Las elecciones legislativas del siglo no han llegado a levantar un tsunami en las costas demócratas, pero sí un huracán de fuerza 5. La paliza en la Cámara de Representantes (los republicanos la dominan con al menos 240 escaños, han ganado 61, después de cuatro años enminoría) y el claro debacle en el Senado (los republicanos recuperan seis escaños, aunque no llegan a dominarlo), recuerdan el hundimiento republicano de noviembre del 2006. El ajuste de cuentas está servido.
¿Cuáles han sido las claves de la derrota demócrata? En mi opinión, la primera ha sido la indolencia frente al entusiasmo republicano. Cuando Obama, en una entrevista a Rolling Stones, prácticamente gritaba: «Despertad, demócratas. Hemos logrado una gran cantidad de cosas en las circunstancias más adversas que se puedan imaginar», estaba intentando movilizar a un electorado desconcertado y apático. Era el miedo a lo que podía pasar -de algún modo ha pasado- si se cumplía la encuesta del diario USA Today: el 63% de los votantes republicanos manifestaba su movilización para ir a votar frente a un 37% demócrata. Días antes, una seguidora afroamericana espetaba a Obama: «Estoy agotada de defenderle y desilusionada por su cambio». Todo un símbolo.
Por contraste, el entusiasmo republicano lo demuestra un solo dato. Kart Rove (el antiguo manitú de Bush), a través de su grupo American Crossroads, ha difundido decenas de millares de mensajes antidemócratas, ha enviado 50 millones de cartas para animar a los simpatizantes republicanos y ha activado 25 millones de llamadas telefónicas automáticas. Al entusiasmo se ha unido una discutible agresividad: Obama es un «infiltrado comunista»; Nancy Pelosi (portavoz de la Cámara de Representantes) es «Cruella de Vil», la malvada de la película 101 Dálmatas; y Harry Reid (líder demócrata en el Senado) es «Scooby Doo», el estúpido perro de los dibujos animados.
La segunda causa de la derrota demócrata ha sido la economía. La recuperación en EEUU tarda demasiado, persisten las malas cifras de empleo (10% de paro), la deuda pública se eleva a 13,6 billones de dólares y el déficit sube a 1,3 billones. Un pueblo acostumbrado al bienestar, convierte pronto una crisis económica en una crisis de confianza. Para los estadounidenses, los tiempos duros son particularmente duros. Las medidas anunciadas por el presidente Obama en su gira electoral (entre ellas, una imponente inversión de casi 60.000 millones de dólares en infraestructuras) no han sido capaces de eliminar el descontento.
En esta situación, la desbandada en su equipo económico (Peter Orszag, Christina Romer, Larry Summers y Herbert Allison, por ahora) ha sido llamativa. Lo cual se torna sorprendente si a ella se une la marcha de Rahm Emmanuel, la mano derecha del presidente y entusiasta defensor de las medidas económicas adoptadas, la del general James Jones, el anuncio de la próxima marcha del secretario de Defensa, Robert Gates, y la del gurú electoral David Axelrod (éste para preparar las presidenciales de 2012). Es como si las elecciones de medio mandato hubieran vaciado el núcleo duro de la Casa Blanca.
Estas fugas son manifestación del tercer factor que explica la derrota: el tremendo desgaste a que ha sido sometido el Gobierno: en sólo 20 meses la popularidad del presidente ha bajado en 20 puntos. Gallup acaba de publicar la historia de la aprobación de los presidentes desde Truman a Obama. La media de este último es 10 puntos menor (44%) que la media de los presidentes en el mismo periodo (53,6%). Ciertamente, no se presentaba Obama, pero pocos presidentes han estado tan presentes como él en unas elecciones de medio mandato. Tampoco la oposición las había planteado tan claramente como un referéndum sobre la Presidencia.
A estas causas podrían añadirse la llamada de los obispos norteamericanos a votar a los candidatos que con más contundencia defendieran la vida (que ha inclinado a un número apreciable de católicos por los republicanos), las presiones de los varios Tea Parties -movimientos populares, con un fuerte carga anti-establishment- en el día a día electoral, e incluso la fatalidad de la marea negra del Golfo de México.
¿Y la política exterior de Obama? Contra lo que pudiera creerse, ni Oriente Medio, ni la política con Europa, ni la situación en Irak o la guerra de Afganistán han estado demasiado presentes en las preocupaciones electorales. Ni siquiera la cascada de documentos secretos hechos públicos por WikiLeaks ha llamado demasiado la atención del estadounidense medio. Como decía The Washington Post, para ellos «la guerra de Irak y también estos documentos no son más que un recuerdo en un fantasma de un tiempo remoto».
En política suele decirse que tus admiradores son aquéllos a los que no les importaría que te cayeras a un pozo. Algo así parece haber sucedido con los demócratas y su líder. En las presidenciales, los admiradores que le llevaron al Despacho Oval -aparte, claro está, de los afroamericanos- fueron los jóvenes, las mujeres, los hispanos y, sobre todo, los independientes. Estos últimos, según Polster, son un 35% de los electores. La víspera electoral, Opinion Research Corporation, destacaba que un 52% de este segmento desaprobaba la gestión de Obama. Su voto se inclinaba por los republicanos en una proporción de dos a uno. Algo similar -aunque en menor medida- ha pasado con los jóvenes. En las presidenciales, un 15% tenía una opinión negativa de Obama; en las legislativas, esta cifra se ha doblado al 30%.
Las elecciones intermedias -a corto o a largo plazo- suelen descubrir candidatos a la Presidencia. Así, las de 1999 supusieron el nacimiento de una nueva dinastía republicana: los hermanos George W. y Jeb Bush; las de 1966 alumbraron como gobernador de California a Ronald Reagan; las de 1983 redescubrieron al gobernador de Arkansas Bill Clinton; y las de 2006 lanzaron a un joven afroamericano llamado Barack Obama.
¿Qué posibles candidatos a la Presidencia han descubierto estas de 2010? Entre los republicanos destaca Marco Rubio, un hispano de origen cubano, con 10 años en la Cámara de Representantes de Florida, moderado, abogado, con cuatro hijos y católico. Al nuevo senador ya se le jalea como posible candidato republicano a las presidenciales de 2012. Su figura recuerda vagamente al senador Santos de la serie El ala oeste de la Casa Blanca, que -siempre en la ficción televisiva- acaba como primer presidente hispano.
Sarah Palin, aunque no se ha presentado a las elecciones, ha sido la estrella de la Fox y del Tea Party, apoyando de este a oeste a los candidatos conservadores. En mi opinión, dudosamente sería presidenta, si estamos a su historial como candidata a la vicepresidencia. En fin, otro republicano moderado (Mark Kirk) le ha arrebatado al demócrata Giannoulias el escaño del Senado de Illinois que Barack Obama dejó vacante en 2008. La humillación para los demócratas se ha completado con la sustitución de Nancy Pelosy por el republicano John Boehner al frente de la Cámara de Representantes.
¿Significa todo esto que Obama es ya un cadáver político ? Depende. No voy a incidir en el manido tópico sobre los triunfos de Clinton o Reagan en las presidenciales, después de severas derrotas en las legislativas: ambos hicieron cosas bien distintas con idénticos resultados favorables. Pero no estoy seguro de que Obama sea presidente de un solo mandato. Veamos: ha cumplido entre un 60-70% de las promesas que hizo; en parte ha logrado neutralizar ese paquete de dinamita económica -con mecha ardiendo- que recibió de sus antecesores (Clinton incluido); su reforma sanitaria -aunque aguada- ha permitido mejorar los cuidados médicos de 32 millones de ciudadanos y, por ahora, no hay una clara alternativa republicana.
Dos años son una eternidad. Tanto para empeorar las cosas como para mejorarlas. Si alguno de ustedes es aficionado a la Astronomía y se asoma al Despacho Oval de la Casa Blanca -permítanme la broma-, no creo que vean solamente los restos de una estrella. Probablemente verán a un presidente intentando sacar de su chistera lo que los franceses llaman un coup d'éclat mediático, a lo chileno, que salve su Presidencia. Cuando a las 5:00 de la madrugada llamaba a los líderes republicanos para ofrecerles consenso, ya estaba en ello.
Rafael Navarro-Valls, catedrático, académico y autor del libro Entre la Casa Blanca y el Vaticano.