Los chilenos vuelven la cara

Volvió a ocurrir. Los chilenos rechazaron el pasado día 17 la nueva propuesta de Constitución, elaborada en esta ocasión por las fuerzas políticas de la derecha. Los ciudadanos del país austral priorizan otros problemas del país, y por ende suyos, por delante de una nueva carta magna. El 'no' del 55,76% lleva a que se mantenga vigente la Ley Fundamental (1980) elaborada durante la cruel y sangrienta dictadura de Augusto Pinochet.

Votaron en contra de la propuesta de la izquierda en 2022, ahora lo hacen con la de la derecha y parece que se resignan a modificarla cuando sea necesario, como ya ha ocurrido en 70 ocasiones (desde Ricardo Lagos a Michelle Bachelet). Parece que finaliza aquí el proceso constituyente iniciado en 2019 después de las violentas protestas sociales que recorrieron el país y que llevaron a la presidencia a Gabriel Boric. Fracasó este y ahora lo han hecho José Antonio Kast y su Partido Republicano. Toca, por parte de la presidencia de Boric y de la oposición liderada por Kast, superar la división y la polarización, y ponerse enfrente de los principales desafíos y urgencias del país (desigualdad, educación, salud, seguridad, vivienda, etcétera). La vuelta a la casilla de salida así lo exige.

Claro que es interesante señalar que este nuevo proceso constituyente ha sido muy diferente al anterior, al nacido del estallido social; más conservador, más restrictivo, menos ciudadano y más maniobra política que deseo sincero de cambio. Recordemos que el actual Gobierno cumplirá en marzo la mitad de su mandato sin haber aplicado ninguna de las reformas prometidas hace más de cuatro años.

Por otra parte, qué nos hace pensar que una ciudadanía despreciada, desconcertada, desinformada y abandonada por los partidos de la izquierda tiene miedo de una Constitución como la actual, bastante menos retrógrada que la propuesta recientemente votada. El 17 de diciembre de 2023 quedará como fecha simbólica de la ausencia y debilidad de una izquierda adormilada, complaciente, nostálgica y añorante de una memoria inútil en los tiempos que corren. Lo acaecido cuatro años antes, desde el 19 de octubre de 2019, el 'estallido de octubre', solo fue un momento ilusionante y resplandeciente que iluminó, cegó y ofuscó finalmente las posibilidades de cambio y mejora de una situación social y económica calamitosa.

Para los chilenos la Constitución nunca fue su principal preocupación. Consagra principios que deben materializarse en leyes, pero no resuelve los problemas cotidianos. Son conscientes de que el texto no modifica la estructura del poder ni los centros de influencia y decisión. Las derechas y las izquierdas del país cohabitan con esta realidad que les permite sustentar un estatus político en el que se aseguran su existencia y su reproducción. De ahí el desequilibrio entre el poder ejecutivo y el legislativo, la atribución presidencial de legislar y el rechazo a la iniciativa popular de leyes o al referéndum revocatorio.

Chile, país laboratorio, pionero en la introducción de recetas neoliberales, no ha sido capaz de adquirir una legitimidad duradera, tras los sucesivos gobiernos democráticos, incluyendo cinco de la coalición de centro-izquierda, porque el 'modelo', a pesar de su camino hacia la diversidad, el feminismo, los derechos humanos, la lucha contra el cambio climático y las mejoras sociales, nunca se consolidó y porque la clase política se mueve bien en el hábitat que señalábamos con anterioridad.

Solo hay que recordar que durante casi tres decenios la democracia de las alianzas y la ley electoral (vigente entre 1989 y 2018) ampararon el reparto de cuotas de poder que se mantienen, con nuevos protagonistas, en los 25 partidos políticos actuales del Congreso.

Las posibilidades de cambio son nulas y los ciudadanos se cobijan en diferentes movimientos sociales centrados en la lucha por la educación, el empleo, la salud, las pensiones o la vivienda, y en la denuncia de la especulación, la corrupción, la inseguridad, la violencia... La transformación política en esta coyuntura es imposible y se cierra así el proceso constitucional chileno iniciado en plena revuelta popular dejando una sensación de vacío y desesperanza frente a un horizonte lleno de obstáculos.

Daniel Reboredo, historiador y analista político.

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