La economía global post-crisis en tres palabras

Cinco años han pasado desde que el colapso del banco de inversión norteamericano Lehman Brothers desató el caos financiero y marcó el inicio de la Gran Recesión. Si bien el polvo tal vez todavía no se haya asentado del todo, tres muletillas resumen lo que hemos aprendido hasta la fecha -y lo que todavía queda por hacer.

La primera palabra que me viene a la mente es resiliencia. Hace cinco años, muchos temían una repetición de la Gran Depresión de los años 1930. De hecho, como han demostrado Barry Eichengreen y Kevin O'Rourke, el colapso de la producción industrial mundial en 2008-2009 en un principio seguía perfectamente los pasos del de 1929-1930. La caída del volumen de comercio mundial y de los índices accionarios fue aún más veloz.

Afortunadamente, los caminos históricos luego divergieron. Cinco años después de la crisis de 1929, el mundo todavía estaba sumido en una depresión y el comercio se había contraído marcadamente. Hoy, Estados Unidos todavía atraviesa su peor recesión en materia de empleo desde la Segunda Guerra Mundial y el PBI de Europa no ha regresado a los niveles previos a la crisis, pero la producción global ha crecido 15% desde 2008, y el comercio mundial ha subido más del 12%.

El mundo evitó una Segunda Gran Depresión principalmente porque no hubo ninguna crisis financiera global esta vez. Lo que ocurrió en 2008 fue una crisis de Estados Unidos que contaminó a Europa, porque los dos sistemas financieros estaban casi completamente integrados. El resto del mundo, en cambio, se mantuvo básicamente inmune. China y otros países emergentes se vieron afectados por una seria caída de la demanda que afectó sus exportaciones, pero no por el revuelo financiero. Por el contrario, el valor de los bonos del gobierno de Estados Unidos que China y otros mantuvieron en sus arcas aumentó en respuesta a la caída de las tasas de interés.

Otra razón para la recuperación fue la respuesta oportuna pergeñada en 2009 por el G-20. Por primera vez, los países emergentes y en desarrollo participaron en un esfuerzo de reflación coordinado y, junto con sus pares de los países avanzados, prometieron resistir el proteccionismo comercial.

La recuperación pronto demostró que la economía global tenía más de un motor. Esto le dio a la economía de Estados Unidos tiempo para reponerse y hasta hizo posible que Europa experimentara su propia crisis sin generar una caída generalizada.

La segunda palabra que caracteriza los últimos cinco años es aceleración. En 2008, todos sabían que el ascenso de los países emergentes y en desarrollo estaba volviendo a trazar el mapa económico global. Pero se pensaba que iba a ser una tendencia gradual y a largo plazo. En realidad, lo que supuestamente iba a tomar una o dos décadas sólo llevó cinco años.

Una estadística simple ilustra el punto: en 2007, los países avanzados representaban casi las tres cuartas partes del PBI combinado del G-20. En 2012, su participación había caído al 63%. La combinación de diferenciales de crecimiento y precios elevados del petróleo y las materias primas resultó en un cambio masivo en la distribución del ingreso mundial.

Es más, todos los países avanzados han experimentado un rápido deterioro de sus finanzas públicas. Mientras que hace diez años las crisis de deuda pública eran consideradas una plaga que aflige a los países en desarrollo, la enfermedad hoy es la maldición de las economías avanzadas. Según el Fondo Monetario Internacional, el ratio deuda/PBI promedio a fines de 2012 era 110% en los países avanzados, pero apenas 35% en los países emergentes y 42% en los países de bajos ingresos.

Por supuesto, estas estadísticas pueden ser engañosas. Estados Unidos y Europa todavía gozan de los servicios de un vasto capital social -máquinas, edificios e infraestructura pública construidos a lo largo de décadas o incluso siglos-. Es más, el capital inmaterial cada vez es más relevante también: las autoridades norteamericanas recientemente revisaron para arriba el PBI en 400.000 millones de dólares después de reconocer que el gasto en investigación y desarrollo debía categorizarse como inversión. Los países emergentes pueden estar creciendo más rápido, pero su capital social per capita todavía no se equipara al de los países avanzados (de hecho, de esto se trata precisamente el desarrollo).

No obstante, la política global es un terreno en el que los cambios de ingresos relativos y el mal estado de las finanzas públicas de los países ricos importan. Cuando Estados Unidos y Europa amenazaron con retirar el respaldo financiero a Egipto para poder influir en el comportamiento del liderazgo militar del país, rápidamente se dieron cuenta de que Arabia Saudita y otros estados del Golfo podían ser mucho más convincentes, porque tenían bolsillos mucho más abultados.

Esto nos lleva a la tercera palabra de los últimos cinco años: reequilibrio. La globalización 1.0 se construyó alrededor de los consumidores estadounidenses y los productores chinos. La siguiente fase debería construirse en torno de los consumidores y los productores de todo el mundo.

De acuerdo con las proyecciones de Homi Kharas y Geoffrey Gertz de la Brookings Institution, hoy hay 700 millones más de personas con 10-100 dólares por día para gastar de las que había en 2003. Es más, se espera que lo que se conoce como la clase media global crezca otros 1.300 millones en los próximos diez años. De manera que hay un potencial obvio para un reequilibrio importante hacia un crecimiento liderado por el consumo en el mundo emergente y en desarrollo.

Esta nueva fase de globalización augura beneficios importantes para la economía global. En lugar del patrón comercial de alguna manera unilateral de los últimos veinte años, el nuevo modelo implica un mayor bienestar para los hogares en los países en desarrollo y oportunidades para más productores en las economías avanzadas. Al mismo tiempo, los hábitos de consumo tendrán que cambiar en todas partes: la clase media no puede triplicar su tamaño y seguir dependiendo de los mismos patrones de gasto con un alto consumo de energía y carbono.

Ahora bien, todavía no llegamos a eso. En parte debido a las medidas de estímulo del gobierno, el crecimiento de China desde 2008 ha estado impulsado más por la inversión que por el consumo, lo que ha impedido el reequilibrio de la demanda tan necesario. El desempeño económico ha estado sostenido por un auge de la inversión en parte artificial, que hoy se está extinguiendo -lo que plantea cuestionamientos sobre la capacidad de China para mantener un crecimiento lo suficientemente rápido-. Y la demanda aún exige un alto consumo de energía y carbono. De modo que todavía hay que lidiar con una transición, y la reciente agitación de los mercados de cambio en varios países emergentes indica que será una transición delicada.

La resiliencia que la economía mundial ha demostrado desde 2008 ofrece motivos para alegrarse, y la aceleración de los cambios en el equilibrio global de fortaleza económica y financiera es algo para reflexionar. Pero el desafío que aún persiste de reequilibrar la demanda (tanto en términos cuantitativos como cualitativos) sigue siendo importante. Hasta que no se hayan hecho más progresos para lograr este objetivo, será demasiado pronto para cantar victoria.

Jean Pisani-Ferry is Professor of Economics at Université Paris-Dauphine and currently serves as the Director of Economic Policy Planning for the Prime Minister of France. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank.

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