¿Por qué no estaremos?

A pesar de habernos comprometido inicialmente a participar en el II Homenaje a las víctimas del terrorismo organizado por el Gobierno vasco, Covite ha decidido no asistir porque últimos y graves acontecimientos nos han evidenciado la gran contradicción en que este acto se basa. Somos coherentes, dimos nuestra palabra y la hemos querido hacer presente, resumiendo en una nota nuestra opinión que hemos pedido que se lea en el desarrollo del acto. No nos manifestamos en la puerta vociferando ni amenazando porque no nos mueve ni el odio ni el fanatismo, sino un profundo sentido de la justicia y la libertad democrática y por este motivo, que siempre nos diferenciará de nuestros asesinos y sus cómplices, explicamos nuestras razones.

Lo verdaderamente auténtico de este acto es el sufrimiento, el desgarro, la entereza y la inmensa contribución que han realizado a la historia moderna de la democracia española, y por lo tanto vasca, las víctimas presentes y las ausentes que no han querido participar en el homenaje. También es auténtica la resistencia de muchos cargos públicos y militantes constitucionalistas que de buena fe asistirán y que defienden con un tributo muy alto de seguridad y bienestar nuestro sistema de libertades, la Constitución y el Estatuto de Autonomía; gracias a ellos mantenemos la esperanza de que algún día la sociedad vasca pueda ser una sociedad normalizada.

Covite representa a familiares de cien ciudadanos asesinados en el País Vasco y a treinta y dos heridos de consideración, ni uno más ni uno menos. Covite es la asociación decana en Euskadi. Nos constituimos en 1998 para preservar la memoria, la diginidad y la justicia ante el final del terrorismo. Como asociación defendemos principios políticos, los mismos por cuya defensa o representación fueron asesinados nuestros familiares: la pluralidad ideológica, la tolerancia, los derechos humanos, la convivencia libre, el derecho y la ley. ETA nos metió en política porque ETA mata por política. ETA mata y persigue al adversario para imponer su plan totalitario, para acabar con la democracia para crear su gran Euskalerria de la que nosotros no somos parte.

Es una declaración sin sentido aseverar que las víctimas no debemos hacer política. Nuestra sola existencia recuerda y advierte a quien quiera verlo y entenderlo cómo no hay que hacer política. No hay que hacer política matando, extorsionando, imponiendo, humillando. Las víctimas somos tan diversas como los terroristas: altas, bajas, rubias, morenas, inteligentes o tontas. Estamos unidas irremediablemente a los terroristas porque somos su antítesis. Ellos, la muerte; nosotras, la vida. Ellos, la mentira; las víctimas, la verdad. Ellos, la culpabilidad; nosotras, la inocencia.

Es falso y calculada e interesadamente divulgado que las víctimas seamos plurales. Todas sin excepción estamos unidas por lo mismo, nuestra necesidad y reivindicación de justicia. No puede haber víctima en su sano juicio que defienda que el terrorista que le convirtió en víctima tenga una plaza, un parque, una calle con su nombre. El interés y el consuelo por la detención, enjuiciamiento y encarcelamiento de los terroristas culpables son tan importantes como la atención psicológica o económica, la subvención o el apoyo social. La inmensa mayoría de las víctimas quiere, necesita, vencer al terrorismo, arrinconarlo. Somos moralmente superiores y nuestra trayectoria y ejemplo lo demuestran: defendemos el Estado de Derecho incluso para nuestros victimarios, éste es nuestro mejor legado.

Covite no ha cambiado de posición desde su constitución hace casi diez años, seguimos defendiendo lo mismo, en soledad, con dificultad y con miedo. Es el precio de no ser serviles a ningún poder cuando éste quiere negociar con nuestro sufrimiento que es también el de todas las víctimas. Por eso estuvimos, estamos y estaremos en contra de cualquier salida negociada para los terroristas, por mucho que se adorne de bonitas palabras. Si al final se cede y ETA consigue alguno de sus fines el precio será nuestro dolor y nuestra dignidad y ante esto nos rebelaremos siempre.

El Gobierno vasco mañana, tarde y noche practica una política de legitimación de las causas por las que dice actuar ETA, pretendiendo a pesar de la acción criminal de ETA conseguir sus fines por vías pacíficas. La Dirección de Víctimas nos dice que el acto del Kursaal versa sobre la deslegitimación. No desnaturalicemos el sentido profundo de este concepto fundamental. No caigamos en el peligro de impregnar a la palabra deslegitimación de un sentido carente de contenido, meramente voluntarista y vacío. No necesitamos palabras, exigimos hechos, actos. Y los hechos y los actos nos dicen, por citar sólo algunos acontecimientos recientes, que:

El mismo día que la Dirección de Víctimas presentaba el desarrollo del homenaje el lehendakari, el consejero de Justicia y el director de Derechos Humanos del Gobierno vasco habían invitado a la asociación de familiares de nuestros asesinos y os podemos certificar que no invitó a Covite. Presentaban un texto recordando el 60º Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el que no se cita ni una sola vez la palabra terrorismo, ni el concepto víctima del terrorismo. El Gobierno vasco considera que los presos son víctimas por estar encarcelados, equipara los crímenes terroristas con las leyes democráticas que intentan erradicarlos, por poner sólo un pequeño ejemplo. La lista de agravios es interminable.

El lehendakari y su Gobierno están empeñados en hacer política como si ETA no existiera, dicen sin el más mínimo pudor que ETA no puede marcarnos la agenda. ¿No nos ha marcado la agenda a nosotras las víctimas? ¿No marca la agenda a toda su oposición? ¿No ha marcado ETA la agenda del guardia civil Juan Manuel Piñuel Villalón? El Gobierno vasco nos trata como efectos colaterales, como accidentes sin sentido, bajas de lo azaroso. No. ETA entorpece la convivencia, la libertad y la seguridad de miles de vascos. ETA impide hacer política con normalidad tolerando sólo al nacionalismo. ETA es el principal problema de la convivencia en el País Vasco.

Exigimos al Gobierno vasco un reconocimiento sincero de las víctimas del terrorismo en su profunda dimensión. Hemos sido abatidas para impedir y torcer una política de un Estado que garantiza derechos para sus ciudadanos, que le garantiza al propio lehendakari su posibilidad de gobernarnos. No habrá libertad ni paz hasta que el nacionalismo integre en su discurso, en su proyecto de país, que tan abyectos son los atentados contra las vidas humanas como las presuntas justificaciones que invocan. Somos víctimas políticas de una injusticia política. No nos basta con una mera declaración de solidaridad, no necesitamos compasión, necesitamos acción de gobierno para la derrota de ETA: en educación, en justicia, en política informativa, en tantos aspectos cotidianos que siguen posibilitando espacios de impunidad para ETA, que siguen permitiendo la regeneración social y cultural de ETA, que siguen consintiendo el adoctrinamiento en el fanatismo de la identidad.

Mientras el lehendakari se esté reuniendo el martes 20 con el presidente Zapatero para exigirle negociar con ETA el futuro del País Vasco seguiremos sufriendo en la sociedad vasca la banalización del crimen, las confusiones obscenas que equiparan el dolor culpable y el inocente, la devaluación y la humillación de las víctimas, la amenza permanente, el miedo a ser violentado, la falta de libertad para aquellos que no comulgan con su plan.

Pensábamos que el Gobierno vasco iba a tener la deferencia de guardar las formas, de no evidenciar con sus declaraciones, propuestas y exigencias la nula verosimilitud de cualquier atisbo de acción por la verdadera deslegitimación del terrorismo. Nosotros, aunque sea clamar en el desierto, desde el compromiso por seguir resistiendo, le exigimos una moratoria en sus aspiraciones políticas que son los intereses de los nacionalistas, no de la sociedad vasca, no de las víctimas del terrorismo vascas. Una moratoria hasta que ETA sea derrotada y hasta que las víctimas podamos ocupar en esta sociedad el lugar que merecemos.

Cristina Cuesta Covite