El dividendo del profesor Monti

Italia no es sólo un gran equipo. Es un gran país. Y quizás fuese suficiente, para no envenenarnos la vida, que fuésemos conscientes y estuviésemos orgullosos de ello. Durante la noche en que mirábamos a Varsovia, en Bruselas habíamos recuperado aquel papel de protagonistas de la UE, que se había perdido durante tantos años de pálidas apariciones. El mérito es de Mario Monti. Y quizás también quienes pensaron retirarle su confianza deberían pensar que cualquier otro en su lugar no habría conseguido nada más que la cortesía personal de nuestros socios. Una Europa con una Italia más escuchada, pese a que aún no sea una Italia más fuerte, puede afrontar mejor la crisis del euro. Una crisis que todavía no se ha solucionado, pero que ha demostrado ante los mercados, sorprendiéndolos, una determinación que parecía casi inimaginable tras tantas cumbres fallidas.

La reacción positiva de las bolsas lo atestigua, aunque todavía sea prematuro ilusionarse y lanzar las campanas al vuelo. Un inédito eje mediterráneo entre Francia, Italia y España obligó a Alemania a mirar el mapa y las estadísticas económicas de una forma diferente. Y no es poco. El rostro serio de Merkel no era sólo el de una aficionada desilusionada.

El pacto para el crecimiento dispone de 120.000 millones de euros y su efecto multiplicador sobre el empleo y la renta no será decisivo pero tampoco despreciable. Con la incógnita de cuánto va a ser el dinero disponible. La supervisión bancaria única, con la intervención del BCE, y la financiación directa a las instituciones financieras españolas en dificultades a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad pueden interrumpir, o al menos alejar, el círculo vicioso entre deuda soberana y deuda privada, que constituye el corazón de la patología de la moneda única. En Deauville, en octubre de 2010, Merkel y Sarkozy cometieron el error de introducir la deuda privada en la crisis griega y, como consecuencia, el contagio de los mercados fue algo imparable.

El escudo anti-spread es la novedad más importante. Una novedad mal digerida por los alemanes, contrarios a cualquier forma de compartir la deuda de los demás, incluidos los eurobonos. Respecto a la funcionalidad de este mecanismo, que debería intervenir adquiriendo títulos públicos de los países virtuosos para reducir los rendimientos excesivos, es oportuno tener reservas. Especialmente sobre el montante de la dotación, las garantías relativas, la interpretación de los tratados y sus condiciones. Monti, uno de sus más firmes partidarios, asegura que Italia no lo utilizará, al menos por ahora. Y explica que los que lo utilicen no se verán obligados a ceder soberanía, como sucede para los que se refugian entre los brazos de hierro del FMI, un acreedor privilegiado que impone un duro programa de saneamiento (ése fue el consejo que cariñosamente se le dio a Berlusconi y a Tremonti en la dramática cumbre de Cannes del año pasado).

Más allá de los tecnicismos y las dudas del BCE y del propio Draghi, el significado político más importante de esta medida reside en la afirmación de la necesidad absoluta de la moneda única, protegida también de los excesivos costes del dinero que tienen que pagar los Estados miembros. Un paso adelante en el camino trazado de la unión política y fiscal. Un dividendo precioso para Italia, que no puede quedar en las aguas de borrajas venenosas de los particularismos de los partidos y las corporaciones. El camino de las reformas, no sólo económicas, es largo. Los retos no se han terminado, pero el tiempo casi.

Ferruccio de Bortoli es el director de Corriere della Sera.

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