La reforma del PP

La reforma del PP

Mañana puede ser un día decisivo en la historia de la política española por varias razones que están en la mente de todos, pero me quiero referir ahora a un propósito que ha manifestado Feijóo apenas unas horas antes de que se abran las urnas. Feijóo tiene la intención de refundar el PP, según ha declarado (“Tenemos que refundar nuestro partido y yo lo voy a intentar”) y cabe pensar que el líder del partido ha tenido esa idea a la vista de que la relativa incertidumbre electoral, que incluye la eventualidad de que el PP no pueda alcanzar el nivel de éxito que prevén las encuestas, es una manifestación clara de que el PP no tiene la suficiente energía política para lograr por sí mismo un éxito incontestable.

Si en unas semanas se viese que el PP no logra los escaños suficientes para hacer presidente, sin ataduras, a Feijóo se haría muy evidente que el PP tal como existe en la actualidad no es un instrumento político a la altura de su misión. En tal caso. el PP se vería muy probablemente abocado a algo bastante más grave, a una amenaza seria de nuevas divisiones y, tal vez, de disolución. Sin embargo, que el PP llegue a formar gobierno no significará que ese partido está en plena forma, sólo que ha vuelto a ser el palo al que se agarran los náufragos.

Ser un asidero para náufragos puede no ser poco, pero no expresa ninguna ambición. Ganar porque el otro pierde, por más que suceda a menudo, es un pobre consuelo. Lo que el PP debiera hacer es pensar en las causas por las que sus propuestas, si es que llegan a ser conocidas, no producen un entusiasmo especial, tienden a reducirse a la esperanza de que se abra paso un gobierno menos disparatado y no siempre es el caso. La muestra está en cómo perdió Rajoy una mayoría muy potente en apenas cinco años.

Tratar de convertir esta carencia en virtud es imposible, por mucho que lo intentara Soraya Saénz de Santamaría y su pléyade de rutilantes abogados del Estado, porque la política no es administración y menos si es mala. Tras el Congreso de Valencia en que Rajoy recomendó a liberales y conservadores que abandonasen el PP si querían hacer otra política que la del marianismo, el PP no ha levantado cabeza, ha sufrido escisiones y perdidas graves tanto por el centro como por su derecha y eso se ha debido a que no ha sabido encontrar la fórmula adecuada para mantener dentro de sí una pluralidad ideológica y política de cierta importancia.

Esa falta de pluralidad interna se ha complicado también con un cierto exceso de diversidad y autonomía territorial de las distintas regiones de tal forma que el PP nacional ha legado a quedar desdibujado por sus organizaciones regionales, siendo Madrid la más notable. La amenaza de convertir al PP en una federación de partidos regionales es algo más que retórica si se advierte, al tiempo, la extrema debilidad del PP en determinadas zonas, como Cataluña, el País Vasco o Asturias. Que ello haya sucedido al tiempo que formas de independentismo se han hecho fuertes aumenta la gravedad del caso. De hecho, si el PP no consiguiese a partir del 23 de julio los escaños suficientes para gobernar una de las razones más obvias de su fracaso estaría precisamente en esa desarmonía territorial de este partido.

Reformar el PP tiene que significar, sobre todo, hacer frente a esas dos graves carencias, la falta de cohesión territorial y la endeblez del entramado político. Se trata de males que ya tienen una historia larga. En su primera andadura bajo la forma de AP el partido fue víctima de un error de principio del que todavía no se ha librado del todo, la creencia errónea en que existe una mayoría natural que siempre está a la espera de que se la convoque para dar la victoria más contundente al partido. Es obvio que esa mayoría no ha comparecido nunca, entre otras cosas porque las mayorías han de ser construidas no son nunca naturales y en esto consiste la política.

La primera mayoría minoritaria del PP la tuvo Aznar en 1996 tras un largo proceso de construcción apoyado en políticas de integración de pequeñas minorías regionales y, sobre todo, en un trabajo concienzudo y muy abierto y plural para presentar un programa atractivo que, como se recordará tan solo obtuvo 156 diputados, aunque en el año 2000 se llegó a alcanzar una mayoría de 183 diputados en premio a un trabajo político bien hecho.

Un error fue no aprovechar la inercia de la mayoría para lograr un proceso de maduración y crecimiento del partido, algo que se tradujo en la poco razonable manera de establecer la dirección que habría de suceder a Aznar, que había decidido abandonar el liderazgo tras ocho años de gobierno, en un gesto que le honra pero que no estuvo suficientemente bien armado.

Desde entonces el PP ha llevado una vida lánguida y estéril a causa de sus errores y carencias, aunque ahora podrá revivir, si es el caso y al menos de forma momentánea, gracias a los persistentes traspiés y las continuas trapisondas de los gobiernos de un Sánchez empeñado en decir que está salvando a España de caer en un túnel tenebroso mientras la conduce de hecho al reino de la deuda impagable y la pobreza.

De lo dicho por Feijóo parece deducirse que es consciente de la debilidad interna del partido, una debilidad que deriva, en especial, de la equivocidad de su nombre, porque el PP no es, en verdad, un partido popular, y eso es lo que debiera ser, un gigantesco organismo a cuyo través se hacen visibles los problemas reales de la nación y de los ciudadanos. Entiéndase bien, el PP tiene algo absolutamente necesario para ser un gran partido, a saber, su potente red territorial, muy desigual, por otra parte, pero carece casi por completo de la energía política necesaria para hacer que esa red deje de ser una mera trama de influencias y favores más o menos familiares y se convierta en serio en un instrumento de participación ciudadana.

Que el PP apenas tenga nada que ofrecer ante cuestiones como el estado calamitoso de nuestra educación y de las universidades, de nuestro atraso tecnológico, de los graves fallos del sistema sanitario, de nuestra paupérrima ciencia e investigación o del descenso alarmante del nivel cultural es consecuencia de que quienes son conscientes de esos problemas y de infinitos más no consiguen hacer llegar su voz a través del partido que se limita a convertir en una rutina pobre, repetitiva y cansina sus programas con el resultado de que nadie espera que surja de ahí nada importante ni significativo.

Cuando eso sucede, el partido se convierte en una mera organización de poder que bien puede ser usada por los electores para librarse de cosas peores, pero que es incapaz de mover nada, de atraer a nadie ni de suscitar el menor entusiasmo más allá del que mueve a quienes viven directamente de sus éxitos, a una numerosa prole muy política, pero nada popular.

La enorme debilidad del PP en ciertas regiones se debe a la misma causa, a que, desde Madrid como se dice tantas veces, no se puede organizar ni manipular las organizaciones de un partido bien asentado y consciente de su misión porque ese trato las convierte en marionetas que solo resultan capaces de representar una mala comedia sin mayor interés para el público. Si Feijóo se atreve con la tarea, tantas veces aplazada, de hacer que el PP llegue a ser lo que tendría que ser, su obra tendrá mucha mayor trascendencia que cualquier supuesta derogación del sanchismo.

José Luis González Quirós ha sido profesor de la UCM y la URJC, catedrático de Instituto, e investigador del CSIC. Ha publicado numerosos libros y artículos sobre cuestiones de filosofía de la mente, filosofía de la tecnología, y teoría política. Su último libro se titula 'La virtud de la política'.

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