En política, los extremos convergen

El avance de lo que arbitrariamente se denomina extrema derecha incomoda a todas las democracias europeas. Sin razón, en mi opinión. Sería preferible preguntarse si la extrema derecha, por ejemplo, merece ese nombre, y por qué prosperan los partidos que se identifican con ella, en países que van desde Escandinavia hasta España, pasando por Francia, Alemania e Italia. Preguntémonos también por qué la extrema izquierda goza de una especie de legitimidad histórica y nadie se ofende demasiado cuando participa en un gobierno. En fin, tratemos de aportar algo de cordura al reino de los excesos.

Me parece que este intento es posible si dividimos a los votantes y a los partidos a los que estos apoyan utilizando criterios que no sean derecha, izquierda o extrema. En verdad, la realidad no coincide, o ya no coincide, con estas etiquetas arcaicas. Guiándome por mi experiencia política, como concejal en Francia, y como asesor de varios jefes de Estado en Francia, Argentina, Corea del Sur y Brasil, he comprobado que en todas partes la sociedad está efectivamente dividida en dos, pero la línea divisoria no es ideológica, sino que tiene más que ver con una condición psicológica. A una mitad de la población le gusta la época en que vivimos y la gente y, por lo tanto, es más bien optimista y humanista. Esta mitad vota a los partidos liberales. Los que la integran creen que pueden mejorar nuestro destino colectivo, pero sin brutalidad, sin exclusión y sin caer en la utopía.

¿Es esta mitad de derechas? Sabemos que esta calificación se remonta a la Revolución Francesa: los diputados que apoyaban a la monarquía absoluta se agrupaban en la derecha de la Asamblea, mientras que los partidarios de la monarquía constitucional se colocaban en la izquierda. Por tanto, podemos concluir que 'derecha' e 'izquierda' no tienen hoy un significado absoluto preciso. Todo depende de los tiempos y de las circunstancias. Los liberales, que habitualmente situamos en la derecha, solían sentarse en la izquierda hasta que los socialistas los expulsaron.

Si una mitad de nuestras sociedades es más bien liberal y le gustan nuestro tiempo y nuestros conciudadanos, debemos aceptar que a la otra mitad no le gusta ni lo uno ni lo otro. Más exactamente, esa otra mitad, que generalmente se autodenomina de izquierdas, quiere vivir en otra época con una humanidad diferente y, a ser posible, mejorada. Son partidarios de la utopía y se basan en argumentos vagamente científicos tomados de Marx o, más recientemente, de la ecología. En resumen, su ideología es simple, incluso simplista: nuestra sociedad actual está podrida; el mañana será maravilloso.

Esta supuesta izquierda que pretende ser científica es, en realidad, teológica. 'El capital' de Marx, como se ha indicado a menudo, es una nueva versión del Antiguo Testamento, en la que el proletariado ocupa el lugar del pueblo hebreo. Al decir esto, no condeno, solo expongo los hechos; es absolutamente lícito ser pesimista y creer en días mejores. Por desgracia, como nos enseña la historia, es fácil pasar de la utopía a la violencia.

Si mi imagen política, dibujada con nuevos colores, les parece mínimamente legítima, ¿dónde se sitúan los extremos? La distinción entre la extrema izquierda y la extrema derecha no está en modo alguno clara. Ambas son pesimistas y utópicas; ambas tienden a rechazar el debate; y ambas se sienten atraídas por la violencia, al menos de palabra, porque allí donde estos extremos se incluyen en un gobierno local o nacional, su extremismo tiende a diluirse en la realidad. La razón, o más bien las razones por las que los extremos avanzan me parecen similares en la derecha y en la izquierda. Si algunos en la derecha y en la izquierda detestan nuestro mundo tal como es y les gustaría cambiarlo, los extremistas lo detestan aún más y lo proclaman aún más alto. ¿Qué detesta la extrema derecha? El fin del patriarcado, el feminismo, la mezcla cultural y los derechos de las minorías. Pues sí, el mundo cambia. ¿Qué detesta la extrema izquierda? La economía de mercado, la familia tradicional, la religión y la Europa liberal.

La humanidad es así: hay optimistas, pesimistas y odiadores. A los dos extremismos les une el odio. Aunque no odien las mismas cosas, tienen en común el odio por la realidad. Pero por mucho que griten en los medios de comunicación, al amparo de este o aquel partido, la realidad siempre se impone. La economía de mercado no desaparecerá, porque ha demostrado su eficacia; la emancipación de las mujeres no se detendrá, porque ellas la desean masivamente; la inmigración no desaparecerá, porque todo el mundo quiere mejorar su destino y el de sus hijos; el clima no se enfriará, porque es difícil entender por qué se calienta. Entonces, ¿por qué votar? Porque la democracia liberal es la única institución conocida y probada que permite a optimistas, pesimistas y odiadores convivir sin matarse unos a otros en el mundo tal como realmente es.

Guy Sorman

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