El «reality show» presidencial de Francia

El ungimiento de Ségolne Royal como candidata presidencial del PSF es un paso importante en el camino hacia las octavas elecciones presidenciales de la Quinta República, programadas para el 22 de abril de 2007, con una segunda vuelta dos semanas después. Para fin de enero -fecha límite para imprimir las papeletas- deberían conocerse todos los candidatos. De modo que, a esas alturas, los cuatro principales partidos políticos de Francia, dos de la izquierda y dos de la derecha, ya deberán tener preparadas sus plataformas partidarias y elegidos sus candidatos.

Así, al menos, es como debería funcionar el sistema en teoría. En la práctica, mientras que la campaña oficial supuestamente dura sólo dos meses -tiempo suficiente en una democracia en la que los candidatos tienen que soportar los implacables envites de la prensa-, la aparición en la pista de los potenciales candidatos, junto con el apetito de los medios por ver una carrera de caballos, ayudó a que la campaña real se lanzara hace prácticamente un año y medio. De manera que los debates públicos de hoy tienen un carácter algo surrealista, porque los programas en los que los candidatos basarán sus campañas todavía no están desarrollados. A falta de ellos, la personalidad y el estilo, y no los programas políticos, resultaron decisivos. No estoy seguro de que esto sea bueno para la democracia, pero así son las cosas.

Dos personalidades con estilo han dominado hasta el momento las encuestas de opinión pública, y parecen destinadas a encontrarse en la segunda vuelta. En la derecha está Nicolas Sarkozy, el ministro del Interior (y brevemente ministro de Economía), cuyo ascenso político tuvo lugar dentro del marco de la Unión por un Movimiento Popular (UMP). El UMP es el heredero político del gaullismo, pero su inconsistencia ideológica, legendaria, se refleja en los cambios de nombre del partido cada ocho o diez años.

Sarkozy es filosóficamente conservador, pero ultraliberal en cuestiones económicas, lo que lo vuelve totalmente ajeno a la tradición gaullista. Al predicar sobre las privatizaciones y la represión social, se colocó a la derecha de la derecha, con la esperanza de recuperar los votos que la derecha tradicional ha venido perdiendo a manos del Frente Nacional «fascistoide» de Jean-Marie Le Pen en los últimos veinte años.

Sarkozy se impuso en el movimiento gaullista contra la voluntad del presidente Jacques Chirac; de hecho, se hizo con la presidencia del UMP a pesar de la oposición activa de Chirac. A gran parte de la población le gusta su lenguaje crudo y sus duras críticas al resto de la derecha, principalmente dirigidas al primer ministro, Dominique de Villepin, y a Jacques Chirac. No sabe nada de asuntos internacionales, pero nadie parece reprochárselo.

En la izquierda, Royal, la presidenta socialista de la región de Poitou-Charentes, tiene escasa experiencia de gobierno: breves desempeños como ministra de Medio Ambiente, de Familia y de Educación. Fue divertido observar la furia de los barones del Partido Socialista frente al ascenso de Royal. Todavía tiene que hacer frente a los principales problemas de hoy -la inestabilidad financiera, el lento crecimiento de Europa, Oriente Medio- y no puede evitarlos durante su campaña. Pero, llena de elegancia y encanto, y abordando los problemas sociales con criterio y energía, viene liderando las encuestas de opinión pública desde hace más de un año.

De modo que, universalmente, se espera que Sarkozy y Royal sean los dos candidatos principales que avancen hacia la «hora señalada» de la segunda vuelta. Sin embargo, a juzgar por el pasado, no es así como funciona la política francesa.

Desde los tiempos de De Gaulle, todos los candidatos a la presidencia francesa que arrancaron demasiado temprano perdieron. Poher, Chaban-Delmas, Barre, Balladur y yo mismo fuimos elegidos por los medios y tratados como candidatos durante más de dos años antes de las elecciones -declaradas o no-, y todos terminamos siendo derrotados. Mi sensación es que el bombardeo de los medios es de una violencia tal que la credibilidad de un candidato no puede soportar durante más de unas semanas. La sobreexposición lastima.

De manera que, en esta danza bizarra donde los grandes partidos y los candidatos importantes saben que es mejor arrancar más tarde, los verdaderos beneficiarios del circo mediático de hoy son los candidatos sin ninguna posibilidad real de ganar: un fascista, otro hombre de extrema derecha, un comunista, dos trotskistas y unas pocas personalidades marginales. Son candidatos sólo para beneficiarse con dos años de publicidad gratuita.

Sin embargo, estos candidatos menores subrayan un problema más profundo. Para ser elegido presidente de Francia se necesita algo más que carisma, un buen programa y un partido político fuerte. También se debe evitar la fragmentación que condenó a la izquierda a la ruina en 2002, cuando ninguno de sus seis candidatos llegó a la segunda ronda, permitiendo así que Jacques Chirac, que había obtenido el 19 por ciento de los votos en la primera ronda -un porcentaje extremadamente bajo para un ganador final- derrotara a Jean-Marie Le Pen en el ballotage con el 82 por ciento de los votos: el Gobierno francés más abiertamente conservador de la última década fue básicamente elegido por la izquierda.

Una repetición de este escenario parece posible: en la izquierda, fuera del Partido Socialista, ya hay cuatro candidatos anunciados, y hay un quinto probable. En la derecha, el antagonismo de Chirac hacia Sarkozy permite que pueda aparecer otro candidato en algún momento, ya sea Michele Alliot-Marie, la ministra de Defensa, o el mismísimo Chirac.

En este momento, el punto principal que debemos recordar es que las últimas siete elecciones presidenciales de Francia ofrecieron una sorpresa. El resultado final nunca se pudo discernir en las encuestas con más de seis semanas de anticipación. De manera que, por el momento, las elecciones están demasiado lejos como para saber o predecir algo con certeza. Lo que oímos es pura especulación. Pero al menos los medios están trabajando enérgicamente y nosotros estamos entretenidos.

Michel Rocard