Euskadi, un escenario endiablado

Los resultados de las elecciones del 2001 culminaron una desastrosa deriva electoral de un PSE que apoyaba la política de frentes impulsada por el PP. La sociedad vasca respondió a la confrontación entre nacionalistas y constitucionalistas con una participación del 80%, la más alta que jamás se había dado. El PSE obtenía uno de los peores resultados de su historia (17,9% de los votos y 13 escaños). El socialismo vasco necesitaba un cambio que Jesús Eguiguren teorizó en La crisis vasca. Entre la ruptura y el diálogo (2004). El dirigente socialista proponía romper con la política de frentes impulsada por el PP, recuperar la sensibilidad vasquista del PSE y demostrar su autonomía y su capacidad de decisión propia, y que era posible desbordar el plan Ibarretxe profundizando en el despliegue del Estatuto y del autogobierno. En definitiva, lograr que el PSE se convirtiera en el partido clave de la política vasca, tal como le correspondía por historia y por implantación territorial y municipal. Desde esta posición de "partido clave" se podría formular, con un consenso transversal, la reforma del Estatut, que sería un punto de encuentro entre el Estatuto de Gernika y el plan Ibarretxe.

La hoja de ruta marcada por Jesús Eguiguren culminaba el pasado domingo con unos resultados electorales que no hacían más que confirmar las tendencias marcadas por el ciclo electoral posterior al 2001: lento retroceso del PNV (y del voto nacionalista en su conjunto), acusado descenso del PP (19 diputados en el 2001, 15 en el 2005, 13 en el 2009) y paralelo crecimiento del voto socialista (13 diputados en el 2001, 18 en el 2005 y 25 en el 2009).

Los resultados del domingo han abierto un nuevo escenario en la política vasca no exento de contradicciones. Por un lado, el tripartito (PNV+EA+EB) no obtenía una mayoría suficiente para repetir Gobierno ni con la incorporación de Aralar. Es más, EA y EB se quedaban sin espacio electoral, mientras Aralar recogía parte de los votantes de estos dos partidos y de los votantes de Batasuna que no optaron por el voto nulo. La consecuencia inmediata es que el plan Ibarretxe quedó definitivamente muerto. Por el otro, por primera vez Batasuna no estaría presente en el Parlamento vasco, cosa que es un error político, porque deja sin voz a una parte del electorado. La victoria sobre la violencia y los que le prestan apoyo no puede ser, si se quiere avanzar en la superación del conflicto, solo policial y judicial: también debe ser política. En cualquier caso, el PNV no ha sido el beneficiario de la ausencia de Batasuna, que conserva un zócalo electoral a la baja, pero que todavía se mantiene en torno al 8%, el porcentaje correspondiente al voto nulo no técnico. Por último, el PSE se ha confirmado como el partido clave de la política vasca, ya que es el único que, en cualquier opción, puede configurar una mayoría de Gobierno, ya sea en coalición con el PNV, ya con el apoyo parlamentario del PP para la investidura de Patxi López como lendakari.

Las primeras reuniones poselectorales parecen confirmar la voluntad del PSE de visualizar el cambio con la proclamación de un lendakari socialista. Es legal y legítimo, pero, a la vez, contradictorio. En primer lugar, porque, en voto popular, el nacionalismo, aunque a la baja, sigue siendo mayoritario (PNV, EA y Aralar suman el 48% de los votos y el voto nulo eleva este total casi al 57%). A corto plazo, esta contradicción puede generar una situación de crispación que parecía superada. En segundo lugar, porque el PSE pretendía ser un partido clave para acabar con la división en frentes que había envenenado la política vasca en los últimos años.

Ciertamente, los dirigentes del PSE defienden que en la pasada legislatura no actuaron con un talante frentista y que, aunque sea en minoría, piensan gobernar favoreciendo las políticas transversales. Sin embargo, esto será muy difícil de visualizar si solo cuentan con el apoyo del PP. Además, las tres diputaciones están en manos del PNV, aunque la de Álava podría pasar a manos del PP. En definitiva, la gestión política del día a día podría volverse muy difícil para un Gobierno en minoría, haciendo imposibles las políticas transversales y de consenso que preconizaba Eguiguren en su libro.

Por último, el PNV --y en especial el lendakari Ibarretxe-- debería ser consciente de que la mayoría parlamentaria ya no es nacionalista y que, por tanto, es lógico que el PSE pretenda visualizar el cambio. Los próximos días serán decisivos para saber cómo se soluciona un escenario que un diputado socialista definía como "diabólico", ya que cualquier salida es complicada y la mejor --una coalición de Gobierno PSE-PNV-- parece, por ahora, imposible. Probablemente estemos ante una legislatura problemática, crispada, y, tal vez, corta. O, quizá, estos días solo estamos ante la escenografía necesaria para formar un Gobierno estable (con alternancia en la lehendakaritza o con pactos de gran alcance, transcurridos unos meses de Gobierno socialista en minoría) que, sin duda, sería un paso muy importante para hacer frente a la violencia de ETA, que una situación de crispación podría autoalimentar ahora que parece más debilitada que nunca.

Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea de la UB y autor de Euskadi, crònica d'una desesperança.