La vergüenza del Cáucaso

La vergüenza del Cáucaso

Estamos viviendo una de las muchas miserias de las decisiones de Stalin; una que, al igual que las anteriores, genera sufrimiento y muerte después de muchos años de su desaparición el 5 de marzo de 1953. El líder soviético desafió a la historia cuando cedió Nagorno-Karabaj (Artsaj) a Azerbaiyán porque lo hizo obviando la numerosa documentación que avalaba el milenario asentamiento de los armenios en el Cáucaso, el que el 90% de la población de Artsaj fuera armenia y que esta siempre se consideró parte de esta cultura. Se impuso sobre estos argumentos la necesidad soviética de colaborar con los turcos para mantener el control de la región caucásica.

En cualquier caso, es conveniente recordar, antes de analizar la cuestión armenia, que en octubre de 1992 la sangre corrió por primera vez en el territorio de la Confederación de Estados Independientes liderada por Rusia al enfrentarse en Osetia septentrional osetas e ingusetas. Al norte del Transcáucaso, devastado por las guerras (Azerbaiyán, Armenia, Georgia), el mosaico caucásico parecía demostrar la validez de la vieja teoría del dominó, esto es, de la reacción en cadena. Después del golpe fallido de agosto de 1991, pueblos, naciones y etnias empezaron a moverse, a inquietarse y a enfrentarse.

En el Cáucaso, región montañosa que aloja a docenas de grupos de lenguas y orígenes diferentes, algunos con presencia milenaria y otros que llegaron en el siglo XVII, siguieron los movimientos de población hasta el final de la gran Guerra del Cáucaso (1865) y se reanudaron con las deportaciones ordenadas por Stalin en 1944. Los 70 años de dominio soviético significaron nuevos sufrimientos y nuevas complicaciones. Lo que ahora ocurre y lo que seguirá ocurriendo, por desgracia durante años, se debe a la herencia soviética en forma de bomba de tiempo.

Y esta bomba que ha estallado en varias ocasiones ha culminado con la derrota total de los armenios de Artsaj y su rendición incondicional a los azeríes. La reconfiguración de alianzas entre las superpotencias y actores de menor peso se ha acelerado por la guerra de Ucrania y los nuevos vientos han condenado a los armenios de esta región y, dentro de poco tiempo, a los de la propia Armenia. La superioridad militar de los azerbaiyanos ha evitado la prolongación de un conflicto sangriento en el que se iban a imponer sin duda alguna. Pero la incógnita ahora es qué harán los más de 100.000 armenios del enclave ante la amenaza de genocidio étnico. Muchos han decidido huir de su territorio camino de Armenia. Parece que el giro dado por Nikol Pashinián, en el poder desde 2018, acercándose a EE UU ha provocado la pasividad rusa en la reciente escaramuza, aunque la debilidad de Moscú en estos momentos sea una realidad que, junto con sus propios intereses, perjudica claramente a los armenios.

El presidente azerí, Ilham Alíyev, conoce su manifiesta superioridad tanto demográfica como militar, que triplica las capacidades armenias, y el incondicional apoyo de Turquía en cualquier conflicto con Armenia y por eso ha recuperado en unas horas cuatro de los siete distritos perdidos en 1994 y la rendición total del enclave después del duro e inhumano bloqueo durante meses al cerrar el corredor de Lachín. La sombra de la guerra en Ucrania le ha dado un amplio margen de maniobra para asestar el último golpe a una Armenia que no cuenta con medios propios para resistir la embestida ni con un respaldo efectivo de Rusia, como se ha comprobado. La resolución pacífica del conflicto, avalada por los intentos de mediación del Grupo de Minks (EE UU, Francia y Rusia) en el Marco de la OSCE (1994) o los Principios de Madrid (2007), ha sido imposible. Demasiados intereses y muy poca voluntad.

La lectura inmediata de lo ocurrido parece muy clara. Armenia no tiene medios propios para soportar la presión azerí e Irán, socio interesado también de los armenios, no va a incrementar su apoyo porque bastante tiene con controlar el desafío interno de sus ciudadanos. Mientras tanto el respaldo turco e israelí a Alíyev no va a disminuir y por eso en un futuro no muy lejano intentará eliminar del mapa geopolítico a la propia Armenia. La reunión en Granada del próximo 5 de octubre entre ambos países, a la que asistirán representantes de Alemania, Francia y la UE, puede servir para que se firme un tratado de paz, pero mientras tanto seguirá el éxodo hacia Armenia de los habitantes del territorio de la difunta República de Artsaj.

La cuestión armenia forma parte de una reestructuración geopolítica mundial en la que la tan manoseada democracia no es más que un modelo caduco que se defiende hipócritamente por aquellos que la utilizan en su propio beneficio y que cuando llegue el momento no dudarán en destruir. Cuando ocurra, nos lo tragaremos como Ucrania para loor y beneficio de unas élites mundiales a las que les sobran la mayoría de los ciudadanos. Material defectuoso que ya no les ofrece rédito alguno y, por lo tanto, prescindible.

Daniel Reboredo, historiador y analista de política internacional.

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