Y mientras tanto... China

"Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas". El autor de esta frase no es otro que Vladímir Ilich Uliánov -más conocido como Lenin-. La acuñó durante su exilio previo a la Revolución de 1917.

Parece pensada para describir lo que percibe el pueblo en Europa, en el mundo. La brusquedad del cambio que estamos viviendo -de la noche a la mañana literalmente- sumada a la violencia que se asoma a nuestras casas por los medios de comunicación genera desazón profunda. Miedo. ¿Cómo nos va a afectar? ¿Qué nos va a pasar?

Sin embargo, más allá de estas preguntas, debemos cuestionarnos por qué nos produce espanto el bombardeo de Mariupol -nos conmueve, nos mueve-, cuando contemplamos impertérritos las atrocidades cometidas por el mismo Putin en Grozni (1999) o Aleppo (2016).

La respuesta nos llega desde la Historia: hay acontecimientos que actúan como catalizador de situaciones en suspensión, revelador de evoluciones en marcha. Marcan un antes y un después. Cristalizan en mutación planetaria.

La invasión rusa de Ucrania lleva trazas de pertenecer a esa (terrible) categoría. Entramos en tiempos de desasosiego colectivo. Se ha terminado la globalización tal como la entendíamos; las relaciones internacionales -interestatales- se distancian ya de la práctica consolidada. Y apunta que veremos un multilateralismo transformado.

En este vuelco, no obstante Putin ha desencadenado el proceso, el papel protagonista de China se perfila por días. Sí, la China "eterna"; la China continua, constante, paciente. Sus más trabadas estrategias y sibilinas tácticas se encuentran a tumbo de dado.

Sin distraernos de Ucrania, nos toca, pues, lector, discurrir sobre Xi. Con tres focos de interés: cómo se contorsiona la dirigencia del Partido Comunista Chino (PCC) frente a la visión westfaliana que fundamenta su proyección exterior; cómo encajan sus actos con sus prédicas de "otro" Orden Internacional; cómo se ven alterados los grandes diseños económico-políticos proclamados por el presidente (de ambición vitalicia como su amigo).

La inteligencia Occidental sostiene que Pekín tenía (al menos) indicios de las maquinaciones bélicas de Putin. Lo que hace más notable aún su apoyo y señala un punto de inflexión respecto a la no interferencia en asuntos internos de otras naciones soberanas, doctrina incontrovertida desde su establecimiento por Zhou Enlai en 1954; mantenida, en particular, cuando Crimea.

Este viraje quedó explicitado en la conclusión conjunta del 4 de febrero, colofón del encuentro Xi-Putin. Resalta que la versión publicada en la web del Kremlin se extiende más de 5.000 palabras, a diferencia del "resumen" del Ministerio de Exteriores chino, cuatro veces más corto, que pasa de puntillas por temas concretos (OTAN). La cronología es de anotar: veinte días antes del comienzo del asalto que, a su vez, arrancó justo después de concluirse los Juegos Olímpicos de Pekín. Momento elegido, según fuentes estadounidenses -que, en este asunto, han dado pruebas de excelente información-, para satisfacer al presidente chino.

Analicemos, así, la amistad "sin límites" remachada en el citado documento y repicada mediante portavoces gubernamentales hasta hoy. Cabe preguntarse qué llevó a Xi a decantarse por esta defensa de Putin tan comprometida: ¿Cuánto pesó el consensosobre la superioridad militar rusa que habría de plasmarse en rapidez y eficacia? ¿Cuánto que la operación no impactaría de forma notable en su economía, además del muy chino principio de ver oportunidades en cada crisis (por ejemplo, la compra "en rebajas" de empresas rusas de gas y petróleo que está valorando el PCC)? ¿Cuánto que la decadente Europa -Occidente todo-, se perdería en declaraciones grandilocuentes y poco más?

El dragón chino, entre su sostén a Rusia y su defensa histórica de la soberanía nacional, baila en la cuerda floja. Y en un equilibrio imposible, intenta al tiempo jugar a varias barajas. Se abstiene en la resolución de la Asamblea General de la ONU contra la invasión rusa (igual en la similar propuesta en el Consejo de Seguridad, nonata por el veto ruso). Simultáneamente, Pekín se ofreció este martes a mediar "cuando sea necesario" (como si la necesidad no fuera ya lacerante). Mientras, compromete casi $800.000 en concepto de "ayuda humanitaria" a Ucrania, lamenta las bajas civiles, e implora "moderación". Todo ello a la vez que subraya su alianza con Rusia como "una de las relaciones bilaterales más cruciales del mundo".

Otro galimatías que atenaza a Xi arranca de su defensa de las "preocupaciones de seguridad razonables" del Kremlin (hasta el presente, se niega a calificar de "invasión" las acciones rusas en Ucrania). El pasado lunes, el Ministro de Exteriores Wang Yi subrayaba de nuevo el compromiso de China a una "amistad sempiterna y una cooperación mutuamente provechosa", fundada en la "lógica clara de la historia". En esta sucesión de bucles y piruetas, Wang insta a "respetar la soberanía, seguridad e intereses de los demás países". Un baile de difícil ejecución, incluso para acróbatas avezados en las técnicas clásicas zaji.

El referido texto, en su versión del Kremlin (que no la "síntesis" del PCC), patentiza la denuncia de la ampliación OTAN. China, hasta ahora, había evitado tomar partido. La resultante ya hoy de Ucrania es la revigorización -la razón de ser- de la OTAN, una unanimidad europea sin precedentes y el reforzamiento tanto del vínculo transatlántico como de la imagen que EEUU terminó de perder en la salida de Afganistán. Todo ello paradójicamente contrario a los intereses que venía desplegando la política exterior de Xi.

Hay coincidenciaal interpretar la aproximación de los dos gigantes frente al acervo histórico de guerra compartido: matrimonio de conveniencia, temporal. Y lo cierto es que, por encima del pasado, escasean de presente complementariedades y características compartidas. China, coloso económico con previsiones al alza, ha sabido utilizar el poder blando que lleva décadas construyendo. Rusia, epítome del revanchismo, es un Estado jayán en declive que busca recuperar grandeza blandiendo su capacidad militar (nuclear).

Pekín se ha beneficiado del orden global cimentado tras la Segunda Guerra Mundial. De la estabilidad proporcionada. Con un hábil modus operandi para navegar la guerra fría y desde Nixon las instituciones internacionales (hace años ya con el objetivo de remodelar el sistema a su criterio). Mientras, Moscú ha erigido en bandera la victimización histórica. El supuesto menosprecio infligido por el sistema liberal. Y busca socavarlo.

A lo anterior se añade la inesperada, potente, réplica de la comunidad internacional en actitud, represalias y sanciones. China empieza a descontar el efecto dominó: hace una semana, el Premier Li Keqiang anunció el objetivo de crecimiento anual más bajo (5,5%) desde 1991. A Xi le preocupa -y ocupa- la potencial crisis interna si flaquea el desarrollo económico del país, cláusula única en el "contrato social" con sus ciudadanos. No cabe olvidar que el comercio con Rusia por el que parece apostar (salvavidas al que se aferra Putin) representa menos de la quinta parte del total con Europa.

La creciente toxicidad de esta relación que continúa dando pruebas de vigencia es incontrovertible. Lastra la imagen pública que Xi, a diferencia de Putin, cuida por la importancia otorgada al poder blando acumulado. En la defensa de Putin, Pekín comparte cartel con Corea del Norte, Siria o Bielorrusia: escaparate que complica el venderse como líder hegemónico alternativo.

Al fin, los malabares geopolíticos chinos tienen profundas implicaciones para la prioridad de las prioridades en la causa de Xi: el futuro de Taiwán. Smooth Operator (operador suavón) por antonomasia, tiene presente la proyección (sobre la isla) del valor ucraniano que enardece a la gente del común de Quito a Tokyo, de Vilnius a Ciudad del Cabo. Por el momento, vamos ganando la batalla del relato. Es importante.

En cuanto al terreno geopolítico, concluyendo alto y claro: sin perjuicio de las diferencias entre la lógica confuciana y la binaria nuestra, el apoyo a Rusia difícilmente cuadra con las piedras angulares del liderazgo diseñado -proclamado- por Xi: utilización del capitalismo de Estado como campo gravitacional para atraer a otros a su órbita; respeto de la soberanía nacional; "emerger" pacífico al poder planetario.

Debemos prestar extraordinaria atención a las oscilaciones, componendas, manipulaciones, compadreos, de China. Está dando muestras de no ser un interlocutor fiable. Por ello, no cabe solazarse en los espejismos de "tercera vía" promovidos en el "mundo de ayer" europeo, con Alemania a la cabeza. Entramos en un mundo incierto. Negociar con Pekín será necesario. Con los ojos bien abiertos. Pertrechados. Superando ejes y directorios; incorporando a los Bálticos, a Polonia, a los miembros del Sur; priorizando OTAN. Y, como repetía Helmut Kohl, coordinados con el "amigo americano". En el mundo de hoy, en el que viene, no ha lugar a la equidistancia.

Ana Palacio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *