Servicio de mantenimiento

Puede que estemos viendo una película y en la pantalla aparezca un tipo con un rifle espantando a unos intrusos con estas palabras: “¡Manténganse alejados de mi propiedad!”. Puede que vayamos en coche y nuestro GPS nos oriente con su voz expeditiva: “Siga 200 metros y manténgase a la derecha” (que luego diga: “Manténgase a la derecha y manténgase a la izquierda” es un tipo de demencia que cabe achacar menos a la lengua que a la tecnología). Puede que estemos en el aeropuerto con nuestro equipaje de mano y por megafonía nos adviertan: “Mantenga sus pertenencias vigiladas en todo momento”. Ocurre todos los días. De hecho, todo esto puede ocurrir el mismo día.

¡Cómo nos gusta que nos mantengan!

Servicio de mantenimientoPor supuesto el verbo mantener (de manu tenere, ‘tener cogido de la mano’) es antiquísimo en español: ya don Juan Manuel, en El conde Lucanor (1325-1335), hablaba de unos caballeros que “non eran tan ricos que pudiessen mantener dos posadas” (Crítica, Barcelona, 1994, p. 48); y en el Amadís de Gaula (1482-1492) de Garci Rodríguez de Montalvo puede leerse: “Agora, señores, es menester de mantener vuestra honra” (Cátedra, Madrid, 1991, p. 315, I).

Y, ciertamente, en alguna de sus acepciones, como en la de ‘costear económicamente’ o ‘proveer de sustento’, no ha sido superado. Aún mantenemos honorablemente casas, familias, amantes, poblaciones, etc. En la de ‘proteger contra la pérdida o deterioro’ convive con “conservar”, quizá un tanto abusivamente, pues puede comprobarse que “conservamos”, por ejemplo, “la salud”, “la calma”, “la honra” o “la esperanza” mucho menos de lo que las mantenemos. Y, en otras acepciones, la verdad es que mantener triunfa espectacularmente sobre otros verbos susceptibles de aparecer en el mismo contexto.

Quizá triunfe demasiado, en nuestra opinión. La peculiar composición y etimología de mantener lo convierten en un verbo reputado (seguramente vaga por la cabeza de muchos estilistas que man- es un lustroso prefijo), con aura de preciso o sutil, sobre todo comparado con el más simple y versátil “tener” que forma parte de él y que le da, entre otras cosas, su forma de conjugación. A la hora de “expresarnos bien”, es notable cómo preferimos mantener cuando habríamos podido elegir perfectamente “tener”:

“Esta acción no logró impedir que aun estando casada siguiera manteniendo correspondencia secreta con José” (Laura Esquivel, Como agua para chocolate (1985), Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1995, p. 122).

“… haga usted caso a su señora […], mantenga una conversación adulta con ella” (Elvira Lindo, Tinto de verano, Aguilar, Madrid, 2001, p. 43).

“… una vez mantuvo relaciones sexuales con su novia frente a un pariente parapléjico de ella” (“Veronika decide hacer una partuza”, Montevideo.com, 5/VI/08).

“Leonardo DiCaprio: Estas son las modelos que mantuvieron un romance con el actor” (titular, Eju.tv, 30/I/14).

“Putin y Yanukovich mantuvieron un encuentro privado durante la ceremonia inaugural de los JJOO” (titular, Europa Press, 8/II/14).

Se puede alegar que manteniendo todas estas cosas, en vez de “teniéndolas” sin más, se da una mejor idea de su duración y continuidad. Sin embargo, la mayoría de los objetos del verbo en estos ejemplos (una correspondencia, una conversación, un “romance”, un encuentro) ya parecen venir con la continuidad puesta de casa (y en uno de ellos hay hasta un “siguiera”); y recordemos que las “relaciones sexuales” de las que damos cuenta fueron solo “una vez” (¿a lo mejor esa única vez duraron mucho?). Volvemos, en fin, con el argumento del “matiz”, que tantas veces enmascara una mera pretensión estilística.

Veamos otras cosas que “duran” para comprobar el poderoso alcance del verbo mantener:

“[Laurent Fignon] se impuso en el Giro de Italia y mantuvo una cerrada lucha con Greg Lemond en el Tour (Ignacio Mansilla, Conocer el deporte, Gymnos, Madrid, 1995, p. 100).

“Soldados israelíes y milicianos palestinos mantuvieron un tiroteo esta mañana” (“Tiroteo en Gaza entre soldados israelís y militantes de Hamás”, Público, 6/V/09).

“Durante el primer tiempo del encuentro, ambos conjuntos mantuvieron un partido de ida y vuelta sin claro dominio para ninguno de los dos” (“Deportivo Petare consigue su primera victoria en la ‘Copa Bicentenaria’”, Solo Deportes, 29/VII/11).

“… los aficionados mantuvieron un desfile por la ciudad” (“Festejaron los tijuanenses el triunfo de los Xoloitzcuintles”, Fútbol Total, 26/XI/12).

No sabemos realmente si una lucha, un tiroteo, un partido, un desfile (¡un desfile!) se mantienen. Tal vez lo de la lucha sea por proximidad (?) con “sostener”; en todo caso, hay pruebas de lo que se “sostiene” también se mantiene:

“Nada menos que Charles Darwin mantenía la opinión de que los instintos eran tan importantes como la estructura corporal para la supervivencia de las especies” (José Luis Pinillos, Principios de psicología (1975), Alianza, Madrid, 1995, p. 218).

“Para ello [Wittgenstein] mantiene la idea de que cualquier expresión adquiere significado sólo cuando se le da un uso en alguna tarea humana” (Antonio Aguilera Pedroso, Hombre y cultura, Trotta, Madrid, 1995, p. 66).

“… y, por ello, podemos mantener que la visión del ojo no coincide plenamente con el registro de la cámara” (José Manuel Susperregui, Fundamentos de la fotografía, Universidad del País Vasco, Bilbao, 2000, p. 79).

Aparte de “sostener”, entre la considerable lista de verbos compuestos por tener y algún prefijo (“abstener”, “atener”, “contener”, “entretener”, “obtener”), tenemos también “retener”, con el que mantener se asimila con cierta frecuencia:

“Incontinencia urinaria: Es la incapacidad para mantener la orina en la vejiga” (Pilar Fernández Soto, Auxiliar de ayuda a domicilio, Ideaspropias, Vigo, 2005, p. 96).

“José murió después de sufrir una larga enfermedad. Su lento decaimiento nos mantuvo en casa por un buen tiempo” (Alan Moore y Gill Tavner, María de Galilea, San Pablo, Bogotá, 2012, trad. de Eduardo Ortega Jiménez, p. 36).

“La Audiencia acuerda mantener en prisión a los padres de Asunta” (titular, El Periódico, 16/X/13).

A veces, allí donde decimos tan gustosamente mantener, se nos podrían haber ocurrido otros verbos que no pertenecen a la familia de -tener. Pensamos especialmente en “guardar”, pero también en muchos otros:

“Con los años se alcanza la madurez y el profesor aprende a mantener las distancias o al menos a curarse en salud y proponer el matrimonio a las alumnas que seduce o le seducen” (Manuel Vázquez Montalbán, Galíndez (1990), Seix Barral, Barcelona, 1993, p. 36): guardar.

“Durante décadas mantuvo silencio sobre el error que supuso aquella intentona precipitada y mal organizada” (Luis María Anson, Don Juan (1994), Plaza & Janés, 1996, Barcelona, 1996, p. 139): guardó.

“El PP cree que Convergència i Unió no mantendrá su palabra” (“Presupuestos 1996. Partidos, políticos y sindicatos descalifican…”, El Mundo, 30/IX/95): cumplirá.

“… y si ese Luis U. está dispuesto a mantenerse de veras en su actitud…” (Luis Magrinyà, Los dos Luises, Anagrama, Barcelona, 2000, pp. 58-59): persistir.

“… el lehendakari Ibarretxe se empeñó, por su parte, en mantener hasta la noche de ayer el suspense sobre su asistencia” (“Autonomías y disciplina partidista”, El País, 27/X/04): prolongar.

“… a pesar de que había jurado mantener el secreto, Josie decidió contárselo a Hemingway” (Paul Preston, Idealistas bajo las balas, DeBolsillo, Barcelona, 2008, trad. de Beatriz Ansón Balsameda y Ricardo García Pérez, Google Libros): guardar.

“No debemos olvidar que tenemos que mantener una dieta rica y con cierto equilibrio” (Luis Pablo Hernández López, Autonomía personal y salud infantil, Paraninfo, Madrid, 2012, p. 134): seguir, llevar.

Volvamos, para terminar, al uso con el que empezábamos este artículo y que creemos que es, de todos, el más explotado y el que más posibilidades expresivas ha usurpado en el español de hoy. Nos referimos a la contumaz asociación de mantener con un adjetivo en función predicativa. Como ocurre tantas veces, no es una novedad; está documentada desde antiguo: en 1611, Cristóbal Lechuga, en su Discurso en que trata de la artillería con un tratado de fortificación decía que, entre los deberes de un maestro armero, estaba el de “mantener limpias las [armas] que a de aver de respecto en la armería” (CILUS, Salamanca, 2000, p. 267). Si pensamos que mantener ya estaba presente en nuestro idioma en el siglo XIII, no se puede decir que 1611 sea una fecha temprana para esta inclinación al adjetivo. De hecho, la asociación con un adjetivo, según nuestras pesquisas, es creciente pero aun así bastante esporádica hasta la segunda mitad del siglo XIX, donde ya finalmente campa a sus anchas. Desde entonces las cosas se mantienen con asiduidad ilesas, intactas, vivas, sanas, ocultas, secretas, firmes, libres, sujetas, vigentes, unidas, separadas, constantes, estacionarias, quietas, tranquilas, intranquilas y todo lo que se nos pueda ocurrir.

Servicio de mantenimientoSin embargo, en el español de hoy es bastante obvio que muchos de estos usos, más que responder a la tradición secular, proceden de una adaptación automática y plana del verbo inglés keep (sobre todo, pero a veces también stay y remain) en su combinación con adjetivos, preposiciones o adverbios. Hemos encontrado un curioso libro titulado Mantenga los cerdos fuera de casa. Cierre la puerta a Satanás y mantenga limpio su hogar espiritual, traducción de Keep the Pigs Out: How to Slam the Door Shut on Satan and His Demons and Keep Your Spiritual Home Clean de Don Dickerman, publicado en 2010 por Casa Creación (Lake Mary, Florida, trad. de Wendy Bello): no nos cabe duda de que este título tiene poco que ver con los usos patrimoniales y sí mucho, en cambio, con el inglés.

El caso es que estos mantener con adjetivo dan lugar, a nuestro juicio, a un tipo de expresión embarullada, innecesariamente prolija, casi diríamos que pedante y desde luego poco funcional. La aversión a la simplicidad —una cualidad siempre sospechosa para los estilistas— de “tener” nos lleva comúnmente a mantener, por ejemplo, ocupada o informada a la gente, cuando habríamos podido contentarnos con “tenerla ocupada” o “informada”. Para muchos casos en los que predomina la idea de permanencia, se nos ocurren soluciones igual de simples sin perjuicio —creemos— de la elocuencia:

“Contar es entonces para mí un modo de borrar de los afluentes de mi memoria aquello que quiero mantener alejado para siempre de mi cuerpo” (Ricardo Piglia, Respiración artificial, Pomaire, Buenos Aires, 1980, p. 68): alejar, ahuyentar, expulsar.

“La madre de Marta había envejecido, lo cual no significaba que se mantuviera cruzada de brazos” (José María Gironella, Los hombres lloran solos (1986), Planeta, Barceloma, 1987, p. 237): estuviera.

“Mi patrona aún se mantenía inmóvil en el sillón, con el vestido arrugado” (Isabel Allende, Eva Luna, Plaza & Janés, Barcelona, 1987, p. 154): seguía.

“… no muevas tu rostro, […] mantente quieto frente a mí, que desfallezco...” (Marcela Serrano, Lo que está en mi corazón, Planeta, Barcelona, 2001, p. 248): estate. O: no te muevas.

“El seleccionador […] ha insistido en la necesidad de que España se mantenga fiel a su estilo y se muestre fuerte para superar a Brasil” (“España estudió a Brasil en el vídeo”, La Razón, 12/XII/03): siga, o siga siendo.

“Wolff mantenía abierta la puerta de un auto para que Elene entrara” (Ken Follett, La clave está en Rebeca (1980), DeBolsillo, Barcelona, 2005, trad. de Jorge V. García Damiano, Google Libros): sujetaba a secas, sin abierta ni nada.

“Aprendí a marchar, a disparar y a mantenerme limpio, según las normas del ejército” (Robertson Davies, El quinto en discordia (1970), Asteroide, Barcelona, 2006, trad. de Natalia Cervera, pp. 90-91): ir.

Alguien podría pensar que un buen sustituto en los ejemplos precedentes (descontando el de la puerta) podría haber sido también permanecer. ¡No, por favor! Permanecer es otro de esos verbos finos, solemnes, afectadísimos, que apenas oímos a nadie en la vida diaria pero que inunda las novelas (sobre todo las traducidas) y el lenguaje formal con una profusión realmente bárbara.

En otras ocasiones la solución para un mantener + adjetivo puede no ser un mero cambio de verbo, sino una reformulación de la frase. Es notable la frecuencia con que puede resolverse con una apelación al contrario, es decir, dándole la vuelta a la frase y expresándola con una negación:

“En la cubierta, estaba pegado con goma un rectángulo de papel blanco, y encima un rectángulo mayor de celofán para mantenerlo limpio” (Frederick Forsyth, Odessa (1972), DeBolsillo, Barcelona, 2005, trad. de Ana María de la Fuente Rodríguez, Google Libros): para que no se ensuciara.

“−Efraín −cortó Luciano−, mantén la boca cerrada” (Felipe Hernández, Naturaleza, Anagrama, Barcelona, 1981, p. 138): ten la boca cerrada, sí, pero también no abras la boca.

“Aunque inusual para un alto ejecutivo, insistía en mantener abierta la puerta de su despacho, de manera que los ministros y secretarios pudiesen entrar y salir” (Henry Kamen, Felipe de España, Siglo XXI, Madrid, 1998, trad. de Patricia Escandón, p. 226): dejar abierta, sí, pero también no cerrar.

“Si Héctor es una lata, vamos a pegarle un par de veces para que se mantenga alejado de nosotros” (María Socorro Entrena, Animar a desanimados, San Pablo, Madrid, 2001, p. 64): no se acerque o no se pegue.

“¡Mantente despierto, maldita sea! —le ordené agarrando el volante” (Maggie Shayne, Nacida al anochecer, Harlequín Ibérica, Madrid, 2006, trad. de Julia Mª Vidal Verdía, p. 97): no te duermas.

“Le ha preparado la cena, está en un plato en el horno, para que se mantenga caliente” (Rachel Cusk, Las variaciones Bradshaw, Lumen, Barcelona, 2010, trad. de Cruz Rodríguez Juiz, Google Libros): para que no se enfríe.

Aquí lo dejamos por hoy. No sin antes confesar que hay misterios, francamente, para los que tenemos solución:

“¿Cuántos días me mantuviste cegado? Ahora hay una gran luz encima de mí, y te veo” (Jorge Volpi, Días de ira, Siglo XXI, México D. F., 1994, pp. 195-196).

Luis Magrinyà

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