Magallanes, Elcano, Portugal, España

Se dolía Felipe Fernández-Armesto en una reciente Tercera de la poca importancia que se da en el extranjero a los hechos relevantes españoles, que no han sido pocos ni minúsculos a lo largo de la historia, mientras se denigra el descubrimiento de América, inicio de la Edad Moderna, prefiriéndose tomar como fecha de este trascendental cambio de era la toma de Constantinopla por parte de los turcos. Peor le fue a fray Junípero Serra, fundador de las misiones a lo largo y ancho de lo que hoy es el Estado de California, para incluir aquellas gentes en la historia. Hoy, el franciscano es objeto de insultos y derribo de estatuas en el mismo país que contribuyó a construir.

Magallanes, Elcano, Portugal, EspañaFernández-Armesto, hijo del periodista del mismo nombre, aunque firmaba como Augusto Assía, fue el único corresponsal español que predijo la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial cuando los aviones de Adolf Hitler machacaban los barrios de Londres y amenazaban con cerrar la contienda con una victoria del Reich. Lo conocí en Berlín, aunque vivía en Bonn, capital de la Alemania Occidental, y me sorprendió su sentido común, mucho más cerca de la sabiduría del campesino gallego o castellano que de la erudición libresca de muchos de mis colegas. Su hijo se crió en Inglaterra y hoy es catedrático de Historia en el Queen Mary College, de la Universidad de Londres, habiendo enseñado en instituciones Estados Unidos y Francia.

El nudo de su Tercera de ABC era Fernando de Magallanes, del que Fernández-Armesto ha escrito una reciente biografía, «persona con virtudes, pero de pocos méritos y mucha inmoralidad», le define, que dada la altura del historiador habrá que aceptar. Lo que indigna a FFA es que, al conmemorarse en 2022 la primera circunnavegación del globo terráqueo, toda una hazaña en aquellos tiempos, con tres naves de madera y sin cartas o instrumentos que las guiasen, quien se ha llevado toda la gloria haya sido Magallanes, que ni siquiera acabó la travesía, al morir en el enfrentamiento con un grupo de indígenas en una playa filipina. Ninguno de los objetivos que se había puesto antes de comenzar su empresa lo alcanzó: hallar una nueva ruta a las islas Malucas principalmente. Ni siquiera fue provechosa la expedición: sólo volvió una nave, con apenas dieciocho supervivientes, y una carga de especies que apenas dio para pagar una compensación económica a las familias de los muertos. Si me permiten una observación particular: cuantos libros leí sobre aquel viaje equinoccial decían que la carga había bastado cubrir todos los gastos, dado el astronómico precio que tenían en aquellos tiempos la canela, el clavo y otras especies orientales. Pero eso es secundario en un viaje de aquella envergadura, que puede competir con la ida a la Luna.

Fernández-Armesto atribuye la injusticia histórica a Antonio de Pigafetta, un italiano que se coló en la tripulación y que escribió un diario –tanto o más que sobre sus avatares marítimos, que fueron muchos: sólo cruzar el cabo de Hornos costó Dios y ayuda– sobre la vida a bordo de la tripulación. Incondicional de Magallanes, lo presenta como un héroe antiguo, valiente, carismático, previsor, y esa es la imagen de él que ha quedado, cuando FFA lo acusa en su libro de crímenes, deslealtades y abusos de todo tipo. Habrá que esperar qué dicen otros historiadores.

Mientras tanto, permítanme exponer una teoría más amplia, sin contradecir las anteriores. Fernando de Magallanes era portugués, al servicio de España, y mientras nuestro país ha sido objeto de todo tipo de ataques –aunque el principio de la Leyenda Negra lo escribieron dos españoles, Antonio Pérez y Bartolomé de las Casas–, Portugal desde siempre ha gozado de 'buena prensa' en el resto de mundo. La mala fama de España puede deberse a que en el que llamamos Siglo de Oro era la primera potencia mundial, con un continente recién descubierto, plata abundante y guerras por todas partes, en Europa, Asia, África e incluso Oceanía. Algo que siempre atrae envidias y malquerencias, pudiendo compararse, con un poco de imaginación, con la que despertaron los Estados Unidos al convertirse en la primera potencia mundial. Mientras tanto Portugal, mucho más pequeño, se hizo con un imperio, y muy rentable, en África, Asia y América, donde la ignorancia de un Papa que no sabía geografía, como casi todos en aquel tiempo, le regaló Brasil al trazar la línea entre los dos imperios de la península ibérica.

Más importante que eso fue que los portugueses no se procuraron, como nosotros, enemigos importantes entre el resto de las naciones de Europa, como Inglaterra, que buscaba sucedernos como gran potencia al controlar la mar océana, y puertos donde atracar sus buques. Que la flota que tomó Gibraltar en nombre de uno de los aspirantes al trono español al quedar vacante tras la muerte de Carlos II zarpara de Lisboa no fue casualidad. También buscó Portugal amigos y aliados entre los países pequeños, como Holanda, otro de los que por aquel entonces se buscaron la vida en los mares.

Es una tradición que han mantenido los portugueses a lo largo de los siglos y que les ha valido, ya en tiempos modernos, para que se les elija para ocupar cargos internacionales de prestigio, más que de poder. Hoy, el secretario general de las Naciones Unidas es portugués, Curiosa, pero no sorprendentemente, el único país con quien Portugal ha tenido rifirrafes es España, nada extraño al haber pertenecido a León y Castilla en los revueltos primeros tiempos de la Reconquista, con los reyes dividiendo su reino entre sus hijos e hijas, que dedicaron más tiempo e interés en pelearse entre ellos que en hacer frente al ocupante musulmán, lo que explica que la Reconquista durase ocho siglos, mientras que los musulmanes la conquistaron en siete años (711-718).

Hubo un primer intento en Portugal de independizarse, al proclamarse rey su conde, un plan que fue frustrado y que retuvo a nuestro país vecino como feudo de Castilla y, más tarde, de León. Las luchas entre ellos le permitieron acceder a la independencia en 1185, volcándose ya hacia el mar. Pero los cañones portugueses en los puestos fronterizos apuntaron a España hasta hace no mucho, lo que nos da una idea sobre las relaciones entre ellas. No es exagerado decir que nos olvidamos de ella, metidos de lleno en la política y en los conflictos internacionales hasta que en 1898, con el Desastre, dejamos de ser una gran potencia, e incluso se puso en duda que fuéramos europeos. Pero esa es otra cuestión. ¿O es la misma, la de siempre?

José María Carrascal

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