Los refugiados, oportunidad para el sector financiero

Cada minuto, en promedio, 31 personas se convierten en desplazadas: obligadas a dejar sus trabajos, casas e incluso familias. Tras arduos viajes, los refugiados suelen llegar a otros países sin dinero ni identificación y con pocas posesiones. Y en vez de conseguir un futuro más seguro y más próspero, muchas veces terminan marginados, excluidos e incluso demonizados, sin oportunidades de integrarse a las sociedades que los reciben o contribuir a la economía local. Un modo sencillo de empoderar a los refugiados es darles acceso a servicios financieros.

Los proveedores de servicios financieros (PSF) no suelen prestar atención a esta población; esto se debe a problemas de contacto e identificación, sumados a la idea de que son un grupo de alto riesgo. Pero con los avances tecnológicos de la última década, proveer servicios financieros a los refugiados es más fácil, seguro y eficiente que nunca.

Gracias a las tecnologías digitales y móviles, las operaciones bancarias se han trasladado de la sucursal física al teléfono móvil, dondequiera que uno esté. Esto hizo posible la difusión de la billetera digital, que permite a sus usuarios recibir, guardar y gastar dinero sin otra herramienta que el teléfono. Estos últimos años, el dinero móvil se hizo tremendamente popular sobre todo en África subsahariana; y puede cambiar la vida de la inmensa población no bancarizada del mundo: 1700 millones de personas, dos tercios de las cuales ya poseen un teléfono móvil que podría darles acceso a servicios financieros.

No hay grandes razones para hacer diferencias entre los refugiados y el resto de la población no bancarizada. Contra lo que suele creerse, los refugiados no son un grupo demográfico de más riesgo: el Informe de Kiva sobre el Impacto de los Refugiados halló que en lo referido a devolver préstamos, están al mismo nivel que los no refugiados. Además, gracias a las tecnologías de reconocimiento facial e inteligencia artificial, los bancos ahora pueden verificar la identidad de los usuarios al instante, por ejemplo mediante una rápida exploración del iris que puede realizarse a través de una interfaz de programación de aplicaciones (API) de verificación de identidad, de código abierto.

De modo que el hecho de que un refugiado carezca de documento de identidad, garantías o dirección fija se está volviendo irrelevante. Y lo será todavía más con la introducción de ID2020, un proyecto de colaboración entre Microsoft, Accenture y Naciones Unidas que usará datos biométricos y blockchain (registros distribuidos) para crear un medio de identificación encriptado, permanente y compartible para todos los refugiados.

A los PSF les conviene adoptar el blockchain. Es verdad que esta tecnología –que permite a los participantes hacer transacciones directas creando de ellas un registro permanente e inmutable– tiene potencial para desplazar a los PSF en el largo plazo, al quitarles su monopolio sobre la intermediación de confianza. Pero en el corto plazo, su adopción por parte de los bancos puede llevar a una reducción de costos y del riesgo de fraude, lo que permitirá una veloz expansión de la provisión de servicios a refugiados y otros destinatarios. En este sentido, el blockchain puede revolucionar el acceso de los refugiados al crédito.

De hecho ya se usa blockchain para ayudar a los refugiados. Por ejemplo, en Jordania el campo de refugiados de Zaatari distribuye ayuda humanitaria con blockchain y criptomonedas. Cada refugiado recibe una billetera digital, en la que se deposita dinero para alimentos y otros insumos; las transacciones se verifican mediante reconocimiento facial. Los resultados son elocuentes: distribución justa y exacta de la ayuda, reducción del 98% en costos de transacción y menos casos de apropiación fraudulenta de fondos.

En Finlandia, la empresa especializada en blockchain MONI y el Servicio Finlandés de Inmigración han entregado a los refugiados una identificación digital almacenada en blockchain. Los refugiados pueden usar su cuenta en MONI para acceder a prestaciones sociales aunque hayan perdido el pasaporte. De este modo, el blockchain reduce la dependencia de identificaciones emitidas por gobiernos, al alentar la aceptación de otras modalidades, por ejemplo, una identificación de refugiado provista por la ONU.

Los PSF tienen otro motivo a largo plazo para ampliar la oferta de servicios a los refugiados: eso les permitirá reunir datos y aprender formas de relacionarse con clientes globales cada vez más móviles, que están pasando del empleo a tiempo completo al trabajo a distancia y freelance en la “economía de plataformas”.

Dar calificación crediticia a los freelancers –que en 2020 pueden llegar a ser el 43% de la fuerza laboral– puede ser difícil, dado lo irregular e impredecible de sus ingresos. Y muchos “nómades digitales” no tienen dirección permanente, lo que dificulta la comprobación crediticia. Es decir que estos trabajadores del futuro plantean a los servicios financieros tradicionales muchos de los mismos desafíos que los refugiados. De modo que los métodos de puntuación crediticia alternativos que se creen hoy para los refugiados pueden tener una aplicación mucho más amplia en el futuro.

En vista de todo esto, los bancos deben ampliar ya mismo su oferta de servicios a los refugiados. Podrían seguir el ejemplo de la empresa de tecnología financiera (fintech) MyBucks, que ya abrió una sucursal bancaria en el campo de refugiados de Dzaleka en Malawi para ofrecer préstamos, banca móvil y servicios de capacitación.

Pero para resolver la crisis de los refugiados y aprovechar el potencial económico de los más de 25 millones de refugiados de todo el mundo también se necesitarán cambios en otras áreas, comenzando por el discurso político de los países de destino. En muchos países, políticos y medios de comunicación describen a los refugiados como una amenaza a la seguridad, la cohesión cultural y los recursos públicos.

La ex secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton atribuyó su derrota ante Donald Trump en la elección presidencial de 2016, y el resultado del referendo por el Brexit que la precedió, al rechazo público a la inmigración; y hace poco sugirió que para cortar el ascenso del populismo, Europa debe aceptar menos refugiados. Günter Nooke, representante especial de la canciller alemana para África, tuvo una propuesta todavía más desagradable: que los países africanos cedan tierras para crear zonas económicas especiales administradas por la Unión Europea, en lo que sería una forma de “colonialismo voluntario”.

Semejantes soluciones no sólo son inmorales, sino que no pondrán fin a la crisis. Tampoco servirá la ayuda humanitaria por sí sola, salvo como medida provisoria. Para preservar el dinamismo y la estabilidad a largo plazo, los países receptores deben destrabar oportunidades económicas para los refugiados. Y en ese proceso, los PSF y las empresas fintech, cuya capacidad disruptiva es bien sabida, pueden tener un papel clave.

Jacqueline Musiitwa, a 2014 Aspen New Voices Fellow, is a regulatory attorney and an inclusive finance specialist in Uganda. Traducción: Esteban Flamini.

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