Dialéctica de la investidura

Que el encargado de responder al candidato a la investidura por parte del PSOE no fuese su líder, Pedro Sánchez, sino un diputado raso, Óscar Puente, y que lo fuese con la intención declarada de reventar el debate, descentrando por el camino a Alberto Núñez Feijóo y desviando la atención de los medios de comunicación y el público interesado, solo es la enésima demostración de que el estilo político del actual presidente en funciones -que algunos llaman «sanchismo» para escándalo de quienes continúan hablando con desenvoltura de «aznarismo»- carece de la más elemental nobleza y sigue cifrando sus posibilidades de éxito en la presunta audacia de los tramposos. Según hemos podido comprobar en las urnas, hay muchos españoles a los que este modus operandi les parece digno de apoyo; al menos, más digno de apoyo que sus alternativas. Y quizá sea la inesperada ratificación electoral del 23-J lo que explique el suplemento de arrogancia con que el líder socialista se ha manejado estos días en el Congreso.

Dialéctica de la investidura
RAÚL ARIAS

Pero de esto ya se ha escrito bastante y lo que conviene recordar ahora es que el tal Puente no respondió en ningún momento al discurso de Feijóo, limitándose, por el contrario, a vociferar los greatest hits de la descalificación anticonservadora: de Gürtel al 11-M. Claro que solo el líder popular iba respondiendo a lo que decían sus rivales, porque así son las sesiones parlamentarias en la democracia de audiencia: debates sin debate. El diputado Puente llevaba escrito todo lo que iba a decir, igual que Marta Lois -tampoco Yolanda Díaz quiso implicarse- y demás portavoces parlamentarios. Si a eso se suma el hecho de que Feijóo llegaba a la investidura -a falta de la votación de mañana- sin los apoyos necesarios para obtener la confianza de un número suficiente de diputados, bien podríamos convenir con Pedro Sánchez que esta jornada y media ha sido «una pérdida de tiempo».

Ahora bien, el líder socialista es el primero en saber que puede tratarse de un tiempo bien aprovechado, ya que se ha presentado en los últimos años hasta en dos ocasiones a investiduras condenadas al fracaso. Y es que cuando el jefe del Estado elige a un candidato sin apoyos cerrados, por carecer aún el otro contendiente -Sánchez en este caso- de los votos necesarios, surge la oportunidad de perseguir fines políticos que nada tienen que ver con el objeto formal de la sesión de investidura. Tanto Feijóo ayer como Sánchez en su momento sabían que no estaban tomando el camino a Moncloa, sino trabajando en el terreno decisivo de las percepciones públicas. Tal como la elección de Puente viene a demostrar, una investidura condenada al fracaso es una representación teatral destinada a producir efectos sobre la opinión pública. Reparemos en que Sánchez es hoy presidente del Gobierno, de donde se deduce que su anteriores fracasos en esta lid no le hicieron demasiado daño, mientras que hay razones para pensar que la prometedora Inés Arrimadas jamás recuperó el crédito perdido tras rehusar presentarse a la investidura en aquellas elecciones -nos parece hoy otro mundo- que Cs ganó en Cataluña.

Para entender el propósito que animaba a Feijóo cuando comunicó a Felipe VI que quería ser candidato a la investidura, quizá sea útil recurrir al significado que la palabra «investidura» tiene en la teoría psicoanalítica de inspiración freudiana. No se trata de entrar aquí en honduras, máxime cuando la palabra misma ya sugiere esta inflexión semántica: investir a alguien consiste en atribuirle cualidades específicas que revisten un particular significado para nosotros, lo que modificará en lo sucesivo nuestra percepción del sujeto así «investido». Mediante esta operación, a menudo inconsciente o no reflexionada, estamos realizando una inversión emocional que se trasluce en sentimientos de amor u odio. Traduzco: presentándose a la investidura, el candidato condenado a la derrota -hoy Feijóo, ayer Sánchez- trata de ser investido con otros atributos. Y bajo esa luz hemos de observar lo sucedido en el Parlamento esta semana.

Huelga decir que presentarse a una investidura imposible es una operación de riesgo: al igual que sucede con las mociones de censura instrumentales, al candidato puede salirle el tiro por la culata. De ahí que la maniobra de Feijóo haya sido desde un primer momento evaluada en función de sus posibles resultados: ¿Sale reforzado o debilitado, tanto dentro como fuera de su partido? ¿De qué manera impacta lo que ha propuesto sobre el clima de opinión del país? ¿Ha conseguido atraerse el voto potencial de quienes no lo apoyaron en julio? ¿Sirve su discurso para cambiar el modo en que los ciudadanos -algunos- perciben la situación política española o evalúan el desempeño del gobierno en funciones? Obviamente, no habrá unanimidad al respecto: a la natural diversidad de opiniones hay que sumar las emisiones de un oficialismo que defenderá al Gobierno en funciones pase lo que pase. Se permite incluso el ditirambo: ya hemos leído por ahí que Óscar Puente es un parlamentario brillante. En todo caso, su elección como interlocutor de Feijóo demuestra que los socialistas querían privar a este último de cualquier legitimidad como ganador de las elecciones, dificultando su puesta de largo como líder de la oposición a ese bloque plurinacional que pronto volverá a gobernarnos.

¿Y bien? Feijóo ha resultado ser un parlamentario con experiencia que se desenvuelve mejor en las réplicas que en la enunciación de los discursos que ya le vienen escritos. Y, por más que se le haya reprochado hacer una moción de censura, el líder popular se tomó la molestia de presentar un programa de Gobierno que nos recordó melancólicamente lo que sería un Parlamento dedicado a los asuntos concretos -de la gestión del agua a las horas de trabajo- y orientado hacia las grandes reformas. El gallego propuso abordarlas mediante una sucesión de pactos de Estado que implicasen a populares y socialistas, evitando con ello responder a la política frentista de Sánchez con otro frentismo equivalente; de ahí que recordase a quien quisiera oírlo que fue el PP quien entregó a los socialistas las alcaldías de Barcelona y Vitoria, así como la Diputación Foral de Guipúzcoa al PNV. Fue un pertinente recado a nuestros teóricos de la polarización: a diferencia de lo que sucede con el tango, no hacen falta dos bailarines para que los acuerdos entre los grandes partidos se hagan imposibles. O, para quienes siguen con la ensoñación ucrónica de aquel Gobierno PSOE-Cs que tantos dicen que Albert Rivera no quiso: Sánchez pacta con los nacionalistas porque así lo quiere y no porque nadie más le tienda la mano.

No obstante, quizá la investidura simbólica que Feijóo ha puesto más empeño en lograr sea la de defensor de la igualdad entre españoles ante la ofensiva plurinacional. Por eso ratificó su oposición a la amnistía, tema delicado que puede abrir una rendija -no mucho más- en el electorado progresista; y por eso trató con rara firmeza a los portavoces del separatismo catalán. Ya sabemos que sus rivales lo acusarán de no entender la diversidad de España o de perseguir una recentralización neomesetaria, pero esas distorsiones no hay manera de evitarlas. No hay que descartar que Feijóo haya encontrado el tono justo para oponerse a la insólita amalgama destituyente que forman hoy progresistas y separatistas; otra cosa es que logre mantenerlo.

Rechazada su investidura como presidente del Gobierno, en fin, no puede descartarse que Feijóo haya pasado a ser a ojos de los ciudadanos -me refiero a aquellos que pueden cambiar su voto- como un líder de la oposición digno de crédito: aun perdiendo la votación, ha evitado un fracaso personal que lo hubiera condenado a la irrelevancia. Superado el examen de la investidura, le toca ahora enfrentarse al principio de realidad: en cuanto Sánchez pase a ocupar el centro del escenario, Feijóo tendrá que encontrar la manera de hacerse oír en circunstancias menos propicias que una sesión de investidura que lo consagra -algo es algo- como coprotagonista de la tragicomedia política española.

Manuel Arias Maldonado es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga. Su último libro es Abecedario democrático (Turner, 2021).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *