertos y casi un millón de desplazados, además de unas heridas no cicatrizadas. Desde entonces, la región está en un limbo jurídico del que tiene que salir. Las primeras conversaciones entre los dirigentes de Belgrado y Prístina se celebraron el pasado julio. Aunque frustradas, son un avance.

En octubre de 2000 se produjo la caída del dirigente genocida Milosevic. Una revolución democrática le desalojó del poder. Sin embargo, la lentitud de las reformas y la corrupción existente no han convencido al resto del mundo, a pesar de la mejora de su economía y la buena imagen exterior del primer ministro Kostunica. La Unión Europea bloqueó esta primavera las negociaciones sobre la incorporación de Serbia, dada su nula cooperación con el Tribunal Penal Internacional al no entregar al criminal de guerra Mladic, poco después de que Milosevic muriese en prisión sin que se hubiera podido celebrar su enjuiciamiento. Su deceso produjo numerosos y multitudinarios actos de duelo en Belgrado. Mientras tanto, la OTAN ha dado algún balón de oxígeno a Serbia en sus aspiraciones euro-atlánticas.

En un intento (previsiblemente inútil) de frenar el deslizamiento de Kosovo hacia su independencia, en octubre se aprobó aceleradamente una nueva Constitución serbia, con una participación que apenas alcanzó el 53% -se precisaba la mitad del censo- a lo largo de dos jornadas electorales. En dicho texto se declara a esta región como parte integral de Serbia. No se dejó participar en ese proceso a los habitantes albaneses (reitero que son un 90%) de esta zona. Es, pues, una Constitución tardía, una declaración ya inútil ante una región que, desde 2000, está bajo el protectorado de la ONU. Entre el contingente militar internacional hay desplegados 700 militares españoles.

La solución de Kosovo no puede pasar sólo por lo que pretendan los serbios ni por lo que decidan unilateralmente los albanokosovares allí residentes. De lo contrario, habrá un altísimo riesgo de conflicto bélico y supondría un precedente para la situación de los serbios que residen en Bosnia (donde son mayoritarios en algunas de las zonas de este país fraccionado en tres comunidades). Tendrá que ser en el marco de Naciones Unidas donde haya de decidirse su futuro. Y aquí aparece un actor importante: Rusia. No debe olvidarse que mientras Moscú apoya a los territorios (rusófonos) sin Estado que intentan segregarse de antiguas repúblicas soviéticas, como Transnitria en Moldavia, y Absajia y Osetia del Sur en Georgia, es muy receloso a la independencia unilateral de Kosovo, por considerarla un peligroso precedente para la resolución del conflicto de Chechenia, en el Cáucaso.

El prestigioso festival de cine de Valladolid, en su última edición entregó su máximo galardón (la Espiga de Oro) a la película de un director serbio, Paskaljevic, que presenta una reflexión sobre ese país en cinco historias que se concentran en la frase de Voltaire: «El optimismo consiste en insistir en que todo va bien cuando todo va mal». El título del filme es una pura ironía: Optimistas. Una vez más, el sarcasmo deja de ser ficción para hacerse realidad en la política.

Jesús López-Medel, vocal de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, relator de Derechos Humanos, Democracia y Ayuda Humanitaria de la Asamblea de la OSCE y observador internacional en las elecciones de este domingo en Serbia.