Que gane el mejor

Que gane el mejor. Con estas palabras, pronunciadas poco antes del éxito de España en la final de la Eurocopa, rectificaba de alguna manera el presidente del PNV su anterior deseo de que la selección española fuera derrotada por Rusia en las semifinales del torneo. Este cambio de actitud, todo lo matizado que se quiera, es significativo, pues forma parte de la difícil relación que el nacionalismo vasco ha mantenido a lo largo de su historia con la selección española de fútbol y con el deporte en general. Así, si el nacionalismo radical no ha tenido ningún reparo en rechazar de plano cualquier identificación con el deporte español, la relación del nacionalismo moderado o democrático no ha tenido más remedio que ser mucho más ambigua.

En efecto, el deporte ha jugado y juega todavía hoy un papel destacado en las identidades nacionales. En Irlanda, por ejemplo, la 'Gaelic Athletic Association', fundada en 1884, fue uno de los instrumentos más importantes del nacionalismo irlandés, hasta el punto de que algunos unionistas llegaron a calificarla más tarde como el «ala deportiva del IRA». En Irlanda del Norte la complejidad de la organización deportiva y la existencia de selecciones norirlandesas en algunos deportes han llevado consigo una gran ambigüedad en su representación internacional. De hecho, los deportistas pueden representar a Irlanda del Norte, al Reino Unido o a la República de Irlanda, o incluso algunos pueden haber jugado en dos selecciones distintas.

El caso vasco es menos enrevesado que el norirlandés pero, también en el terreno deportivo, Irlanda ha sido el espejo en el que durante buena parte de su historia se ha mirado el nacionalismo vasco. Ya en 1934 la prensa del PNV hablaba del deporte como de un medio para la expansión del sentimiento nacional, pues podía ser «una característica que de forma tan concluyente aumente a nuestro favor, respecto de España, el 'hecho diferencial' (...). ¡Qué ejemplo nos dio Irlanda al constituir su Federación de deportes netamente irlandeses, frente a la que Inglaterra allí tenía como embajada de su dominación».

La reivindicación de selecciones nacionales propias ha sido una aspiración constante del nacionalismo vasco, aunque los primeros partidos jugados por un combinado vasco de fútbol, desde 1915, carecieron de una explícita reivindicación nacional. Sólo en 1937, en plena Guerra Civil, el Gobierno vasco creó el equipo Euzkadi, que llevó a cabo una importantísima labor de propaganda en Europa y América, estrechamente ligada a la causa nacionalista vasca. Tras la muerte de Franco, el primer partido amistoso de la selección vasca de fútbol se celebró en 1979, precisamente contra Irlanda. A partir de esa fecha, los sucesivos partidos de la selección de Euskadi han ido unidos a la reivindicación de su carácter oficial, lo que en este caso significaría obligar a los jugadores vascos a optar entre la nueva selección y la española.

Sin embargo, en la práctica un gran número de futbolistas vascos, algunos de ellos nacionalistas, han seguido participando sin ningún problema en la selección española. Incluso el mito de la 'furia española', gestado en la victoria de la selección de España contra Suecia en las Olimpiadas de Amberes de 1920, tuvo su origen en un gol del nacionalista vasco José María Belausteguigoitia (Belauste). De esta forma, la mítica 'furia', utilizada como lema para construir una identidad nacional española durante la monarquía de Alfonso XIII, la II República y el franquismo, y recuperada tras el reciente triunfo en la Eurocopa, tiene mucho que ver con un estilo de juego que se identificaba en aquella época con el fútbol vasco. El propio presidente de la República española en el exilio, Diego Martínez Barrio, utilizó en 1949 este símil en una carta al nacionalista vasco Manuel Irujo, publicada recientemente por Ludger Mees, en la que concluía que «la furia española no es otra cosa que la furia vasca elevada al cubo».

De hecho, entre 1934 y 1936 el seleccionador español de fútbol fue el médico y entrenador vitoriano Amadeo García de Salazar, miembro del Consejo Nacional de ANV, el pequeño partido nacionalista de centro-izquierda fundado en 1930. Entre los jugadores de la selección española de esos años había también varios vascos de ideología nacionalista, tal y como se demostró por su actuación posterior en la Guerra Civil. Así, hablando de los componentes del equipo nacional español en junio de 1932, el diario deportivo de Bilbao 'Excelsius', ligado el PNV, destacaba que «en casi todos ellos fructifica la semilla vasca». De esta forma trataba de unir la identidad nacional vasca, defendida por 'Excelsius', con la realidad fáctica de las selecciones nacionales que, salvo algunas excepciones como la británica, son en realidad equipos de los Estados establecidos.

Esta ambigua relación entre el deseo de una selección vasca de fútbol y la realidad de una selección española ha continuado hasta nuestros días. Por ejemplo, siguiendo la estela de García de Salazar, el seleccionador español de los años noventa, Javier Clemente, nunca ocultó sus simpatías por el PNV. Siempre podrá alegarse que también Rusia tiene un entrenador holandés, pero la cuestión no es exactamente la misma, puesto que la posible confusión identitaria entre España y el País Vasco no existe entre Rusia y Holanda. Por ejemplo, los partidos nacionalistas, que no pusieron ninguna pega para la llegada del Tour de Francia a San Sebastián en 1992, rechazaron explícitamente en el Parlamento vasco en 2006 que la Vuelta Ciclista a España regresara a Euskadi. Sin embargo, posiblemente muchos de sus simpatizantes no tendrían inconveniente en volver a ver una nueva 'etapa reina' de la Vuelta en el País Vasco, como las que hasta los años setenta ascendían a Orduña, Urkiola o Herrera, de la misma forma que muchos aficionados españoles aplauden sin reparo alguno en las carreteras a los ciclistas del Euskaltel Euskadi, con independencia del especial rasgo identitario de este equipo.

Todo ello indica que la relación entre deporte, política e identidad nacional en el País Vasco es mucho más compleja de lo que a primera vista puede parecer. Así, aunque carecemos de estudios al respecto, algunos indicios, como el propio seguimiento en el País Vasco de los recientes éxitos de la selección española en la Eurocopa, reflejan que tal vez esas claras líneas de separación de identidades, tantas veces manejadas por los políticos, sean en la práctica más permeables de lo que pensamos.

Santiago de Pablo, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EHU.