La prueba de fuego

Por José Luis de la Granja, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 16/07/06):

Cuando se va a cumplir el setenta aniversario del golpe de Estado del 18 de julio de 1936, causa de la Guerra Civil española, merece la pena recordar su repercusión inmediata en Vasconia. En la primavera de 1936 existía ya una dualidad política y territorial muy marcada, que explica el opuesto posicionamiento que se dio al estallar el conflicto bélico. En Vizcaya y Guipúzcoa había una neta mayoría a favor de la República y la autonomía, fruto del entendimiento entre el Frente Popular de Prieto y el PNV de Aguirre, quienes consensuaron el Estatuto vasco en las Cortes antes del golpe. Éste era preparado de forma intensa en Álava y, sobre todo, en Navarra, donde la mayoría era enemiga de la República y se organizaban al unísono la insurrección carlista y el alzamiento militar, cuyo director era el general Mola, jefe de la Comandancia de Pamplona. Por tanto, el Estatuto o la conspiración era el dilema fundamental de Vasconia en la crucial coyuntura de 1936.

Desde el amanecer del 19 de julio, los militares rebeldes y miles de requetés carlistas se apoderaron de Navarra y de casi toda Álava (salvo los valles cantábricos), impusieron la contrarrevolución y se lanzaron a la 'reconquista' de Guipúzcoa, haciendo de Navarra una «nueva Covadonga». En cambio, el golpe de Estado fracasó en Vizcaya y Guipúzcoa, que permanecieron al lado del Gobierno republicano. En Bilbao, ni siquiera hubo sublevación y el gobernador civil, el republicano Echeverría Novoa, logró controlar la situación; mientras que en San Sebastián la sublevación tardía y mal organizada fue aniquilada por las fuerzas obreras al cabo de una semana de lucha en las calles donostiarras. El poder civil desapareció y en Guipúzcoa se produjo una revolución efímera en el verano de 1936 hasta su conquista por el ejército de Mola.

Si la posición de las derechas y de las izquierdas a favor y en contra del pronunciamiento militar, respectivamente, estaba muy clara desde el primer momento, la incógnita inicial era la actitud que adoptaría el nacionalismo vasco. El PNV había sido neutral en el pleito de Monarquía o República en abril de 1931 y en la revolución socialista de octubre de 1934, pero no pudo serlo en julio de 1936. La neutralidad de un movimiento político y social de masas era imposible en una guerra civil que desde el 19 de julio se desarrollaba en territorio vasco. Únicamente cabía ser neutral a título individual: tal fue el caso de Luis Arana, el hermano de Sabino, que rechazó participar en una guerra civil entre españoles y en octubre abandonó el PNV, en protesta por la entrada de su diputado Manuel Irujo en el Gobierno de Largo Caballero a cambio de la inmediata aprobación del Estatuto. Por eso, los partidos y grupos nacionalistas se opusieron a la sublevación y compartieron el antifascismo, si bien tuvieron comportamientos distintos en el transcurso de la contienda, considerada por ellos como una guerra en la que se hallaba en juego la propia supervivencia de Euskadi.

Acción Nacionalista Vasca, miembro del Frente Popular, se comprometió enseguida con la República española y la autonomía vasca, movilizando sus bases y reclutando cuatro batallones. Contó con el consejero de Agricultura Gonzalo Nárdiz en el Gobierno de Aguirre y con el ministro sin cartera Tomás Bilbao, sustituto de Irujo en el Gobierno de Negrín. Para ANV era compatible la lucha por la libertad de Euskadi con la defensa de la democracia española, según puso de relieve su diario 'Tierra Vasca'. En cambio, el grupo radical Jagi-Jagi opinaba de forma muy diferente, pues aborrecía la República y sólo combatía por la independencia de Euskadi; de ahí que no se aliase con fuerzas no nacionalistas ni formase parte del Gobierno vasco. Pero fracasó su estrategia del Frente Nacional Vasco, propugnada por su semanario 'Patria Libre'. Por eso, no resultó extraño que sus dos batallones de gudaris dejasen las armas tras la toma de Bilbao por el ejército de Franco el 19 de junio de 1937.

La actitud del PNV fue más compleja y su 'péndulo patriótico' osciló en función de la clave autonómica, según que Euskadi careciese o tuviese el Estatuto. El 18 de julio de 1936, su dirección se vio obligada a optar entre apoyar a la República o sumarse al golpe contra ésta. Con algunas dudas y defecciones, sobre todo en Navarra y Álava, se decantó por la primera opción, porque era la única manera de alcanzar la autonomía, pactada con el Frente Popular e imposible si triunfaban los sublevados. Fue la decisión más trascendental del PNV en su historia y constituyó la prueba de fuego de su evolución democrática durante la II República. Su posicionamiento a favor de ella se plasmó en la famosa nota redactada por el BBB de Ajuriaguerra y publicada por su diario 'Euzkadi' el 19 de julio: «El Partido Nacionalista Vasco declara (...) que, planteada la lucha entre la ciudadanía y el fascismo, entre la República y la Monarquía, sus principios le llevan indeclinablemente a caer del lado de la ciudadanía y la República». La importancia del factor autonómico en su decisión, tomada «sin mucho entusiasmo», fue corroborada por el testimonio del propio Ajuriaguerra a Ronald Fraser en su libro 'Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española' (1979).

Durante el verano de 1936, en la fase preautonómica de la guerra, la hegemonía estuvo en manos del Frente Popular, que controlaba las juntas de defensa de Vizcaya y Guipúzcoa, teniendo el PNV una escasa representación en ellas. El PNV tardó en organizar sus milicias y su actuación fue marginal y pasiva en la campaña de Guipúzcoa. Más que a hacer la guerra, se dedicó a salvar al clero y las iglesias y a procurar evitar que los extremistas atentasen contra la vida de los presos derechistas, sin conseguirlo. Su posición política era peliaguda, porque los obispos de Vitoria y Pamplona, Múgica y Olaechea, en su pastoral 'Non licet' del 6 de agosto, habían condenado como ilícita la unión de los nacionalistas vascos con los marxistas contra los carlistas y demás católicos españoles. Ante ello, los dirigentes jeltzales consultaron a varios clérigos vascos, que apoyaron su actitud, y enviaron a Roma al canónigo Onaindía con un informe para el Vaticano. La Santa Sede consideró que el PNV se había equivocado de bando, pero no condenó el polémico caso de los católicos nacionalistas vascos.

El comportamiento del PNV cambió de forma sustancial tras la aprobación del Estatuto por las Cortes, en la fase autonómica de octubre de 1936 a junio de 1937, cuando fue hegemónico en el primer Gobierno vasco, aun siendo de coalición PNV/Frente Popular, al ostentar la presidencia y las principales consejerías: Defensa, Justicia y Cultura, Gobernación y Hacienda. A partir de entonces el PNV volcó todo su poderío político y militar en el conflicto bélico. Fue el partido que reclutó mayor número de batallones (28), que formaron Euzko Gudarostea, un ejército dentro del ejército vasco, pues se negó a fusionarlos con los del Frente Popular, y resistieron con tesón la ofensiva de Mola sobre Vizcaya en la primavera de 1937. Su hegemonía política le permitió ensanchar enormemente la autonomía, hasta el punto de constituir un Estado semi-independiente en Vizcaya. Combatir por él dio pleno sentido a la guerra para el PNV, que nunca ha estado tan cerca de crear un Estado propio como durante esos pocos meses, hasta que desapareció por la conquista de Bilbao por las Brigadas de Navarra.