La última frontera

La última frontera, de momento –ya que el saber humano no tiene límites–, es el cerebro. Era hora, pues siendo nuestro órgano más importante –algunos dicen «nuestro mayor músculo»–, es del que menos sabemos, al ser el menos explorado. La razón es bien sencilla: mientras accede al hígado, al intestino, a los riñones puede hacerse casi directamente, acceder al cerebro conlleva tantas dificultades como riesgos. Para empezar, está recubierto por un caparazón óseo muy fuerte. Luego, se trata de una complejísima red de nervios esparcidos por una masa blanda. Por último, nos movemos por él un poco como Colón por las Indias: sin saber qué tierra pisamos. Los avances técnicos, sin embargo, nos están permitiendo explorar el cerebro más a fondo. Sobre todo la informática, que nos permite examinarlo a distancia. Nada de extraño que los investigadores se dirijan hacia él como los buscadores de oro hacia California durante la fiebre del mismo. Pues se trata del mejor oro del mundo: el de la inteligencia.

La nueva etapa comenzó en 2005, cuando el matrimonio noruego MaryBritt y Edward Moser descubrió, al lado de los lóbulos parietales, las «células rejilla», encargadas de crear, con toda la información que les llega de las neuronas sensoriales, una especie de tablero de ajedrez exagonal que, devuelto a esas neuronas sensoriales, permite orientarse hacia donde se desea. Los experimentos hechos con ratones a los que se habían implantado electrodos en el cerebro, para dejarlos sueltos por un espacio donde se habían esparcido trozos de chocolate, mostraban que esas células rejilla actúan como cartas náuticas y su correspondiente radar.

Tenemos así la primera evidencia de cómo el cerebro almacena datos para alcanzar el lugar u objeto deseado. Es decir, la base del pensamiento de los seres vivos. Qué es lo que precipita ese proceso y qué elementos químicos intervienen en él no lo sabemos... todavía, pero no hay duda de que se averiguará. «Estamos en la fase pre-Newton de la neurociencia», dice uno de los investigadores, que son ya miles en el mundo, pues se trata de un campo tan rico en conocimientos como en recompensas. Quien logre dominar el cerebro humano tendrá una ventaja enorme sobre los demás. No por nada, Obama ha dado primacía a esta investigación, en la que por cierto participan varios científicos españoles. Su primer objetivo es trazar un mapa del cerebro lo más exacto y detallado posible.

La velocidad meteórica con que avanza la informática está ayudando a convertir tales fantasías en realidades. Hoy ya no hace falta apretar la tecla de un ordenador para que se encienda. Basta con un gesto, un guiño de ojo sin ir más lejos, para que comience a hacer lo que lo que le ordenemos, sea que haga una foto o entone una determinada canción. Es más, existen ya tabletas que leen y obedecen lo que pasa por nuestra mente. Para eso necesitamos desde luego un casco como el de los motoristas, pero lleno de instrumentos y antenas, capaz de detectar las vibraciones más tenues de nuestro cerebro, que transmitirá a la tableta o teléfono inteligente. La técnica ha sido desarrollada para personas con parálisis, a las que bastará pensar en algo, tomar un café por ejemplo, para que un robot a su lado le prepare la taza y se lo sirva..

Supongo que al leer esto, más de uno estará pensando que me equivoqué de fecha, que crea que es el 28 de diciembre y le esté gastando una inocentada. También lo pensé yo al enterarme, pero los datos venían en reportajes con todas las pruebas de certidumbre y de laboratorios punteros en la investigación. Prepárense, por tanto, para lo que viene: existe ya tecnología suficiente para detectar desde el cabezal del asiento delantero de un coche si el conductor empieza a dormirse sin darse cuenta y advertirle de ello con sonidos y sacudidas capaces de despertar a un tronco. Imagino que más fácil será advertir a un borracho al volante de su condición. El problema será si obedece. Pero siempre podrá apagársele el coche por horas.

La forma más simple de todo ello es instalar un chip en el cerebro del sujeto, desde donde se transmitirán las órdenes de sus deseos –algo que ya se hace con enfermos de párkinson para facilitar su actividad diaria–, pero nos advierten que ese chip, junto a la intervención quirúrgica que conlleva, se hará innecesario conforme se vaya conociendo más de la actividad cerebral y la tecnología inalámbrica siga avanzando. «Dentro de no demasiado tiempo –dice el doctor Chung, biólogo molecular y vicepresidente de programas científicos de la Fundación Kavli, dedicada a este proyecto– será posible cambiar de canal de televisión sin necesidad de mando a distancia, con sólo pensar en ello, o encender las luces de casa antes de entrar».

Son cosas que dan un poco de miedo, aunque también daba miedo el ferrocarril, al que se llegó a acusar de que las vacas bajaran su producción de leche debido al paso de un tren. Pero la posibilidad de leer lo que piensa otra persona basándose en los impulsos detectados en determinadas áreas de su cerebro, proyecto en el que trabaja la Universidad de Brown, se presta a controles no deseados. Sin olvidar los fallos que pueden darse. «No el que piense en un filete –advierte el doctor Donoghue, director de tal proyecto– significa que tengo ganas de comerlo». O sea que, antes de nada, habrá que desarrollar la tecnología capaz de diferenciar la simple evocación de algo del deseo de poseerlo. Tarea tremendamente difícil, pero absolutamente necesaria si no queremos caer en equivocaciones que, en el mejor de los casos, serían embarazosas y en el peor, peligrosísimas.

Pero todo se andará y al paso que vamos, antes de que nos lo imaginemos. Aparte de que, si nos ponemos a reflexionar, tampoco es tan novedoso como a primera vista parece. ¿Acaso no volvemos la cabeza hacia alguien que nos está mirando fijamente sin darnos cuenta? Es la mejor prueba de que el cerebro emite ondas, mensajes, que han dado lugar a infinidad de escenas literarias con la transmisión del pensamiento como protagonista. Lo que ocurría era que no teníamos una tecnología suficientemente avanzada como para detectar esas ondas y mensajes. Ahora, empezamos a tenerla y los avances van a ser tan grandes como los obstáculos a vencer.

Pues la mayor paradoja en este campo es que esas ondas que emite nuestro cerebro son eléctricas. Pero seguimos sin saber qué es la electricidad. Como tantas otras cosas.

José María Carrascal, periodista.

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