En el Reino Unido: ¿sin dolor, no se es ganador?

El historiador económico Niall Ferguson me recuerda al fallecido historiador de Oxford, A.J.P. Taylor. Si bien Taylor sostuvo que trató de decir la verdad en sus escritos históricos, estuvo bastante dispuesto a tergiversar los hechos por una buena causa. Ferguson es también un gran historiador – sin embargo, es completamente inescrupuloso cuando la motivación que lo impulsa es política.

La causa de Ferguson es el neoconservadurismo estadounidense, junto con una aversión implacable a Keynes y los keynesianos. Su última defensa de la austeridad fiscal llegó inmediatamente después del reciente proceso electoral en el Reino Unido, Ferguson escribió en el Financial Times que, “el Partido Laborista debería culpar a Keynes por su derrota”.

El razonamiento de Ferguson equivale al de un brutal administrador de disciplina que justifica sus métodos señalando que la víctima está aún viva. Alegando a favor de George Osborne, Canciller de la Hacienda del Reino Unido, Ferguson señala que la economía del Reino Unido creció un 2,6% el año pasado (el “mejor desempeño entre todas las economías de los países G-7”), pero ignora el daño que Osborne infligió a la economía en el camino a esa recuperación.

En la actualidad existe un amplio consenso sobre dicho daño. La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, la agencia independiente que creó Osborne para evaluar el desempeño macroeconómico del gobierno, acaba de llegar a la conclusión de que la austeridad redujo el crecimiento del PIB en un 2% desde el año 2010 al 2012, llevando el costo acumulado de la austeridad desde el 2010 a un 5% del PIB. Simon Wren-Lewis, de la Universidad de Oxford calcula que el daño podría ascender hasta el 15% del PIB. En una reciente encuesta a los economistas británicos realizada por el Centro para la Macroeconomía, dos terceras partes de los encuestados estuvieron de acuerdo en que la austeridad había causado daño a la economía del Reino Unido.

Por otra parte, el Reino Unido no es el único en esta situación. El FMI en su informe Perspectivas de la economía mundial de octubre de 2012 admitió que “se subestimaron los multiplicadores fiscales a lo largo de todo el mundo”. En lenguaje simple: los pronosticadores subestimaron el grado de capacidad ociosa y por lo tanto, el alcance que pudiese tener la expansión fiscal en cuanto a aumentar la producción.

¿Fue un inocente error? O, ¿lo que pasó fue que los pronosticadores se encontraban sometidos a los modelos económicos que suponían que las economías estaban en el pleno empleo, en cuyo caso el único resultado de la expansión fiscal sería la inflación? Ahora, ellos ya conocen mejor lo que ocurre, y Ferguson también debiese conocer mejor la situación.

Un aspecto deprimente de la falta de escrúpulos de Ferguson es su falta de reconocimiento del impacto que tuvo la Gran Recesión en el desempeño gubernamental y las expectativas empresariales. Por lo tanto, él compara el crecimiento del 2,6% en 2014 con la contracción del 4,3% en el 2009, que describe como “el último año completo de gobierno laborista” – como si la política del Partido Laborista hubiese sido la que produjo el colapso en el crecimiento. Del mismo modo indica: “En ningún momento después de mayo de 2010 [la confianza] se hundió nuevamente a los lugares donde estuvo en el transcurso de los dos últimos años del catastrófico gobierno del Primer Ministro Gordon Brown” – como si el desempeño del gobierno de Brown hubiese sido el causante de que la confianza empresarial colapse.

La afirmación de que “Keynes es el culpable” de la derrota electoral de los laboristas es peculiarmente extraña. Después de todo, lo único que los líderes laboristas trataron de lograr con el mayor empeño durante la campaña electoral fue distanciar al partido de cualquier “mancha” de keynesianismo. Quizás Ferguson quiso decir que la vinculación que en el pasado tuvieron los laboristas con Keynes fue la que los había condenado – en las propias palabras de Ferguson: “su liderazgo desastroso antes y durante la crisis financiera”.

De hecho, la mayoría de los últimos gobiernos laboristas fueron decididamente no-keynesiano; la política monetaria se orientó a alcanzar el objetivo de una inflación del 2%, y la política fiscal se dirigió a equilibrar el presupuesto durante el ciclo económico: esta fue la receta macroeconómica estándar antes de que la recesión golpeara a la economía. La acusación más condenatoria en contra de su liderazgo es que los laboristas acogieron la idea de que los mercados financieros se auto regulan de manera óptima – una punto de vista que Keynes rechazó.

Keynes no es a quien se debe culpar por la derrota del Partido Laborista; en gran medida, Escocia fue la culpable. La aplastante victoria del Partido Nacional Escocés (PNE) dejó a los laboristas con un solo asiento en el país. Sin lugar a duda, existen muchas razones para el abrumador triunfo del PNE, pero el apoyo a la austeridad no es una de ellas. (En Escocia, a los conservadores les fue tan mal como a los laboristas).

Nicola Sturgeon, la primera ministra de Escocia y líder del PNE, atacó el “acogedor consenso” en torno a la consolidación fiscal en Westminster. De manera acertada ella indicó que el déficit era “un síntoma de las dificultades económicas, no sólo la causa de las mismas”. El manifiesto del PNE prometió “al menos un monto de £140 mil millones (220 mil millones dólares) a lo largo de todo el Reino Unido para invertir en habilidades e infraestructura”.

Entonces, si al PNE le fue tan bien con un programa de expansión fiscal “keynesiano”, ¿no se podría argumentar que los laboristas hubieran obtenido mejores resultados si hubiesen montado una defensa más enérgica de sus propios actos durante su gobierno y un ataque más agresivo a la política de austeridad de Osborne? Esto es lo que líderes del Partido Laborista, como por ejemplo Alistair Darling, Canciller de la Hacienda de Gordon Brown, ahora dicen. Sin embargo, parece que ellos no tuvieron ninguna influencia en los dos arquitectos de la estrategia electoral del Partido Laborista, Ed Miliband y Ed Balls, ambos de ellos ahora retirados de la política de primera línea.

En lo que los conservadores sí tuvieron éxito, y lo hicieron de manera brillante, fue en cuanto a convencer a los ingleses de que ellos únicamente estaban “limpiando el desastre de los laboristas”, y que, si no se hubiese aplicado la austeridad, Gran Bretaña hubiera “seguido el camino de Grecia” – esta es exactamente la opinión de Ferguson.

Uno podría llegar a la conclusión de que todo esto es ya parte de la historia: los votantes han dado su veredicto. Sin embargo, sería un error aceptar la narrativa conservadora como la última palabra. Se trata básicamente de propaganda barata, con poco sustento teórico y efectos destructivos prácticos.

Esto podría no importar tanto si hubiera habido un cambio de gobierno. Pero Osborne está de vuelta como Canciller, prometiendo recortes aún más duros en el transcurso de los próximos cinco años. Y, gracias a Alemania, la austeridad fiscal sigue siendo la doctrina reinante en la eurozona. Así que el daño va a continuar. En ausencia de una contra-narrativa convincente, podemos estar condenados a averiguar cuál es el nivel de dolor que las víctimas pueden llegar a soportar.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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