Sánchez nunca deja de asombrarnos.
Era previsible que dedicara páginas y páginas del prólogo de su nuevo libro a relatar su "victoria épica" del 23 de julio. Sin embargo, al margen de que luego haya podido legítimamente formar Gobierno, ese día sufrió la mayor derrota en votos y escaños jamás infligida por un líder de la oposición a un presidente candidato. Números cantan.
También se podía prever que utilizara adjetivos como "brutal", "devastadora", "bárbara", "ignominiosa" o "feroz" para denunciar la agresividad del PP y achacar a la oposición "ese fenómeno que en psicología llaman proyección", consistente en atribuir a los demás los propios defectos.
Incluso se podía esperar que, tras abominar de los "bulos", las "noticias falsas" y la "desinformación", Sánchez se refiriera por enésima vez a la foto de hace 28 años de Feijóo con el narco Marcial Dorado. Y que alegara sin explicar por qué —es decir, sin aportar ninguna prueba o tan siquiera indicio de connivencia, irregularidad o favoritismo— que "en cualquier otro país de Europa le habría impedido presentarse a unas elecciones". Como si a Sánchez no le hubieran hecho nunca fotos con delincuentes, sin que supiera que lo eran.
Pero, como digo, podemos dar todo esto como amortizado, en la medida en que además sólo sirve de introducción a las vivencias de Sánchez durante la pasada legislatura. En la que por cierto hay logros y empeños, como la coordinación de la lucha contra la pandemia y la vacunación masiva, la obtención de los fondos europeos, la digitalización de la economía, el impulso de la transición energética o el inequívoco alineamiento con Ucrania, cuyo mérito y acierto sería mezquino no reconocer.
Lo que no estaba en el guion, lo que nos deja boquiabiertos o más aún desconcertados, es que el título de este libro que se presenta mañana sea Tierra Firme. Pues, por mucho que aluda a sus convicciones sociales y objetivos europeístas, no deja de llegar al público en el momento de la historia de nuestra democracia con más arenas movedizas bajo los pies de un gobernante.
Poner tu nombre y tu foto junto a las palabras Tierra Firme cuando estás librando una batalla sustancial contra la mayoría de la opinión pública, al frente de una coalición heterogénea, trufada de guerras civiles; y con 171 diputados, el Senado y casi todas las autonomías y grandes ayuntamientos en contra, o bien implica el desafío de un atamán ansioso de entrar en combate con el alfanje desenvainado, o bien supone la expresión más extrema de la ataraxia del Hombre de Hielo.
Es como si el Napoleón fake de Ridley Scott hubiera llegado a consumar su intento de invadir navalmente Inglaterra, lo hubiera simultaneado con las campañas de Rusia, España, Austria, Italia y Egipto y al Memorial de Santa Helena, dictado en un inhóspito islote batido por todos los vientos en medio del océano, lo hubiera titulado Tierra Firme.
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Ha bastado menos de un mes desde su nueva investidura para que la inestabilidad de su situación haya salido al encuentro de Sánchez en al menos 12 frentes que paso a describir. Son las caras de un rompecabezas o, por decirlo en catalán, que viene más a cuento, de un trencaclosques tan enrevesado y difícil de cuadrar que ni siquiera él parece capaz de superar la prueba.
1. La amnistía y los españoles
Por mucho que insista en el mantra de "hacer de la necesidad virtud" y trate de presentarla como una especie de vacuna frente al auge de la ultraderecha, Sánchez no está logrando convencer a los españoles ni de la moralidad, ni de la justicia, ni de la utilidad de la amnistía.
Todas las encuestas muestran niveles de rechazo entre el 60 y el 70%, que serían aun más altos sin el peso de Cataluña y el País Vasco. Aunque la oposición sea más abrumadora entre los votantes del PP y Vox, es evidente que se trata de un fenómeno transversal que incluye también a gran parte de la izquierda.
Con varios meses de tramitación parlamentaria y pulso judicial por delante, con la segura afrenta del retorno triunfal e impune de Puigdemont, es imposible que el debate sobre la amnistía no siga desgastando a Sánchez.
Frente a la obviedad de que ha comprado su investidura con una medida que premia a los delincuentes y consagra la desigualdad, sólo incorpora ya argumentos tan pobres como que el PP también lo habría hecho o tan aventurados como que quienes la criticamos comprobaremos sus efectos positivos en Cataluña. ¿Y si no es así?
2. Las negociaciones con Junts y Esquerra
Hasta sus más ardientes defensores reconocen que Sánchez se ha metido en un buen lío, en dos buenos líos, o más bien en cuatro buenos líos, tantos como mesas de negociación mantendrá en Suiza, con sus correspondientes verificadores internacionales.
No hace falta tener un sentido demasiado acendrado del patriotismo y la dignidad nacional para darse cuenta de que las formas de lo que no deja de ser una nueva fase del procés son humillantes para el conjunto de los españoles.
Cuando Susanna Griso le preguntó a Sánchez si se imaginaba a Macron haciendo algo equivalente, sólo pudo responder que Francia no tiene un problema de "independentismo". Como si Córcega no existiera y al otro lado de los Pirineos no hubiera también vascos y catalanes.
Pero las formas no son sino un agravante del fondo. El mero hecho de que Sánchez haya aceptado negociar, con sendos árbitros de una u otra nacionalidad, pretensiones maximalistas, como el referéndum de autodeterminación y la cesión del 100% de los impuestos de Cataluña, implica su disposición a condicionar los intereses generales con tal de apuntalar su mayoría.
Ya que él invocó ese antecedente, es como si tras aquella reunión de Ginebra con ETA, Aznar hubiera aceptado negociar la alternativa KAS bajo la tutela del propio centro Henri Dunant, a cambio de los votos de Herri Batasuna en las instituciones.
Puede que unos y otros traten de estirar el chicle, alargando los prolegómenos, pero apenas se entre en materia quedará patente que esto no puede terminar bien.
O Sánchez vuelve a franquear sus líneas rojas y vamos hacia la mutación constitucional mediante un referéndum pactado y privilegios fiscales para Cataluña, o Junts y Esquerra competirán en ver quien le retira antes sus apoyos.
3. La contestación en el seno del PSOE
Es cierto que los 121 diputados socialistas han votado la investidura de Sánchez como una sola persona —eso es en realidad lo que son— y van a hacer lo propio con la amnistía. Igual que sus antecesores apoyaron la "guerra sucia" y sus homólogos del PP la invasión de Irak por las "armas de destrucción masiva". ¿Quién dijo que los diputados no están sometidos al mandato imperativo de su líder?
Pero esa disciplina parlamentaria —antes dejar el acta que romperla, vino a decirnos Page— es compatible con la significativa contestación entre las bases. El aplomo con que el presidente de Castilla-La Mancha superó el proceso inquisitorial al que fue sometido en Salvados evidenció que es él quien pisa terreno firme. O lo que es lo mismo, que es más fácil criticar lo que está haciendo Sánchez desde el socialismo que desde la óptica de la derecha. Porque "socialismo es igualdad".
No hay duda de que la mayoría de los militantes van a anteponer la obediencia debida —sobre todo si implica disfrutar del poder— a cualquier otra consideración. Pero eso no es aplicable a los casi ocho millones que votaron a Sánchez y que no dejan de escuchar los contundentes testimonios de González, Guerra y gran parte de sus anteriores referentes. Bastará que una pequeña porción vote al PP y otra no tan pequeña se quede en casa, para que la "mayoría progresista" se desmorone desde sus cimientos.
4. El divorcio entre Podemos y Sumar
Al margen de que esta sea la tercera guerra civil entre sus aliados, al superponerse a las que enfrentan a Junts con Esquerra y al PNV con Bildu, lo peor del paso de Podemos al Grupo Mixto es que afecta al segundo pilar del Gobierno.
Todos en el PSOE ya miran a Yolanda Díaz con la desconfianza que merece quien ha antepuesto el ajuste de cuentas y la satisfacción de su ego a la conveniencia de un proyecto compartido. Máxime cuando hubiera bastado mantener como diputada a Irene Montero y darle un ministerio irrelevante a Belarra, como intentó en el último momento Sánchez, para evitar este problema adicional.
Lo peor ahora no es que Bolaños vaya a tener que negociar cualquier ley con un interlocutor más, sino que la necesidad de Podemos de distinguirse, por su radicalismo, de Sumar va a poner más difícil al PSOE entenderse en política económica con Junts y el PNV. Se va a enterar el triministro de cómo funciona la manta zamorana.
5. La confrontación con el PP
Por muy tarde que llegue y poco de fiar que parezca, yo siempre apoyaré cualquier propuesta de diálogo entre los dos grandes partidos. Creo por tanto que el PP debería aceptar constituir esa comisión sobre la renovación del Poder Judicial, la financiación autonómica y la reforma constitucional que le ofrece Sánchez. Pero entiendo las reservas de Feijóo.
Son tres asuntos de Estado que emanan del consenso constitucional y ese espíritu no puede gestionarse por parcelas. Mientras Sánchez pretenda jugar partidas simultáneas, en Suiza con los separatistas y en Madrid con los que sus socios llaman hipócritamente "unionistas", es lógico que el PP no entre en su juego.
A menos, claro, que le diera las mismas garantías que a Puigdemont y Esquerra de que va a ceder a pretensiones clave como la reforma del sistema de elección del CGPJ antes de sentarse a renovarlo.
La trayectoria de los aliados de Sánchez y lo inopinado de sus concesiones en materias que nos afectan a todos han cohesionado al PP. Por mucho que lo intente, Sánchez no va a conseguir ni que la ciudadanía identifique a Feijóo con la extrema derecha ni que Ayuso y su entorno le perciban como un blanducho incapaz de mantener la confrontación que se avecina.
Al abrazarse a la extrema izquierda y los separatistas, Sánchez ha dejado vacío el espacio de centro y bastará que opere el principio de Arquímedes para que el PP lo vaya ocupando. Y si Vox sigue tirándose por el barranco de la exageración bronca y estéril, Feijóo podrá crecer por el flanco de Cayetana tanto como por el de Borja Sémper.
6. El Poder Judicial y los jueces
Hasta ahora Sánchez estaba ganando la batalla del relato, al culpar al PP no sólo del bloqueo del CGPJ sino también del consiguiente riesgo de colapso de algunos tribunales. La desmemoria colectiva parece dar ya por amortizado que fueron el Gobierno y sus aliados quienes vaciaron las facultades del Consejo en funciones, en materia de nombramientos, como forma de presión.
En todo caso, el PP tenía que haber facilitado el acuerdo en algún momento de los inaceptables cinco años de prórroga transcurridos y eso estará siempre en su debe.
Sin embargo, la creciente colonización de las instituciones, colocando sin pudor a agentes del Gobierno en el Tribunal Constitucional, la Fiscalía, el CIS o la Agencia Efe y, sobre todo la tramitación de la Ley de Amnistía con sus imposiciones a los tribunales, han dado un vuelco a la perspectiva sobre este asunto.
Parece lógico plantearse si lo que pretende el Gobierno no es cerrar el último anillo de control institucional para promover desde el CGPJ el nombramiento de jueces dóciles que faciliten la aplicación de lo que se pacte con los separatistas.
Sólo un cambio en el modelo de elección del siguiente Consejo, según los "estándares europeos" —la expresión es del comisario Reynders—, de forma que sean los jueces quienes elijan a los jueces, disiparía estos temores. Es la separación de poderes lo que está en juego y así lo entendieron los centenares de magistrados que protestaron vestidos con sus togas a la puerta de sus juzgados.
Cuanto más azuce el Gobierno a sus voceros, utilizando el inquietante concepto de lawfare para dos cosas tan distintas como la politización de decisiones judiciales y la resistencia del PP a renovar el CGPJ, más se enquistará este conflicto.
Porque la máxima de "antes la obligación que la devoción" también podría volverse contra Sánchez, para recordarle que su deber de defender el orden constitucional —cosa que no hace amnistiando a quienes dicen que volverán a vulnerarlo cuando se tercie— debería prevalecer sobre lo feliz que le hace seguir en el cargo.
7. Los límites de la Unión Europea
La gran contradicción de Sánchez es que su probado y encomiable europeísmo choca con lo que viene pactando con sus socios. Me refiero tanto a la rebaja de la malversación como a la amnistía de delitos de corrupción y terrorismo. Pero también a la expansión incontrolada del gasto público a costa de incrementar el déficit y la deuda.
El relajamiento de las reglas fiscales —motivado por la pandemia primero y la guerra de Ucrania después— toca ahora a su fin y, a la espera de conocer la letra pequeña del nuevo pacto, todo indica que o Sánchez empieza a recortar su política de gasto o pronto dejará a España inmersa en un procedimiento sancionador por déficit excesivo. Ese dilema complicará muchísimo sus próximos presupuestos pues, a menos que suba masivamente los impuestos a las clases medias, no podrá satisfacer ni las exigencias de sus socios ni el propio coste de su clientelismo político.
El semestre de la presidencia española toca a su fin con un mediocre balance, fruto de la desquiciada coyuntura que ha terminado priorizando el frenesí por hacer oficial el catalán en la UE. Sólo la ley que regula la Inteligencia Artificial, con la impronta de la competente y tenaz Carme Artigas, a modo de despedida por la puerta grande, dejará huella y permitirá a Sánchez sacar pecho por nuestra aportación en un asunto clave.
Lo que asoma ya en el horizonte son las elecciones del 7 de junio al Parlamento Europeo, doblemente problemáticas para Sánchez.
Por un lado, porque esa cita lleva camino de convertirse en un plebiscito interno sobre la amnistía y las negociaciones en Suiza. Y por el otro, porque un desplazamiento continental hacia la derecha tendría consecuencias en la Comisión Europea. Tanto en el caso de que el líder del PPE Manfred Weber logre reemplazar a Von der Leyen, como en el de que esta tenga que pactar con él su continuidad, Sánchez va a encontrar crecientes dificultades para que Bruselas avale sus políticas.
8. El escaso peso político del Gobierno
Frente a las expectativas de que Sánchez iba a renovar en profundidad el Gobierno para darle más peso político, la realidad ha demostrado que el suyo es un proyecto personal con media docena de colaboradores de confianza que van rotando o acumulando funciones. Sólo el fortalecimiento de Bolaños como vicepresidente político de facto y la llegada de Óscar Puente —que sabe mucho de Movilidad Sostenible aunque de momento parece darle prioridad a Twitter— han añadido algo de músculo al Ejecutivo.
Además, a menos que esa tendencia se quiebre y logre colocar a una figura de prestigio al frente de la Economía, la salida de Nadia Calviño puede suponer para Sánchez la misma merma de autoridad que la dimisión de Solbes significó para Zapatero. Con el agravante de que se habrá quedado sin el principal contrapeso para frenar las pretensiones de Yolanda Díaz de marcar la agenda.
Porque no olvidemos que Sánchez no preside un gobierno de coalición sino una coalición de dos gobiernos estancos, en lo que a nombramientos y ceses se refiere. Y con sólo 147 diputados detrás —once menos que en la pasada legislatura— una vez consumado el éxodo de Podemos.
9. Las elecciones en Galicia, País Vasco y Cataluña
Es más que probable que Alfonso Rueda adelante las elecciones gallegas al 18 de febrero u otro domingo cercano. Su gestión y su talante explican que las encuestas convaliden su mayoría absoluta. Todo indica que los gallegos van a seguir viendo en el PP de Feijóo, con Tellado como portavoz en el Congreso, su gran palanca de influencia en la política española.
En cambio, Sánchez ha cesado al único gallego que había en el Gobierno, el muy eficiente ministro de Sanidad José Manuel Miñones, como si diera ya la batalla por perdida. Sería una debacle para el PP no conservar la Xunta, pero una caída significativa del PSG supondría un primer aviso para Sánchez.
Mejores parecen las expectativas gubernamentales en las autonómicas vascas que presumiblemente se acercarán al verano para que el PNV tenga tiempo de promocionar al semidesconocido Imanol Pradales como sucesor de Urkullu. Ni siquiera se conoce aún cual será la apuesta de Bildu, pero el paso a un lado de Otegi sólo puede favorecerles, al marcar distancias con todo lo que significó ETA.
Habrá que ver si el constitucionalismo sigue apostando por el PSE-EE como valor refugio o si ayuda a renacer al PP vasco. En todo caso la clave será cual de los dos socios de Sánchez logra imponerse y en qué medida el derrotado le retira su apoyo.
Pero las elecciones verdaderamente decisivas para Sánchez serán las catalanas en el otoño de 2024 o a comienzos de 2025. Esa será la verdadera piedra de toque sobre la utilidad de la amnistía, Suiza y el verificador. Si Salvador Illa logra ser investido presidente de la Generalitat habrán funcionado los "renglones torcidos de Dios" porque una mala iniciativa habrá tenido una buena consecuencia.
Si por el contrario los separatistas conservan la mayoría y capitalizan desde la Generalitat todo lo arrancado a Sánchez, el futuro del líder del PSOE quedará visto para sentencia antes del ecuador de la legislatura.
10. Los agravios a las grandes empresas
Ha habido agravios de palabra y sobre todo de obra. Desde que, tras la debacle de las elecciones andaluzas de junio del 22, Sánchez radicalizó su mensaje contra los "señores de los puros" y sus "beneficios caídos del cielo", su relación con el Ibex no ha dejado de deteriorarse. Los impuestos a las energéticas, la banca y las llamadas "grandes fortunas" marcaron un antes y un después. Tampoco ayudó su agresividad contra Rafael del Pino cuando decidió trasladar la sede de Ferrovial a Holanda, alegando falta de seguridad jurídica.
Los avisos de Repsol y su filial Petronor bloqueando inversiones en el País Vasco, con la correspondiente alarma del PNV, parecen haber surtido ahora efecto. Tanto la vicepresidenta Ribera como el propio Sánchez han descubierto de repente que la transición energética requiere de una política fiscal que incentive las inversiones y no lo contrario. Eso mismo podría decirse de la banca y los créditos al consumo o de la presión tributaria en general.
Pero ha bastado el anuncio de que se "rediseñará" esa tasa para que Sumar haya recordado que el programa de Gobierno suscrito por el PSOE obliga a hacerla permanente. Sánchez va a estar de nuevo entre la espada que supondría que otra gran empresa emigrara de España y la pared demagógica de sus socios.
11. El activismo internacional contra Israel
No es de extrañar que los boletines de Radio Nacional hablen rutinariamente de los doce mil, quince mil o dieciocho mil palestinos "asesinados" en la Franja de Gaza. Es la traducción divulgativa de los mensajes del propio Sánchez, desde que aprovechó su visita a Israel, como presidente de turno de la UE, para erigirse en portavoz del punto de vista palestino.
Es obvio que el presidente tiene razón al invocar el Derecho Internacional Humanitario como límite a la legítima respuesta de Netanyahu tras las horrorosas matanzas perpetradas por Hamás el 7 de octubre. Pero se ha equivocado en el lugar y la forma de decirlo.
El resultado es que, tras dos protestas previas, Israel ha retirado a su embajadora de Madrid, congelando así nuestras relaciones diplomáticas. El hecho de que eso no haya sucedido con ningún otro país importante indica que la apuesta de Sánchez —jaleada por el sector pro-Hamás de su Gobierno— es cuando menos temeraria.
Pese a todo lo malo que se pueda decir de Netanyahu, Israel es la única democracia de Oriente Medio y, como acaba de verse en la ONU, cuenta y contará con el firme respaldo de cualquier administración norteamericana, cuando lo que se juega es su seguridad y derecho a la existencia.
Mucho tendrá que matizar Sánchez su posición para que lo ocurrido no nos pase factura en ámbitos como la inteligencia o la tecnología.
12. El "problema del pluralismo periodístico"
Todos los presidentes del Gobierno de la democracia, menos Zapatero, han compartido en público y en privado el mismo diagnóstico que hace Sánchez en la página 42 de su nuevo libro. Y todos han creído que sus malas relaciones con la prensa crítica obedecían a "un problema de nuestro país".
Con la diferencia, claro, de que la difusión digital de contenidos ha incrementado hoy el "pluralismo periodístico" hasta cotas nunca vistas. Eso tiene el efecto positivo de que el poder de informar e influir está mucho más repartido. Y el daño colateral de que surgen medios en ambos extremos que difaman, insultan y manipulan como parte de su libro de estilo. Pero es significativo que ninguno de ellos ocupe nunca posiciones destacadas en los ránkings de audiencia.
Lo que no se sostiene es la siguiente afirmación de Sánchez: "La España progresista no está representada en los medios de comunicación de acuerdo con su dimensión y peso social". Nadie que vea TVE y La Sexta, que escuche la SER y Radio Nacional o que lea El País, El Periódico, El Diario, InfoLibre, Público o El Plural, por hablar sólo de la prensa nacional, puede dar pábulo al presidente.
A menos, claro, que lo que alegue es que "la dimensión y peso social" los marcan las urnas. Y que por lo tanto la mitad de los medios debería respaldarle, igual que la mitad de los diputados. Y en cambio no deberían existir voces de centro, una vez que Ciudadanos se ha quedado sin escaños.
Si he situado este asunto al final de tan largo compendio es porque sinceramente creo que "el problema del pluralismo periodístico" es el menor de los que asedian a Sánchez. Es más, sólo será un problema si termina creyéndose que la gente le aplaude cuando, como dice en esa misma página 42, "explicamos con naturalidad las bondades del sanchismo" y son los medios los que sólo se fijan en quienes le abuchean. Es decir, que si él se ve guapo y hay espejos que le reflejan feo, habrá que cambiar los espejos.
La libertad de prensa no es la única ni siquiera la más importante de las libertades democráticas. Pero sirve de semáforo sobre la salud de todas las demás. No sé si Sánchez tiene un 10, un 20 o un 40% de posibilidades de encajar de forma estable las piezas de este endiablado trencaclosques que él mismo se ha inventado.
Pero todo el mérito anejo a la extremada dificultad del empeño quedará pulverizado si en su método de trabajo rige el maniqueísmo autodestructivo de que "el que no está conmigo, está contra mí". Sólo él puede desautorizar a quienes lo dicen estos días en su nombre.
Pedro J. Ramírez, director de El Español.