El Jano ruso

Rusia muestra dos caras opuestas al mundo: una amenazadora y otra benigna. Ahora las dos se han combinado casi inesperadamente para desalentar una desastrosa intervención militar en Siria de los Estados Unidos y, probablemente, de otras potencias occidentales.

La situación interna rusa sigue siendo lamentable. Con el colapso de la economía planificada en 1991, Rusia se mostró más como un país con un desarrollo insuficiente que uno desarrollado, incapaz de vender gran parte de sus productos en mercados no cautivos.

Así pues, Rusia retrocedió a ser una economía basada en materias primas, que vende principalmente energía, mientras que sus talentosos científicos y técnicos buscaron empleos en el extranjero y su vida intelectual decayó. Rusia también está asolada por la corrupción, lo que ahuyenta la inversión extranjera y cuesta al país miles de millones de dólares cada año.

Esta debilidad subyacente ha estado oculta por altos precios energéticos, que a lo largo de los catorce años de gobierno del presidente Vladimir Putin ha permitido a Rusia combinar las características de una cleptocracia con el crecimiento suficiente del ingreso per cápita para sofocar el disentimiento y crear una clase media obsesionada por las compras. La acumulación de reservas generadas por las industrias del gas y el petróleo se pueden usar para desarrollar la infraestructura tan necesaria. Sin embargo, aunque el Kremlin no se cansa de hablar de diversificación, Rusia sigue siendo una economía que tiene un perfil más latinoamericano que occidental.

La política rusa es igualmente desalentadora. Si la política exterior occidental tiene un principio rector es la promoción de los derechos humanos. Esto no ha influenciado en lo más mínimo las políticas internas o exteriores del gobierno ruso. En cambio, bajo el credo de “democracia administrada” Putin ha establecido una dictadura suave en la que se usa flagrantemente la ley con fines políticos, y cuando la ley es insuficiente, el Estado recurre al asesinato.

En cuanto a los derechos humanos que se valoran especialmente en el Occidente actual –por ejemplo, de los que disienten y de las minorías, incluidas las minorías sexuales –Rusia parece estar en una onda totalmente diferente. Se acosa a las ONG independientes y se les llama “agentes extranjeros.” Putin ha atraído a las fuerzas más reaccionarias de Rusia al restringir los derechos de los homosexuales con legislación que en Occidente dejo de usarse hace mucho tiempo.

La decisión de permitir que el líder de la oposición, Alexei Navalny, participara en las recientes elecciones para alcalde de Moscú fue una acción positiva hacia un sistema más abierto, pero los cálculos políticos detrás de ella y la probabilidad de la manipulación de los votos para evitar una segunda vuelta frente a su victorioso oponente no son prueba de una conversión paulina hacia la democracia. El régimen de Putin está situado en una zona entre la dictadura y la democracia, para la que la ciencia política occidental no ha encontrado una definición adecuada.

No obstante, la indiferencia de Rusia hacia los derechos humanos es una fuente de fortaleza, no de debilidad. El problema de la agenda de los derechos humanos es que sus seguidores se vuelven impetuosos, mientras que la política exterior rusa muestra las virtudes de una discreción conservadora. El realismo que comparte con China, es por ende un contrapeso importante al impulso inmoderado de Occidente de entrometerse en asuntos internos de países que no se ajustan a sus estándares proclamados.

El caso de Siria es un buen ejemplo. No hay duda de que se usaron armas químicas para asesinar a cientos de civiles en suburbios de Damasco el 21 de agosto. Se tienen aún que aclarar todos los hechos –tal vez nunca se haga. Sin embargo, es probable aunque no seguro que el régimen del presidente Bashar al-Assad usó gas sarín.

No obstante, en un artículo reciente en un diario, Putin planteó la pregunta que sin duda se le ha ocurrido a otros: ¿cuáles fueron los motivos que impulsaron al régimen a usar armas químicas en medio de la atención internacional? Putin sugirió que el ataque pudo haber sido una “provocación” de los oponentes de Assad. No digo que esté seguro de la respuesta, pero como en cualquier investigación penal, los motivos de los posibles sospechosos son siempre un buen punto de partida. ¿Quién saldría beneficiado?

Es cierto que los rusos tienden a hacer teorías conspiradoras, lo que es común en países con una estructura de poder opaca. Pero también es cierto que el Estado sirio no está centralizado en la presidencia como Egipto durante el gobierno del anterior presidente, Hosni Mubarak. Aunque se desechara la tesis de la “provocación” de Putin, es posible que los ataques químicos los provocaran elementos criminales en el ejército sirio, cuya culpabilidad no será aceptada por Assad, pues querría preservar su propia posición.

Por supuesto, Putin podría saber de qué habla. Muchos rusos piensan que los atentados de septiembre de 1999 en un edificio de departamentos, en los que murieron casi 30 personas, fueron planeados por elementos de las propias fuerzas de seguridad rusas con el fin de provocar represalias contra los chechenos e impulsar a Putin a la presidencia sobre el apoyo de una guerra popular. A la fecha no se sabe con certeza quién estuvo detrás de los ataques.

La cuestión es que en sistemas políticos tan oscuros como el de Siria –o Rusia– nadie sabe realmente quién controla qué. Es increíble que los sucesores políticos de aquellos que lanzaron sin reparos la invasión a Irak, bajo evidencias falsas de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, estarían tan ansiosos de verse atrapados en otra espiral de sangre.

Dichos actores han estado a salvo de esta locura, al menos temporalmente, debido a la propuesta de Putin de poner las armas químicas de Siria bajo supervisión internacional y después destruirlas por completo. Hay obstáculos prácticos importantes para lograr esto, y la propuesta de Rusia, que ahora ha adoptado el presidente estadounidense, Barack Obama no satisface las exigencias de castigo de Occidente. Sin embargo, logró interrumpir el impulso de una intervención militar.

Naturalmente, estas maniobras están influenciadas por cálculos geopolíticos. Rusia respalda a los gobiernos chiítas de Irán y Siria con el fin de afianzar su propia posición en Medio Oriente frente a los dirigentes sunitas apoyados por los Estados Unidos en Arabia Saudita y los Estados del Golfo, que son una menor amenaza para Israel. Pero, como están las cosas, se puede decir que Putin ha salvado a Obama de cometer un error que podría haber destruido su presidencia. Bien podría esperar una recompensa política por ello. Sin embargo, es improbable que la obtenga.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999. Traducción de Kena Nequiz.

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