Políticos nihilistas

Para ajustar las cuentas, los políticos recortan sueldos, suben impuestos y eliminan puestos de trabajo. Las vacantes que dejan los profesores, los investigadores y hasta los médicos que se jubilan no se cubren. Los bancos fueron los que valoraron los pisos por encima de su valor para conceder préstamos a los ciudadanos y ahora se quedan con los pisos mientras la gente queda hipotecada para el resto de su vida y en la calle. La ciudadanía está convencida de que, mientras, se mantienen infinidad de puestos en la Administración que no tienen más finalidad que la de colocar a políticos. ¿Son necesarios el Senado, las diputaciones, tan gran número de diputados tanto en el Parlamento nacional como en los autonómicos, tantos ayuntamientos, tantas cadenas públicas de televisión? Los políticos multiplican entes que sólo sirven de reposo, asueto, distracción y recompensa económica para ellos.

En España no habrá un corralito; ya lo hay. Jubilados que podrían vivir bien, sin angustias gracias al dinero que ahorraron a lo largo de toda su vida, lo están pasando francamente mal por las estafas bancarias que han sufrido. Los bancos se han quedado con el dinero de los contribuyentes con engaño, delito tipificado en el Código de los españoles. Estos líderes de la libertad han privado a la gente de decidir sobre su dinero. Hacen como el diablo de los Ejercicios de San Ignacio: «Entra con la nuestra para salir con la suya».

Todos los focos están puestos sobre Bankia, sobre el desfalco del Palau de Millet, sobre el despilfarro de las autonomías y de las obras faraónicas de políticos con delirios de grandeza, sobre aeropuertos en los que nunca ha aterrizado ningún avión... Hay que investigar a todos los directores y gestores que han arruinado bancos y cajas. «Si no quieren investigación es porque temen ser pillados», se dice. El secretismo es uno de los criterios de todos los grupos mafiosos. Justifican e imponen la ley del silencio en aras de la seguridad del Estado. Todo el que dilapidó y gestionó mal el dinero público debe devolverlo. Han abusado de la confianza, de la buena fe, del poder que se les ha otorgado. Y han pisoteado el sentido común.

La sabiduría popular dice que «lobo a lobo no se tira bocado» y que «nadie tira piedras contra su tejado». Si puede, «arrima el ascua a su sardina» y «lleva el agua a su molino». Son los lobos los que han hecho su reglamento que imponen una austeridad y un ascetismo de anacoreta al resto mientras ellos no se privan de nada. Todo lo que hacen es legal, hasta las indemnizaciones millonarias después de haber arruinado las cajas que dirigían, porque cumplen las reglas del juego que ellos se han dado a sí mismos.

Sin Estado no es posible la supervivencia de una sociedad compleja como la nuestra. La belleza y el horror van de la mano en la vida de cada uno y de las comunidades, pero algunos políticos y algunos banqueros sólo muestran el horror. Muchos políticos son responsables de lo que está ocurriendo; ellos, junto a los banqueros, nos han colocado en la situación que estamos padeciendo.

Esta casta de políticos y banqueros son como un torbellino de egoísmos particulares y colectivos que no están dirigidos a la consecución de una sociedad mejor. Para ellos, la política es un instrumento más al servicio de una brutal y descarnada ambición de poder. Por internet me ha llegado esta definición de la política: «Es un medio para la promoción de metas egoístas y enriquecimiento de aquéllos que no son capaces de hacerlo compitiendo». Y ésta otra de los partidos: «Son fábricas de colocación de los suyos olvidando y aun en contra de la comunidad que los ha elegido y les otorgó su confianza».

Esa minoría vive en un estado de hybris, desdeñosa arrogancia, y está provocando la ira del pueblo, que, de momento, se siente impotente y está transformando la crisis en una forma de vida como si fuera algo natural. Pero mucha gente está empezando a darse cuenta y a decir que no está lidiando con procesos y reacciones ciegas del mercado ni con una lógica económica neutral, sino con una elaborada estrategia, urdida para estrangular al pueblo.

Se oye con frecuencia: Deberíamos tomar en serio la maldad de los políticos y, en las próximas elecciones, abstenernos en masa y no legitimar con nuestro voto este estado de cosas. Muchos piensan que el remedio está en cambiar la situación porque los que la causaron con su actuación irresponsable y, a veces, delictiva, no pueden remediarla. Oí decir: «Eso es como meter la zorra en el gallinero».

La crisis va minando la autoestima y puede llegar algún día a convertirse en caos social y en angustia que desestabilice el marco de nuestra existencia cotidiana. El 15-M, impresionante explosión de creatividad e increíble efervescencia en el primer momento, es una protesta contra este estado de cosas. Su función es dar corporeidad, visibilidad al desasosiego social. Muchos no le conceden ningún reconocimiento porque sólo es un representante del enfado colectivo y porque se ha ido desvirtuando y se ha dejado manipular. El pueblo no simpatiza con el Movimiento 15-M, sino que éste proclama lo que dice el pueblo. Por eso sus protestas tienen ese enorme eco. Le falta un instrumento que confiera orden al flujo de rebelión que lo origina.

Los mercados suben y bajan; la prima de riesgo pasa de 510 a 380 y viceversa. Como decía Mao Zedung: «Hay un gran desorden bajo el cielo, la situación es excelente». Los mercados condicionan las decisiones políticas de acuerdo a sus intereses que no son otros que los de acumular riqueza, olvidando por completo toda función social. Los políticos dictan decretos y toman medidas que favorecen el mercado y los mercaderes hacen todo por mantenerlos en el poder aunque a veces hagan semblante de ingenua espontaneidad. Parece que todas las medidas hasta ahora tomadas van encaminadas a favorecer la banca privada. Se puede pensar que la política clásica está reducida a la ritualizada y vacía cáscara de sí misma.

Muchos políticos y banqueros son nihilistas, su conducta no se ajusta a una escala de valores sino a un afán y deseo de poder y de hacerse ricos; han olvidado que su única razón de ser es el establecimiento de condiciones óptimas para que los ciudadanos puedan desplegar sus cualidades; no gastan un gramo de su cerebro en pensar en el beneficio social. Los mercaderes tienen mediatizados a los políticos e imponen sus intereses.

En la interioridad de este mundo de financieros no habita nada más que dinero; su estructura y los atributos que la determinan y la relación entre ellas son dinero. Su alma es una caja fuerte. El dinero es la cosa en sí. Fuera de él no existe nada. La sociedad rindió culto a aquéllos que se hicieron ricos de la noche a la mañana sin reparar en la moralidad de los medios. Fuimos el país del mundo en donde los listos «se podían hacer ricos en menos tiempo».

Manuel Mandianes es antropólogo y escritor. Autor del blog: Diario nihilista.

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