Riesgo de implosión

La investigación judicial sobre una supuesta red de comisionistas del soborno y el trato de favor ha acabado afectando al Partido Popular en las dos comunidades autónomas que le dan fortaleza, Madrid y Valencia. Desatados los nervios populares por la irrupción de Garzón también en esta plaza y el goteo diario de filtraciones informativas, la reacción de sus dirigentes ha sido el contraataque en toda regla, respondiendo a imputaciones previsibles con imputaciones públicas. La acusación, expresa y directa: todo obedece a un plan socialista para acabar con el PP. La sensación de que el filtrador está administrando la proyección de los datos de que dispone, la coincidencia con un periodo electoral distante de las citadas comunidades pero crucial para el partido de Rajoy, y la indisimulada satisfacción con la que sus adversarios políticos contemplan la escena permite sospechar de la existencia de un plan diabólico del que, puestos a ello, podría formar parte también la dimisión de Bermejo. Pero que el PP no vea otra escapatoria que la negación de toda implicación y la ofensiva contra el PSOE, y que en esto se hayan unido todos como en la foto tras la última reunión de su comité ejecutivo, obliga a pensar que dicho partido se enfrenta a un riesgo de implosión.

Ocurre cuando la presión exterior supera a la interior. Hasta la víspera misma de la primera revelación sobre lo que al parecer en el argot policial se conocía como "operación Gürtel", la presión en el seno del Partido Popular parecía muy superior a la que esta formación podía estar soportando desde su exterior. Los extraños casos de espionaje que trascendieron a la opinión pública indujeron tensiones añadidas a las que venían de antes entre la alcaldía de Madrid y el gobierno de la Comunidad o, más en general, entre el equipo de Rajoy y el amplio elenco de agraviados y críticos, a los que se unían los escépticos respecto a las posibilidades que el líder gallego ofrecía al futuro del partido. Hasta entonces la presión exterior era ínfima comparada con el ruido que asomaba del interior del PP, y sólo la crisis económica operaba como factor que empujaba al primer partido de la oposición a la fatal disyuntiva entre arrimar el hombro o subrayar la contestación a la política del Gobierno.

El cierre de filas ha sido una reacción primaria frente a los efectos provocados por la violación cotidiana del secreto del sumario. Pero si la presión sobre los tabiques de Génova continúa aumentando, la cohesión del PP resultará demasiado endeble como para evitar que caigan abajo dejando a la intemperie las disputas en su seno. La mera sensación de que si ocurre eso nadie se salvará invita probablemente a cualquier actitud menos a la solidaria. La unanimidad en el contraataque les ha permitido trasladar hacia sus bases y hacia buena parte de la opinión pública la convicción de que detrás de las filtraciones periodísticas y de las actuaciones del juez y de la fiscalía hay una clara intencionalidad de dañar al partido. Pero es probable que ello contribuya a dejar más en evidencia las flaquezas propias que la maldad ajena.

La misma acusación de que los adversarios quieren acabar con el Partido Popular suscita la pregunta inmediata de si eso pudiera ocurrir, aumentando así la desazón que se vive en su seno. Pero dado que el interrogante está ahí, no queda más remedio que responder que sí: que esto podría acabar con el PP tal como lo hemos conocido desde su ascenso electoral y político bajo la presidencia de José María Aznar. Los partidos albergan en su seno fuerzas incontrolables que hacen que al día siguiente de iniciada una crisis nadie sepa a ciencia cierta por qué surgió. El aglutinante que el centroderecha español encontró en el Partido Popular constituye una excepción histórica que bien podría dar lugar a una formación unida y eficiente para muchos años. Pero esa misma excepción, la pronta caducidad de la joven generación que la hizo posible y la eventualidad de una cadena de resultados electorales que no puedan ser interpretados más que como reveses o incluso fracasos, hace que la implosión se pudiera cebar en un colectivo enormemente debilitado. Hasta la víspera de la primera revelación sobre el caso Correa el futuro inmediato del PP se adivinaba entre la continuidad de Rajoy y su relevo por una personalidad señera de su oposición interna. Pero hoy puede que no sea esa la perspectiva. Puede que, de no soportar la presión exterior, los ánimos no den para tanto y los populares se encaminen hacia una fase depresiva que, de entrada, dé por descontada la victoria socialista en las próximas generales y declare vacante el liderazgo del propio partido.

Kepa Aulestia