¿Ponerse en el lugar del otro en Euskadi?

Hace unos días los periódicos se hacían eco de esta noticia. Un parlamentario irlandés, antiguo militante del IRA, y autor reconocido del asesinato de un parlamentario inglés, se encontraba con la hija de este último, y hablaban de sus vidas y de cómo se sentían ante lo ocurrido. Ella, como hija de un asesinado por el IRA. Él, como asesino de su padre y, ahora, parlamentario en la política democrática. Los dos temían el encuentro, pero los dos lo deseaban, y los dos pensaron que había mucho de lo que hablar antes de mencionar la palabra perdón. Por encima de todo, querían entender los sentimientos y pensamientos del otro. Esto es lo que me llamó la atención. Los dos, al sincerarse, compartían su deseo de ponerse en el lugar del otro para entender su vida y sus decisiones. Hablaban de entender su vida, no de justificar. Son cosas distintas. Se suelen confundir.

Ponerse en el lugar del otro, conocer cuál ha sido su experiencia por nacimiento, familia y cultura, decían ellos, es fundamental. Probablemente, «de haber estado cada uno en el lugar del otro», habríamos pensado cada uno como el otro, reconocían ambos. Seguro que sí, decía la hija del asesinado, «seguro que sí, pero no de que la violencia haya sido necesaria, de que asesinar pueda estar justificado alguna vez». Seguro que sí, decía el ex militante del IRA, «sé que he mermado para siempre como persona por aquel asesinato que cometí, lo reconozco, pero quizá hay veces en que la violencia extrema es necesaria», concluía.

Destripando esta conversación, 'ponerse en el lugar del otro' me parece la pauta más imprescindible para entender las situaciones humanas más complejas y conflictivas. Alguien tan poco sospechoso como Fernando Savater dice, muy bien, que ponerse en el lugar del otro para comprender sus razones, si creemos que no tiene derechos, es fundamental. Ponerse en el lugar del otro, (¿es posible?, yo así lo creo), para comprender que, de tener sus experiencias, nuestras vidas seguramente habrían seguido otra dirección y habrían participado de otro modo de pensar. ¿Quizá el modo de pensar que ahora reprobamos! En concreto, ¿si usted o yo fuésemos euskaldunes y naturales del Goierri, piensa que seríamos los mismos que si somos de Navaridas, Vitoria o hemos venido a Barakaldo buscando trabajo? La experiencia personal, el recorrido de nuestras vidas, es fundamental para explicar nuestras posiciones sociales. Hay un condicionamiento en todo ello, no hablo de determinación, y es muy importante saberlo para entender las razones del otro. Pero aquí termina todo y empiezan mis diferencias con el ex militante del IRA del que hablaba.

Entender al otro supone reconocer sus razones y derechos, pero, también, ser correspondido, tener derecho a exigir los propios y, en el conflicto, concluir acuerdos democráticos sin violencia ni dogmas políticos o culturales. Me explico, nunca puede justificarse la violencia política en una democracia con el argumento de 'tú no lo entiendes; para mí era o es necesaria'. Ésta es la pretensión falsa de ETA y de quienes les apoyan o comprenden. Y obedece a una falsedad mayor: Que la experiencia de vasco euskaldun y nacionalista, la suya, es universal y obligatoria para todos, un punto de partida que traducido jurídicamente a 'autodeterminación y territorialidad' es indiscutible. Estos dos conceptos no se refieren ya a una propuesta legítima en una democracia, dispuesta a pactar según la diversidad de sus miembros un recorrido equilibrado y sin duda provisional, sino una condición previa para ser ciudadano vasco y hasta para tener con plena seguridad derecho a la vida. Por eso cuando se dice que 'la autodeterminación y la territorialidad' son la solución del problema, no deja de ser cierto, pero es la solución completa a la medida de aquéllos que no pueden ponerse en el punto de vista de nadie más, porque 'el punto de vista vasco' es suyo, de su propiedad.

Para mí, ésta es una de las mayores dificultades de nuestra convivencia: Si uno no sabe ponerse en lugar de los otros, ni lo intenta, ni lo cree necesario, ¿ni se lo enseñan en su casa y en la escuela!, ha perdido toda posibilidad de convivir como ciudadano. Mientras su sociedad sea homogénea en las convicciones culturales y políticas últimas, todo va bien, pero en cuanto no lo sea, pienso en el caso vasco, se convierte en un peligro social. 'Ponerse en el lugar del otro', para entender su vida, para comprender cómo se ha sentido y qué ha decidido con los años, es una necesidad vital. Eso sí, ¿con la condición de hacerlo todos, para entender lo fundamental todos de todos! Y con el condicionante seguro de que los acuerdos de convivencia, sigo pensando en el caso vasco, han de ser no violentos, profundamente libres y equitativos con sus diversos actores. ¿Y, también, provisionales? Dada la diversidad específica de nuestra sociedad, también.

El que no sabe ponerse en el lugar de los otros, y entender su posición libremente expresada, y crear en consecuencia caminos de pacto libre, prudentemente renovados entre todos cuando la población lo necesita, no es pacificador y tiene un problema democrático. Desde luego, el que amenaza con volver a la violencia o dice que, de suceder, lo justificaría o comprendería, no sólo tiene un problema democrático, sino un problema de terrorismo puro y duro. Vamos a ver si salimos ya de esa caverna cultural y ética.

José Ignacio Calleja, profesor de Moral Social Cristiana.