¿Pam es el futuro?

¿Pam es el futuro?

Ayer volvió a hablar, al final de su semana triunfante, y dijo que «los hombres no necesitan el registro civil para ser violadores: lo son. Y desgraciadamente en nuestro país, lo son bastante». Todavía hay quien piensa que Ángela Rodríguez Pam, la escatológica secretaria de Estado de Igualdad, se equivoca. Que es una inepta. Últimamente ha sido noticia por difundir un vídeo en el que «las chavalas jóvenes» desean el exterminio de un adversario. En otro, ella misma eleva al paroxismo la doctrina de que lo personal es político y cuestiona que sea moralmente correcto que las mujeres obtengan más placer cuando son penetradas por un hombre que cuando se estimulan con un satisfyer, consigna perfectamente coherente con el fundamento filosófico procedente del marxismo cultural que anida bajo el error catastrófico de la ley del sí es sí y que consiste en colocar a la mujer en una posición estructural de víctima del heteropatriarcado.

El estilo político de Pam, su lenguaje procaz y maleducado, su actitud frívola y desacomplejada y su estética kitsch y feísta son la encarnación del modelo de sociedad que pretende imponer el radicalismo sectario que representa Podemos. Su protagonismo institucional es el síntoma de la degradación de la democracia que promueve Pablo Iglesias. Pero que un personaje extravagante como Pam disfrute de la atalaya y del presupuesto de un ministerio para irrigar la influencia cultural tóxica y divisiva que ha destruido el ascendente socialista sobre el feminismo es una responsabilidad de Pedro Sánchez.

En la entrevista que le hizo Jorge Bustos en septiembre en EL MUNDO, Emiliano García-Page repitió un leitmotiv desde la primera pregunta: que el problema que tiene el PSOE es que ha abandonado su vocación de partido de grandes mayorías y ha perdido su autonomía, de manera que ya no puede ofrecer a los españoles una alternativa de futuro que no pase por los mismos socios. Sánchez sólo tiene un camino, que es el que él ha elegido por conveniencia pero también por naturaleza, ambición e inclinación personal, que consiste en presentarse como el líder de una coalición multiforme con el PSOE al frente y a su vera toda la ralea que lleva en el ADN la desestabilización del Estado. Podemos, ERC y Bildu, los partidos que comparten la misma cosmovisión disolvente que les ha llevado a votar en contra de corregir una ley cuyas consecuencias perniciosas para las víctimas de la violencia sexual son notorias. Pam para el presente, Pam para el futuro.

El plan de Moncloa consistiría en que Podemos se estrellase en las elecciones de mayo, aunque no tanto como para impedir reeditar gobiernos como el de la Comunidad Valenciana, para que entonces Yolanda Díaz emerja como la salvadora que pronostican muchas encuestas y pueda recoger sus restos y domeñar dócilmente el espacio asilvestrado que encabezan Pablo Iglesias e Irene Montero. En la convicción de que, si ese extremo se fragmentase, la suma de las izquierdas se haría imposible. La escenificación apasionada de esta semana está dirigida precisamente a desmentir que Podemos tenga la más mínima disposición de aquietarse a ese planteamiento. La crónica que hoy publica Lucía Méndez en este periódico lo ilustra perfectamente.

La lógica de Iglesias no es la del líder de una organización política convencional, sino la propia de un movimiento. Su cuota en el Consejo de Ministros es por tanto sólo un instrumento para lograr sus fines de impacto cultural y transformación social: Pam y compañía. Así que no va a consentir una dilución en un proyecto que escape de su control y difumine su mensaje, aunque el precio sea llevarse por delante al Gobierno de coalición. Siempre podrá entregarse a la oposición a un eventual Ejecutivo de PP y Vox. Su propósito ahora es hacerle el máximo daño posible a Yolanda Díaz, debilitarla hasta dejarla exhausta. La vicepresidenta sigue siendo, en la mejor lectura para ella, una incógnita que no asume ningún compromiso; en la peor, un bluf sin capacidad estratégica ni liderazgo. La contumacia narcisista de Irene Montero, por contraste, con su discurso de épica adolescente en la ONU tras salir vapuleada del Congreso y ninguneada por el presidente y todo el Gabinete, es una exhibición de energía, determinación y resiliencia. De fe en la fortaleza que conservaría Podemos para la agitación orgánica y para marcar, como ha hecho esta semana, la agenda pública. Aunque su respaldo popular aparezca menguante, y el pinchazo callejero del 8M lo confirma, hay una feligresía incondicional y relevante que resiste a su lado. Queda por delante toda la tramitación de la reforma del sí es sí para replicar el episodio.

Sánchez tendrá en los próximos días una crisis de Gobierno para sacar a Reyes Maroto y Carolina Darias. No parece probable que salga Montero. «Sería facilitarle las cosas, victimizarla», dicen en Moncloa. Ningún presidente conserva la autoridad moral cuando un socio lo llama «fascista», lo agrede verbalmente hasta el agotamiento y no recibe ninguna respuesta. El respaldo del PP, que se expone a un fiasco legislativo, cortocircuita un contraataque. La desmoralización cunde en las filas socialistas. Queda en evidencia toda la legislatura y se viene abajo la credibilidad que pudiera quedarle al proyecto personal de Sánchez. El acuerdo ofrecido para la Ley de Vivienda y el alcanzado sobre pensiones, cuyo coste sobre las generaciones futuras será incalculable, son una muestra más de las consecuencias dramáticas del contagio populista y del precio de este viaje. Empobrecimiento, ruido constante, polarización ideológica, moralización social. ¿Pam es el futuro? No: la emoción ciudadana está en la centralidad.

Joaquín Manso, director de El Mundo.

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