La risa de Pedro Sánchez

La escuché en la radio sin saber a quién pertenecía. La 'risa del ahorcado', me dije. La he oído tantas veces en tantos y tantos cursos de comunicación y habilidades sociales que resulta fácil de identificar. Las emisoras la reponían sin salir de su asombro. El mío fue mayúsculo cuando caigo en la cuenta de que es Pedro Sánchez durante su discurso de investidura del 15 de noviembre. Un presidente del Gobierno de España en el hemiciclo del Congreso de los Diputados enriqueciendo el 'sanchismo'.

El ataque de risa de Sánchez mantuvo la actualidad por las valoraciones que realizó el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, precisamente el sujeto de mofa pública. A pregunta de Susanna Griso, el líder popular entiende que estamos ante un episodio de «risa patológica» y que su autor debería hacérselo mirar. No es que Feijóo pretenda servirse de la única razón por la que puede suspenderse a un presidente de Gobierno durante el primer año de mandato: pérdida o carencias de plenas facultades. En su resignación, el candidato derrotado busca explicación a una salida de tono impropia de la buena educación ('Virtudes públicas', Victoria Camps. Espasa, 1990).

Un minuto de carcajadas desde la tribuna, alimentadas por el mismo compareciente que sacudía la cabeza afirmativamente y se frotaba las manos descolocado. Desnudo ante el imprevisto de que la presión soportada le rebasara. Comentaba el candidato: «Entonces nace la original teoría del señor Feijóo de 'no soy presidente porque no quiero'», cuando una potente risa le sobreviene y el propio Sánchez se extraña. Pero ríe; ríe con ganas sin importarle lugar ni circunstancia. Sin reponerse del atracón, el socialista procura seguir: «Es más, ha llegado a proclamar que 'es el primer español que renuncia a ser presidente de Gobierno'». Apenas compuesta la oración, las risas le llevan. Aplausos, reconocimientos jocosos desde su bancada y un partirse del adversario en vivo y en directo. ¿Trastorno de adaptación con alteración emocional o reacción a estrés grave?

Escribía Sandrine Morel, corresponsal de 'Le Monde' en Madrid, que «el 'sanchismo' es un neologismo empleado para designar el método de Pedro Sánchez: gobernar apoyándose en unos partidos que muchos españoles consideran infrecuentables, después de haber barrido cualquier corriente crítica en el PSOE y haber apartado a la mayor parte de los socialistas 'clásicos' tras su victoria en las primarias de 2017» (31 de mayo). En esta ocasión el grado de contorsiones del reelegido presidente del Gobierno recabando apoyos parece exorbitante. Las exigencias para constituir un 'Frankenstein-2' han sido difíciles, rigurosas, múltiples (BNG, Bildu, PNV, Esquerra Republicana, Junts), dilatadas en el tiempo y hasta novedosas (incorporación de Puigdemont). Construyen un estresante mayor con una potente carga de indicadores de cambio vital objetivamente respondidos en el clima psicosocial que se ha apoderado de buena parte de la sociedad española.

Mantenerse en el poder sin una mayoría evidente tiene un coste político, social y personal. Este estresante mayor es soportado de forma distinta por su promotor, Pedro Sánchez, y por cuantos ciudadanos perciben con incertidumbre, la ambigüedad de su desarrollo. Planea la polarización del país y su inestabilidad. Los efectos son menores para el artífice del acontecimiento psicosocial estresante, ya que inicialmente él dispone de su control. No sucede lo mismo a los conciudadanos que rechazan los cambios de unidades vitales que el pacto de Sánchez impone (reescritura de la historia, manejos del sistema judicial, prebendas presupuestarias y referendos de autodeterminación).

El trastorno adaptativo y el trastorno por estrés agudo requieren la presencia de un factor de estrés psicosocial. La falta de votos en las urnas el 23-J y cuatro meses de intensas y múltiples negociaciones han convertido el acceso al Gobierno en un estresante aversivo. Desde la dimensión subjetiva, dados el tipo y número de ajustes que los socios requieren a Sánchez, el fenómeno es un estresante mayor colectivo. Es mucha la carga psicosocial para el candidato y para la nación. El proceso de enfrentamiento, imprevisible.

Ni el 'sanchismo' es inmune al estrés psicosocial. Le sucedió a Sánchez. Reventó la vía de escape sin que él lo pretendiera. Sin quererlo surge la risa del miedo. Se apodera de uno. Es la 'risa del ahorcado' segundos antes de llegar a la confrontación con la realidad.

En Sánchez la risa es mucha liberación, constatado su regodeo. Se veía que no repetiría como primer ministro. Su despiporre incluye el alborozo ante la incredulidad de que existan personas reacias al chantaje y al oscurantismo para acceder al poder. Lograda la mayoría parlamentaria en nombre de la eficacia, enfilada la ruta del despotismo, conviene recordar a uno de los padres del liberalismo político: «Para que no podamos abusar del poder, es necesario que mediante la disposición de las cosas el poder detenga al poder», Montesquieu (1689-1755). No es de risa.

Rosario Morejón Sabio, Doctora en Psicología.

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