Infantino, ‘me too’

Giovanni Vincenzo Infantino, presidente de la FIFA. Foto por Présidence de la République du Bénin
Giovanni Vincenzo Infantino, presidente de la FIFA. Foto por Présidence de la République du Bénin

Es mentira que vivamos en un mundo aburrido y monótono y tampoco es verdad que la tecnología y el consumismo nos hayan convertido en figuras insensibles al dolor y las desdichas ajenas. No me esforzaré en argumentar en contra de esos juicios tan desdichados e injustos, me bastará con recordar las maravillosas palabras que ha pronunciado Gianni Infantino, preboste de la FIFA, en el comienzo del Mundial qatarí: “Hoy me siento qatarí, árabe, africano, gay, discapacitado, trabajador migrante… Me siento como ellos y sé lo que es sufrir acoso desde pequeño. Fui pelirrojo y sufrí bullying”.

Al expresarse de forma tan desgarradora y solidaria, Infantino ha hecho el milagro de que el fútbol deje de ser parte de una industria del entertainment y lo ha puesto a la cabeza de la conciencia moral del mundo. Al hablar con tan sinceras y profundas palabras la humanidad ha podido sentir un calambre moral, hemos recuperado en un repente la conciencia de nuestro lugar en el orden de las bellas palabras y los mejores sentimientos, todos hemos sentido un alivio hondo y duradero.

Basta con pensar que Infantino bien pudiera haberse limitado a cumplir con su honroso papel sin arriesgarse a asumir la responsabilidad que ha echado sobre sus hombros para valorar en toda su grandeza la conversión de este hombre, a quien suponíamos un avispado ejecutivo experto en comisiones y en negocios penumbrosos, para convertirse en un faro moral de carácter telúrico. Infantino ha mostrado estar dispuesto a todo para disputar con ventaja a figuras como Greta Thunberg o el propio Al Gore ese liderazgo moral del que nuestro mundo anda tan escaso.

Al hacerse qatarí no ha querido decir que pretenda convertirse en ciudadano de ese país en el que todos sus ciudadanos disfrutan de una suculenta renta por el mero hecho de serlo, pues es obvio que Infantino, no lo necesita, sino que ha querido subrayar su solidaridad con los ciudadanos de tan fabuloso reino que han sido víctimas de la injusta fama que se ha hecho caer sobre ese hermoso lugar a propósito de la forma en que se dice son tratados los trabajadores invitados a participar de sus beneficios. Al hacerse africano y árabe ha extendido su empatía moral hacia los vecinos del emporio que todavía no gozan de sus extraordinarios beneficios, un gesto valiente, sin duda.

Infantino se ha hecho gay, pero no para participar en festejos reivindicativos sino para mostrar su comprensión con las feas discriminaciones que afectan al colectivo y prestar todo su enorme poder para ayudarlos a librarse de tan indecorosa persecución, un aviso a los gobernantes cataríes que pudieran abrigar sentimientos homófobos, es decir que Infantino se ha jugado el pescuezo pues es fama que en el reino no acaban de ser de todo amables con tal condición.

Infantino se ha dicho discapacitado para mostrar su empatía con quienes sufren amputaciones, reales o funcionales, o mermas físicas del tipo que fuere, y ya era hora de que el zar del balompié hablase claro sobre este asunto. Por fin, Infantino, ha personalizado su caso para que veamos que no se ha dejado llevar de un arrebato sentimental porque ha confesado haber sufrido bullying por ser emigrante y pelirrojo, aunque se ha dejado en el tintero las chanzas que haya podido soportar por su calvicie, cualidad esta que no permite apreciar el tono panoja de su melena juvenil.

Tal vez se le haya escapado a Infantino dar un desmentido radical a la idea de que los cataríes pudientes le hayan proporcionado ciertas ventajas financiera por llevar a ese viejo desierto el gran deporte del balón, aunque es evidente que Infantino ha dado en el clavo al justificar semejante destino para un mundial como respuesta a todas esas vejaciones morales que sufren las personas perseguidas con las que el gran dirigente se ha solidarizado de manera inequívoca.

Claro está que siempre puede haber descontentos, personas que no se pan percibir el enorme refuerzo moral que las declaraciones del jefe mundial del fútbol han supuesto para tantas personas que sufren. Hay que ponerse en el pijama de cualquiera de ellos para tratar de sentir el alivio que han proporcionado unas manifestaciones tan generosas como sabias, de forma que, por fortuna, apenas ha habido críticas a tan nobles manifestaciones de solidaridad.

Si damos un paso más y reflexionamos sobre lo que implica un gesto moral del enorme valor que ha tenido el líder de la FIFA, aprenderemos muchas cosas sobre nuestro mundo. Sobre las palabras, en primer lugar, que venían sufriendo una merma de su sentido mágico, de su capacidad de apartarse de la realidad mostrenca de las cosas para anidar en el reino de la belleza, la moralidad y el bien absoluto y sin merma. La palabra puede salvarnos, es capaz de dominar lo que se supone que es la realidad y convertir el sufrimiento en felicidad, la fealdad en belleza y la miseria en abundancia. Nada se hurta al poder de la palabra e Infantino lo ha mostrado con su oración, se ha convertido en el Pericles de la nueva moralidad que está llevando nuestra historia a su plenitud, que proclama el triunfo definitivo de las almas bellas, aquellas en las que no cabe ni siquiera el menor atisbo de vulgaridad o de emoción innoble.

Sobre los sentimientos, para continuar. Basta alinearlos con el ideal para transformar las cosas. Quienes pensaban que el mundial de Qatar podía ser un bodrio envuelto en un chanchullo ya saben que se han equivocado, que el evento ha servido para que el trono de la moralidad sea otorgado son vacilación a los mejores sentimientos, a todo aquello que Infantino ha expresado con brillantez y ejemplaridad y que ha conseguido conmovernos.

Da igual quien gane el mundial, ya lo ha ganado Infantino con su apuesta por la solidaridad, el progreso moral y la belleza de los sentimientos. Haber llevado el fútbol a semejante culmen moral tal vez merezca algún premio mayor que el que pueda suponer comentarios admirativos y ditirámbicos como el presente que, con seguridad, habrán menudeado por las cuatro esquinas. ¿Qué tal un Premio Nobel de la Paz? Acaso sea poco. Tal vez habría que pensar en un galardón de nuevo cuño, más adecuado que una fórmula de reconocimiento ya demasiado gastada. No sé, pero espero que la senda que ha abierto Infantino se convierta en una gran avenida para la explosión sentimental, para ensalzar lo mejor del corazón humano, tan lejos del dinero, del trueque y de la corrupción.

En definitiva, no es que Infantino haya querido blanquear la inconsecuencia, es que ha rendido el mejor de los homenajes a cuantos se dedican a usar el verbo para mostrar la hermosura moral de la que están hechos todos esos proclamadores de grandes principios, caiga quien caiga. A la verdad sobre lo que pasa y al espíritu crítico, a la sospecha de tanta hermosura, que les vayan dando porque Infantino ha demostrado que todos tenemos derecho a ser felices y a sentir lo mejor, que no otra cosa es serlo.

José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es 'La virtud de la política'.

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