Feijóo, un paso más cerca

Llegábamos al debate todos un poco descolocados: aunque el favorito era el presidente, en las encuestas iba por delante el aspirante. Pedro Sánchez ha construido no solo su liderazgo, sino incluso su personaje a través de la televisión, mientras que Alberto Núñez Feijóo era solo un aburrido político gallego que «no daba bien en cámara». Nos quedaban lejos, además, los precedentes: hay que remontarse 30 años atrás, en esta sociedad de memoria selectiva, para encontrar un cara a cara en el que el líder de la oposición aventajara al presidente del Gobierno en las encuestas.

Ambos contendientes aparecieron en las pantallas a las 10 de la noche (conciliando, que es gerundio) con algo menos de un millón de votos no en juego, pero sí en el alambre: aquellos que votaron en 2019 por el PSOE y que ahora han decidido votar al Partido Popular. De eso va en realidad esta campaña, aunque parezca que el equipo del presidente sigue sin entenderlo. Son votos dorados, sufragios que valen el doble, porque cada uno de esos votos que acabe en Génova 13 no acabará en las urnas de Ferraz 70. Pese a lo polarizado de nuestro ecosistema político, los electores no se han movido gran cosa de donde estaban hace unos años: en el entorno del centro algo escorado hacia la izquierda, pero tampoco demasiado.

Feijóo, un paso más cerca
RAÚL ARIAS

Llegamos descolocados, digo, porque estos debates cara a cara tienen, además, algo de impostado en nuestro sistema político: forman parte de una cultura que no termina de encajar con los usos de nuestro sistema parlamentario, en el que los ciudadanos no elegimos a un presidente del Gobierno, sino a un conjunto de diputados. El liderazgo es importante, claro, pero lo que está en juego el 23 de julio es una mayoría parlamentaria que permita una investidura, y quien la consiga será el que haya ganado en realidad las elecciones, no el candidato más votado, como insistía ayer Alberto Núñez Feijóo. Solemos poner demasiadas expectativas en este tipo actos en los que los candidatos suelen salir a empatar. Es muy difícil ganar con claridad un debate y conseguir que el resultado mueva la aguja de los votos. A mayores, los debates televisivos no son eventos académicos ni sirven para analizar en profundidad los temas de nuestro tiempo, por usar la terminología de Ortega. Forman parte del info-entretenimiento en el que chapoteamos y entre sus reglas básicas está no encadenar demasiadas subordinadas porque en televisión no funcionan bien.

El presidente Sánchez llegó demasiado confiado al debate. Se desenvuelve bien en televisión, pero se dejó llevar en varias ocasiones por unas emociones que el espectador percibía a medio camino entre la ira y la soberbia. La hibris, esa desmesura contra la que nos advirtieron nuestros mayores y que es quizá el mayor defecto del presidente. Y lo que mucha gente identifica como sanchismo, por cierto. Recordará el lector aquella noche triunfal en abril de 2019 cuando, asomado al balcón de Ferraz, se convirtió en el primer candidato que abroncaba a sus seguidores, («Bueno, ¿me dejáis hablar?», dijo en tono desabrido) en la noche electoral tras haber ganado unas elecciones.

El presidente no dominó ninguno de los bloques, ni siquiera el económico, aquel en el que más cómodo debería sentirse. Quizá sea un defecto de ese Madrid que todo lo devora, el pensar que los que vienen de fuera comienzan su vida el día que se instalan aquí. No, Núñez Feijóo ha gobernado durante años una comunidad bilingüe y compleja como es la gallega y, estando o no de acuerdo con él, no se le puede reprochar inexperiencia en la gestión pública. Una inexperiencia de la que sí que adolecía el presidente -por cierto- antes de llegar a La Moncloa.

Aunque en los debates se sale siempre a no perder, mantener un tono institucional es básico. Se trata de transmitir apariencia de presidente, y en esto fracasó Pedro Sánchez: sus continuas interrupciones, su victimismo constante y sus apelaciones fuera de lugar a hechos ocurridos hace décadas -terminó el bloque de política social hablando del 11 M- hicieron de él más un candidato nervioso ante una oportunidad que se le escapa que un presidente en ejercicio. El presidente estuvo inquieto durante todo el debate, sacando a colación temas que le afectan más como persona que como político (el Falcon, los eslóganes...) y que no debería haber utilizado más que como respuesta si su adversario los hubiera traído a colación. Enfrente, los españoles redescubrieron en qué consiste la famosa retranca gallega, olvidada desde que Rajoy se marchó a un registro de la propiedad.

El candidato parecía el presidente en ejercicio y el presidente parecía un aspirante... De hecho, el presidente intentó vincular de manera continua a Núñez Feijóo con Vox y con Santiago Abascal, repitiendo una estrategia que parce tener éxito solo en la cabeza de sus asesores. Hasta ahora, el intento de movilizar al electorado a la izquierda del centro agitando el fantasma de Vox ha fracasado de manera sistemática, como lo ha hecho el intento de igualar a ambos partidos: fracasó en Andalucía, lo hizo en Castilla y León, lo volvió a hacer en Madrid y, de nuevo, en las municipales y autonómicas de hace pocas semanas. Transmitir la idea, como hizo el presidente el otro día en una entrevista, de que en estas elecciones «no está en juego la alternancia sino la democracia» es no solo una irresponsabilidad, sino que tampoco parece tener ningún rendimiento electoral.

Por lo que se refiere al candidato, da la sensación de que con el debate consolidó gran parte de ese caudal de votos que vienen del PSOE y que no perdió demasiados por su derecha. No tenía un papel fácil: amarrar los votos que llegan desde el centro sin perder a los más conservadores. Y eso que no terminó de salirse del marco que dibujaba el presidente del Gobierno, tratando de igualar a una fuerza como EH Bildu, una siniestra coalición articulada en torno a los herederos del nacionalismo cruento, con Vox, una fuerza en la que militan varias de las víctimas del terrorismo nacionalista de ETA. En cualquier caso, los debates televisivos mueven poco la intención de voto y en este caso quizá estaríamos hablando más de movimientos pequeños dentro de cada bloque: a favor de Feijóo frente a Vox y a favor de Yolanda Díaz en el espacio de enfrente.

Los moderadores dejaron hacer, como esos míticos árbitros del fútbol inglés previo a la Premier que disfrutaban con el juego de contacto. No tenían un papel fácil, pero gracias a su pasividad cada uno pudo comprobar cómo son los candidatos cuando están en caliente. «Esto no es El Hormiguero», le espetó de manera elocuente Feijóo a Sánchez a cuenta de sus continuas interrupciones. Aquí no valía el colegueo impostado ni la apelación al tuteo de las entrevistas ya que, en un debate electoral, tu contrincante se juega mucho más que un periodista en una entrevista. En cualquier caso, Pedro Sánchez es rehén de una legislatura difícil, pero en la que renunció a explicar a los ciudadanos sus cambios de opinión, y eso es una cosa que los votantes suelen encajar mal. No se debe dudar de su buena fe a la hora de pactar con Podemos o a la hora de acometer los indultos de los protagonistas del mayor golpe a una democracia europea en décadas; pero lo que no se puede hacer es no explicárselo con claridad a los ciudadanos. Algo similar ocurrió con la entrega de las políticas de igualdad a una corriente tan minoritaria como sectaria de la izquierda española: si muchas de las normas que emanaban de aquel departamento eran un desastre, había que haberlas parado antes de su llegada al Congreso, no después.

Los antecedentes nos enseñan que es un error pensar que la corrupción del contrario va a movilizar votos a tu favor. No, en la cultura de los países mediterráneos la corrupción se castiga menos que la prepotencia que se deriva de la soberbia: los españoles no saben con precisión cuánto costó el rescate de Bankia, porque nuestro cerebro no procesa bien la diferencia entre 40.000 y 46.000 millones de euros, pero son conscientes de lo que supuso el uso de las tarjetas black, con un importe mucho menor...

El debate se celebró el mismo día, por cierto, de la fracasada investidura de Fernando López Miras en Murcia, con Vox votando con la izquierda frente a los populares: los de Abascal parecen no haber entendido que muchos de sus votantes les dan su confianza para marcar de cerca al PP, no para impedirle gobernar.

Quizá la campaña, salvo sorpresa, terminó el lunes. Triunfo en el debate frente al PSOE y error claro de Vox en Murcia. Estamos más cerca de volver a tener un gallego no sé si en la luna, pero desde luego sí instalado en la carretera de La Coruña...

Manuel Mostaza Barrios es politólogo y director de Asuntos Públicos de Atrevia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *