Sánchez, punto y aparte

Victoria Prego tuvo tiempo de ver el lunes por televisión el último capítulo de la performance melodramática a la que el presidente del Gobierno decidió someter al país durante cinco días. Atenta con la misma expresividad serena y escéptica con la que ha levantado testimonio periodístico incisivo y extraordinario del último medio siglo de la vida de España. Todavía con frecuencia utilizamos en editoriales y artículos una cita suya que repetía de manera recurrente en la redacción de EL MUNDO: "La convicción democrática de los líderes políticos se mide por su respeto a la prensa".

Esta sencillez preclara para expresar diagnósticos era solo parte de su inigualable talento. La seriedad y el aplomo con los que siempre ejerció el periodismo, su desprendimiento auténtico de cualquier vanidad y su ejemplar ausencia de sectarismo la convirtieron en una autoridad moral incontestable. El último capítulo de su Historia de la Transición española en TVE concluye con el discurso con el que Don Juan Carlos abrió las primeras Cortes democráticas, una bellísima exaltación del consenso y el pluralismo político, y sobre la salva unánime de aplausos de los parlamentarios se superpone así la voz memorable y rotunda de Victoria: "Los cimientos de la democracia quedan firmemente asentados ese día. Y de ahí en adelante, el edificio democrático habrá de ser construido día a día por todos los españoles".

Sánchez, punto y apartePero en la formación de la cultura política de los ciudadanos juegan un papel determinante los liderazgos. Nada volverá a ser lo mismo tras la "carta a la ciudadanía" de Pedro Sánchez y la gigantesca impostura a la que abrió paso. "Punto y aparte". La encuesta de Sigma Dos que publicamos el jueves ofrece una muestra de retroceso democrático muy preocupante en el dato de que más de la mitad de los votantes del PSOE son partidarios del control administrativo previo de los medios. Esa intransigencia hacia la discrepancia tampoco habría sido posible sin la adhesión acrítica a las pretensiones intervencionistas del presidente de un nutrido grupo de dizque intelectuales y periodistas.

Se trata de que sean estos mismos quienes espoleen una atmósfera coactiva contra los periodistas del otro lado del muro que él construye y también contra los jueces. De confundir intencionadamente un problema real, como es el de la desinformación y la facilidad instantánea con la que viaja en el entorno digital, con sus exclusivas tribulaciones personales: de hacer indistinguibles las informaciones ciertas de las falsedades, de convertir en verdad sólo aquello que al presidente le conviene y descalificar el resto. Sembrar la incredulidad para hacerse inmune. De alimentar, en fin, un clima de excepcionalidad que justifique eventuales medidas excepcionales, desde la restricción arbitraria de la publicidad institucional -más de la que ya practica Moncloa- a la intervención por las bravas del Poder Judicial.

Sánchez quedó el lunes liberado de cualquier institucionalidad, como en un limbo. Asistimos al advenimiento del liderazgo carismático, encarnación directa de la voluntad popular al margen del control democrático de las Cortes y de su propio partido. "La labor ejecutiva reducida al capricho", escribía el martes Rafa Latorre. La camarilla dirigente se entrega a un grupo de notables: su jefe de Gabinete, el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero y, significativamente, un alto directivo de un importante grupo de comunicación. La operación culmina con el orillamiento a tambores batientes del núcleo del Gobierno y del PSOE: María Jesús Montero, Félix Bolaños, Santos Cerdán y Pilar Alegría.

Todo lo que sucedió durante aquella mañana, las horas y minutos previos a su impostado "he decidido seguir", representa una escenificación dirigida a subrayar la farsa, el fingimiento, el victimismo falsario. Todo: la visita a Zarzuela para mirarle a los ojos al Rey, la convocatoria al personal de Moncloa para aparentar que se despedía, el adelanto de la hora de la comparecencia, el largo exordio para dramatizar el suspense antes de anunciar la decisión... Sánchez ejecuta así un acto de ostentación del vasallaje al que ha sometido a intelectuales y periodistas crédulos, pero principalmente a su propio partido, vacío ya como una cáscara y enteramente a su servicio. Los líderes autoritarios mantienen el poder en parte porque lo muestran, en primer lugar a los suyos.

No estamos, sin embargo, ante un síntoma de fortaleza, sino de debilidad. Sánchez ha perdido el control de la información en tres procesos sometidos a escrutinio judicial: el que afecta a su ex secretario de Organización, el que investiga la infección de su móvil con Pegasus y el que pone el foco sobre su esposa.

Y, principalmente, su mayoría parlamentaria es tan precaria que no puede gobernar y estamos a una semana de las elecciones que ponen en juego su futuro y sus alianzas. Para sobrevivir, el presidente necesita ganar con holgura en Cataluña, precisamente donde el procés ya ha dejado abonado el terreno para la cultura política sentimental y plebiscitaria que abomina de los jueces, de la prensa y de la ultraderecha, y no duda en recurrir a las tácticas más temerarias del Grupo de Puebla para polarizar a la sociedad y dividir el voto. La clave sería dejar a Carles Puigdemont tan lejos que tuviera que aceptar un Gobierno "transversal". Parece mentira que Sánchez haya conseguido que hasta sus adversarios olviden la amnistía y lo que representa: el PP tiene que ser consciente de que sólo un buen resultado en Cataluña permitirá visibilizar a Alberto Núñez Feijóo como alternativa.

Andrés Trapiello se preguntaba y se respondía así ayer: "¿No hay esperanza entonces? Desde luego: que jueces y periodistas impidan que las mentiras se conviertan en engaños". Así lo vamos a hacer, que nadie lo dude. La prensa no puede renunciar a la función que la dota de sentido, que es la de fiscalizar el poder. Porque el edificio democrático que hemos construido los españoles es, casi 50 años después, el de un país europeo moderno, en continua pujanza, en mejora permanente, con un Estado de Derecho sólido, que dejó atrás una dictadura y alumbró una democracia en tiempo récord gracias al consenso constitucional. Como nos informó, con todo detalle, Victoria Prego.

Joaquín Manso, director de El Mundo.

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