Elecciones europeas: pocos votos muy europeístas

Vistos con perspectiva europea los resultados de las elecciones al Parlamento arrojan, como rasgo más destacado, el enorme triunfo del Partido Popular Europeo. El número de escaños de la euro-cámara ha disminuido de setecientos ochenta y pico a setecientos treinta y seis y, además, los conservadores británicos y checos decidieron marcharse del Grupo Popular Europeo por considerar que este es demasiado europeísta. En estas condiciones, mantener los mismos escaños que en la legislatura anterior, que es lo que ha hecho el Partido Popular Europeo constituye un enorme triunfo. Tanto que ahora el Grupo Popular Europeo tiene más diputados que todos los partidos de izquierda (socialistas, verdes y comunistas juntos).

Esta victoria destaca aún más por el contraste con el batacazo del Partido de los Socialistas Europeos. Hasta 1999 estos eran el primer grupo de la Eurocámara. Desde 1999 lo venía siendo el PPE por un margen creciente. Ahora el salto ha sido espectacular: de cuarenta escaños la diferencia ha pasado a cien. Una sorpresa que ha rebasado todos los pronósticos, aunque los líderes socialistas europeos ya se lo venían temiendo. Por algo no han querido proponer un candidato socialista a la Presidencia de la Comisión y han preferido apostar por Barroso. Aparte la casi segura reelección de este, ¿qué otras repercusiones tendrán esa arrolladora victoria y ese monumental descalabro?.

La primera y no menos importante es que para salir de la crisis no nos vamos a lanzar (me refiero al conjunto de Europa, claro, no a España) por la pendiente del déficit desenfrenado. El Partido de los Socialistas Europeos se encuentra incómodo con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Le parece un corsé insoportable para su inveterada tendencia al gasto público, y ha pretendido aprovechar la crisis para llevárselo por delante. Pero los europeos no les han seguido; no se han tragado el cuento de que la culpa de cómo estamos la tiene la perversa derecha. El electorado tiene más sentido común del que muchos le atribuyen: ha castigado a todos los partidos que gobiernan, pero más, mucho más a los socialistas. Han preferido a quienes han aflojado los cordones del corsé cuando ha sido necesario, pero para volver a la disciplina del gasto en cuanto la recuperación lo permita.

La segunda, es que de cambio de modelo económico nada. De todas esas brillantes teorías que hemos leído o escuchado sobre la superación o refundación del capitalismo, nada tampoco. Cuando vienen mal dadas, los europeos no quieren una revolución, quieren un refugio, no grandes frases ni nuevos modelos por inventar. Prefieren lo seguro, lo conocido, la buena gestión en el día a día. Quizás al Sr. Rodríguez Zapatero le convendría tomar nota.

La tercera es que este Parlamento que hemos elegido no estará a favor de desmontar la política agrícola. Ni ninguna otra, porque el Partido Popular Europeo es el más decididamente europeísta. Es el de los padres fundadores, el de los que siempre hemos empujado a favor de una Europa más fuertemente unida y democrática y de un Parlamento con más poderes. Por tanto esta eurocámara va a seguir la misma línea de la anterior, reforzada: poner en marcha el Tratado de Lisboa, perfeccionar la regulación de los mercados financieros, consolidar la política del Protocolo de Kioto, desarrollar una política energética común, impulsar una política social que va muy retrasada, actualizar la política económica con más esfuerzos en investigación y educación. Seguir, en suma, construyendo la Europa que beneficia a los ciudadanos.

La cuarta como antes he apuntado es la previsible reelección de Durão Barroso como Presidente de la Comisión. Desde Maastricht esa designación requiere la propuesta del Consejo Europeo y la aprobación de la eurocámara, y con la defenestración de Santer quedó bien claro que la confianza parlamentaria no es un mero trámite sino un requisito que ha de mantenerse durante toda la legislatura. Cuando el Tratado de Lisboa dice que esa propuesta ha de tener en cuenta el resultado de las elecciones (fórmula que redactamos Iñigo Méndez de Vigo y yo en el Congreso del PPE en Estoril y que este llevó a la Constitución y luego al Tratado) lo que hace es plasmar esa realidad, elemental en una democracia. Por tanto, con mayoría popular en estos momentos en el Consejo Europeo y en el Parlamento ¿cómo se podría elegir a un candidato de otro partido? Habría sido necesario que los ganadores hubieran sido los socialistas y los perdedores los populares.

Por eso el Partido de los Socialistas Europeos no ha ido a estas elecciones con candidato propio -situación de por sí chusca y que seguramente les ha perjudicado- y va a centrar sus esfuerzos en un compromiso para garantizarse (tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa) el Vicepresidente de la Comisión Alto Representante para los Asuntos Exteriores y de Seguridad o la Presidencia del Consejo Europeo.

La quinta es que los tradicionales acuerdos con los socialistas que permiten que el Parlamento legisle, elija y controle no van a cambiar. Los números no lo permiten, porque los liberales han perdido escaños y, aunque los verdes los han ganado, ambas formaciones siguen siendo dos formaciones muy minoritarias en el Parlamento y en el conjunto de Europa. Esta necesita normas inspiradas en un consenso muy amplio, que supera la división derecha/izquierda a la que estamos tan acostumbrados y no deja lugar a la crispación a la que somos tan propensos.

Por último hay que tener en cuenta que los euroescépticos, descontando a los conservadores ingleses y checos que se van desde el Grupo PPE, apenas han aumentado, e incluso con esos partidos no alcanzan el peso necesario para alterar la línea europeísta tradicional de la eurocámara. Los europeos no votan mucho, pero los que votan lo hacen abrumadoramente a favor de los partidos europeístas y de los partidos del sistema. También en España, que nadie se engañe. Aunque los extrasistema hagan mucho ruido mediático, recogen pocas nueces. Atribuir las abstenciones a un supuesto antieuropeísmo carece de base. Quien ha querido votar por una Europa distinta ha podido hacerlo y no lo ha hecho.

José María Gil-Robles Gil-Delgado, Centro de Estudios Comunitarios.