Rosas y espinas en Ecuador

Por Jesús López-Medel, diputado por Madrid del PP, vocal de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso y observador de la Organización de Estados Americanos (OEA) en las elecciones de Ecuador (EL MUNDO, 14/10/06):

Ecuador, como toda América Latina, está sembrada de contrastes. Allí, en el más pequeño de los estados andinos, crecen las rosas más bellas del mundo con más de 400 empresas que le hacen ser el principal exportador de estas flores que adornan los lugares y fiestas más suntuosas del planeta Tierra. Sin embargo, al mismo tiempo, Ecuador es después de Bolivia el país más pobre del continente. Casi la mitad de los 13 millones de ecuatorianos -un tercio son indígenas- viven en la pobreza.

Por otra parte, Ecuador dispone de grandes recursos naturales. Es el mayor exportador mundial de bananas, tiene una gran producción de cacao y café y atesora unas buenas reservas de petróleo, que le sitúan en el puesto número 24 del mundo. Sin embargo, el salario medio de un ecuatoriano es sólo de 180 dólares mensuales y con una enorme deuda externa que es una inmensa losa en el desarrollo del país (el 42% de su presupuesto) y que debería replantearse.

Otro dato singular es la emigración, inicialmente a EEUU y ahora masivamente a España, donde se calcula viven más de 800.000 ecuatorianos, siendo las remesas que envían el segundo ingreso más importante de su país después del que proviene del petróleo. Simultáneamente, miles de peruanos y colombianos llegan a Ecuador a ocuparse de tareas que dejaron los que marcharon para dedicarse aquí -con notable reconocimiento a sus actitudes- al servicio doméstico, al cuidado de ancianos o a la recogida de frutas y hortalizas.

También es paradójico que, al no haber convenio de reciprocidad, los que aquí viven no puedan votar en las elecciones municipales españolas del próximo mayo, lo cual sí que podrán hacer los nacionales de otros países que, además de ser menos numerosos, tienen menos arraigo y vínculos que los ecuatorianos.

Pero sí que podrán hacerlo en las elecciones presidenciales y legislativas de su país del próximo domingo. El futuro se dilucidará no sólo en Quito o Guayaquil, sino también en Levante o Madrid, habilitándose en la capital el Palacio de Deportes para que voten los aquí censados y que se hayan inscrito para votar.

El hecho mismo de sus comicios el próximo día 15 es también una paradoja. Normalmente una elección democrática sirve para encauzar el futuro. Sin embargo, es tan sombrío el pasado político de este país que la ilusión de que pueda encontrar un rumbo firme está plagada de interrogantes. Si una premisa del desarrollo es la estabilidad institucional, Ecuador es de los países que más han carecido de ella. Desde hace un decenio, su rumbo está carente de norte. En 1997, el presidente Bucaram fue destituido por la Cámara invocándose «incapacidad mental». Desde entonces, cuatro presidentes ha tenido la república. Su paso fugaz fue siempre concluido por las protestas populares en un contexto en el que las revueltas organizadas por grupos sociales parapolíticos y antisistema devoraban cualquier perspectiva de ver luz tras el túnel.

El actual presidente provisional, Alfredo Palacio, ha logrado sobrevivir a los intentos también desestabilizadores y ha podido conducir al país hasta unos comicios en los que la voz debería ser de los ciudadanos. Sin embargo, es inmenso el alejamiento de éstos respecto los partidos políticos clásicos dirigidos por unos políticos bastante desprestigiados y una gran sima entre éstos y los movimientos cívicos que prefieren hacer política desde fuera de las instituciones democráticas. Ecuador es uno de los ejemplos en los que lo prioritario ha de ser su fortalecimiento institucional. Sin ello, nada se conseguirá.

En el mismo año que España aprobaba su Constitución de 1978, Ecuador volvía a la democracia. Desde entonces, en ninguna de las elecciones presidenciales candidato alguno fue elegido en primera vuelta para lo cual se precisa legalmente obtener el 40% de los sufragios y una diferencia de 10 puntos porcentuales respecto al segundo. A la gran fragmentación partidista y la falta de liderazgos éticos, se une la ausencia total de una cultura de consensos y el gran protagonismo logrado por organizaciones de indudable eficacia para deponer presidentes cuya legitimidad democrática es más que dudosa, deparando una enorme inestabilidad.

Las elecciones del domingo no parece que puedan facilitar una salida. Las encuestas no muestran a ningún candidato con posibilidades de ser elegido en la primera vuelta, por lo que habría que esperar a noviembre. A nivel parlamentario, el mapa aparece también muy difuminado y fragmentado, algo provocado tanto por el sistema electoral (sin barreras de representación) como por el desgaste de los partidos tradicionales, que facilita la aparición de candidaturas personalistas o locales de escasa base pero que obtienen escaño. Estas perspectivas hacen prever problemas de gobernabilidad, al ser difícil que el presidente disponga de una sólida mayoría parlamentaria que le respalde. A pesar del carácter obligatorio del voto (para los que allí residan y con multas en otro caso), el rechazo a una clase política desprestigiada hace que se estime una participación baja.

No puede desconocerse el dato de que según algunas instituciones internacionales Ecuador es un país con alto índice de corrupción (el tercero en América Latina tras Haití y Paraguay) y en el cual el Ejército no ha dejado de tener un protagonismo en las crisis institucionales ya superado en otros estados del continente. El hecho de que los tres últimos presidentes elegidos hayan sido derrocados por presiones sociales y sin acudir a los mecanismos constitucionales no hace confiar en que de pronto se solucione ese gran déficit de estabilidad, propiciado también por el propio sistema. La idea saludable de algunos candidatos de ir hacia una Asamblea constituyente tendría el problema de que hasta entonces la incertidumbre y la debilidad pueden frustrar la pretensión de regenerar las instituciones del país.

España tiene un compromiso con Ecuador que se traduce en abundantes proyectos de cooperación, entre los cuales adquiere gran importancia la conexión de las nociones de desarrollo e inmigración para aprovechar lo que esta última realidad puede aportar al progreso del país de origen. En este sentido, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la capital son pioneros. Junto al dato antes señalado de las remesas, debe destacarse que se calcula que el 24% de los ecuatorianos que siguen residiendo en su país reciben periódicamente envíos monetarios de sus familiares en el exterior. Es muy grande la potencialidad de un aprovechamiento optimizado para la economía nacional.

Los ecuatorianos que trabajan aquí tienen muy buena imagen entre nosotros. De hecho, uno de los debates de la campaña es poder conseguir un tratado de doble nacionalidad con España. Sin duda, ellos y sus gentes allá se merecen un futuro mejor. Aun siendo comprensible el desapego de una política desprestigiada, tienen ahora la posibilidad de elegir a los mejores o a los menos malos. Que las elecciones del domingo discurran por los cauces democráticos, que se resuelvan siempre por estos mecanismos los problemas institucionales y que las espinas no impidan ver lo que de bueno tiene Ecuador. Lo mejor, su gente.