No es exagerado decir que el mundo del nacionalismo vasco anda revuelto. Y tampoco es exagerada la constatación de que ese mundo del nacionalismo vasco nos obliga a estar preocupados por lo que sucede en su seno, por sus peleas, por sus contradicciones, por las amenazas que se dirigen unos a otros, por las enemistades que ponen de manifiesto, por las consecuencias que pueden tener para el Gobierno tripartito, y no por los problemas inherentes a la época del año, por la vuelta de vacaciones, por la cuesta de septiembre, por los gastos escolares, por el euríbor, por el encarecimiento anunciado de productos básicos de alimentación. Nada de todo esto debe interesarnos según el mundo del nacionalismo vasco. Sólo podemos interesarnos por sus achaques internos.
Esta insana situación puede servir, si no para otra cosa, para refrescar la memoria. A mediados de los años ochenta el mundo del PNV también andaba revuelto. Su asamblea nacional había retirado la confianza a Garaikoetxea. Se planteó una pelea por controlar los aparatos de poder del PNV, hasta que la lucha llegó a la situación de la escisión: da lo mismo que fuera por exclusión o por autoexclusión, pero surgió un nuevo partido, liderado por Garaikoetxea, EA, y quedó el PNV de siempre liderado por Arzalluz. Dos partidos enemistados, liderados por dos personas contrapuestas, con escasa o nula relación entre ellos.
A lomos de la escisión, el nuevo partido comenzó con fuerza representando -las hemerotecas estén llenas de testimonios en este sentido- la renovación y la modernización del nacionalismo, mientras que el PNV era el nacionalismo viejo, tradicional. Resistía ese nacionalismo viejo en Vizcaya, mientras que el nuevo mostraba su pujanza en Álava, en Guipúzcoa y en Navarra. Los resultados electorales iniciales lo acompañaban.
No duró mucho la ensoñación. Y no sólo por lo que a la capacidad de arrastre electoral se refiere: también en las cuestiones de renovación y modernización las cosas fueron quedando en su sitio. El PNV comenzó a repensar y reformar sus estatutos. El trabajo institucional de los nacionalistas del PNV no podía ser encasillado en las rúbricas de viejo y tradicional. Se lo creyera él mismo o no, Arzalluz produjo el llamado 'espíritu del Arriaga'. Y poco a poco fue quedando claro que la renovación y la modernización de EA se reducía a un nacionalismo radical, algo tan viejo como Sabino Arana.
Y como sucede siempre en Euskadi, la existencia de ETA condicionó el devenir posterior -pues ETA condiciona la agenda política vasca mientras ésta siga dedicándose a lo que se dedica, a la taumaturgia de la cuadratura del círculo, por mucho que le pese a Ibarretxe-. Algunos de los renovadores en el PNV descubrieron que para conseguir la paz el verdadero camino no era el de la modernización del nacionalismo, sino el de su radicalización: ETA no tiene solución sin derecho de autodeterminación y sin territorialidad, como repetían estos modernizadores-radicalizadores.
Y ahí comenzó la convergencia del nacionalismo escindido, empezando por la posibilidad de gobernar juntos, pasando por conformar alianzas preelectorales hasta la firma conjunta del acuerdo de Estella-Lizarra, firma en la que también estaba Batasuna, y de forma incomprensible para muchos, IU-EB. Con ese acuerdo no sólo quedaba cerrada la escisión en el seno del nacionalismo de Sabino Arana, sino que todo el nacionalismo, el de siempre y el que siempre se quiso de nuevo cuño y opuesto radicalmente al tradicional, se unieron para expulsar de la posibilidad de definir la sociedad vasca a todos los que no fueran nacionalistas.
Como sucede siempre que ETA-Batasuna anda por medio, la unidad de fuerzas de los nacionalistas se articula en torno a la propuesta más radical. Y de esa apuesta por la radicalidad anda sin saber cómo salir el PNV, o algunos en el PNV, pues el paso dado firmando aquel acuerdo le está resultando más indigesto de lo que pensaba. Y estas zozobras son las que están haciendo que las aguas bajen revueltas en el río del nacionalismo vasco.
Algunos, liderados por Ibarretxe, tratan de salvar la apuesta de Estella-Lizarra, siguen apostando por que sean sólo los nacionalistas quienes definan el estatus político de la sociedad vasca, pues no otra cosa significa someter dicho estatus a una consulta popular. Creen quienes siguen aferrándose a dicha apuesta que la indigestión sólo procedía de haber planteado el proyecto nacionalista radical como condición para la desaparición de ETA. Por eso afirman ahora que no se trata de una condición, sino de la demostración de que ETA y el terrorismo no son necesarios. Aunque una y otra vez les traiciona el subconsciente y reniegan de la frase 'primero la paz y luego lo demás', al igual que dejan caer que la consulta sería el último elemento necesario para que ETA dejara de amenazar a la sociedad vasca.
Durante la campaña a las autonómicas de 2001, en un acto celebrado en el Hotel Carlton de Bilbao y al que estaban invitados quienes hubieran sido consejeros nacionalistas en el Gobierno vasco, Garaikoetxea mantuvo una alocución en la que, como refrán recurrente, sonó varias veces la frase 'ni un paso atrás, lehendakari'. Y en declaraciones recientes Arzalluz, además de no identificarse con la política de su partido, afirmaba que lo único que aceptaba era lo que hacía y decía Ibarretxe. Ahí tenemos, pues, a los enemigos de antaño, a Arzalluz y a Garaikoetxea, unidos en la radicalidad del nacionalismo que Ibarretxe dice representar. Nada queda ni de la renovación, ni de la modernización del nacionalismo. Fueron meros espejismos. Han pasado a ser satélites en el torbellino que crea el ojo del huracán que es el terrorismo de ETA. Asumen la radicalidad del nacionalismo de ETA como condición de que desaparezca, como demostración de que ETA no hace falta. En cualquier caso, para posicionarse lo mejor posible para cuando llegue el momento del reparto de la tarta electoral que aún administra ETA-Batasuna, pensando que el fin de ETA -esa ETA con la que ni Franco pudo y que según ellos mismos se autoregeneraba permanentemente y para cuya desaparición tan poco han hecho, pues han estado siempre en contra de todas las medidas efectivas adoptadas por el Estado de Derecho, y siguen estándolo- está próximo.
Claro que el hecho de que estén unidos en la radicalidad nacionalista no significa que hayan hecho las paces: si cada uno de ellos pretende ser el heredero natural del espacio nacionalista que se abra a la izquierda del nacionalismo moderantista, el momento de la desaparición de ETA será también el momento en el que se inicie una lucha encarnizada entre todos ellos, una lucha en la que no va a haber ningún perdón y que será decidida a dentellada limpia.
Mientras, la sociedad vasca sigue estando tomada como rehén de esas peleas y de esos intereses internos al nacionalismo, peleas e intereses que poco tienen que ver con la vida diaria de los ciudadanos vascos y con sus perspectivas de futuro. La sociedad vasca soporta con cierta tranquilidad esta su situación de rehén de los problemas del mundo nacionalista vasco porque la economía va bien, hay trabajo, se produce riqueza y la riqueza hay que repartirla entre menos. Otra cosa son las perspectivas de futuro en atención a la situación de la enseñanza y de la Universidad, por ejemplo.
Sea lo que sea, parece que la amenaza de la consulta va tomando cuerpo. Un cuerpo sin contornos, una consulta sin contenidos, un referéndum sin acuerdo que refrendar, pero una pócima mágica para quienes se metieron en un camino del que no saben cómo salir. Recientemente se ha podido leer una afirmación atribuida a Joseba Egibar, según la cual la consulta podría suponer el desbloqueo del problema vasco. Dada la tendencia de algunos nacionalistas a confundir nacionalista y vasco, hemos aprendido a leer e interpretar ese tipo de frases. Sólo quieren decir que el nacionalismo vasco está bloqueado, que se le atragantó la apuesta de Estella-Lizarra, que no sabe cómo superar aquella indigestión, y que necesita una pócima milagrosa, la famosa consulta, que alguien desde fuera se empeña en negarles. El bloqueo es del nacionalismo vasco, la indigestión es suya, están atascados porque no son capaces de reconocer la complejidad y el pluralismo de la sociedad vasca. Es la única medicina que necesitan, y no recetas taumatúrgicas como la amenazante consulta.
Joseba Arregui