Se es hombre o mujer de arriba a abajo

El título que ustedes acaban de leer se ha extraído del ensayo de Julián Marías La mujer en el siglo XX (1982). Ninguna feminista debería sorprenderse, ni escandalizarse, por la cita de un filósofo que siempre se quejó de que «la historia se ha escrito como si no hubiera más que hombres» al tiempo que defendía que la mujer no es «un apéndice inerte e inoperante» y reivindicaba «la fecundación [la fusión de lo masculino y lo femenino] de todas las disciplinas de nuestro mundo intelectual». Sin embargo, el feminismo y el transfeminismo, influenciados ambos por las lecturas de Kate Millett o Shulamith Firestone, sí suelen incomodarse o irritarse ante una filosofía, o antropología filosófica, como la de nuestro pensador.

Hay algo en la filosofía de Julián Marías que acalora especialmente a un transfeminismo que enarbola, de forma exaltada, la bandera de la denominada ideología de género o autodeterminación de género. Al transfeminismo le enoja que Julián Marías afirme –después de razonar largamente– que «ser hombre y ser mujer, los dos siendo humanos son distintos, se trata de una masculinidad y una feminidad que tienen en común ser personas, que se necesitan la una a la otra para existir, pero que son radicalmente distintas» (Antropología metafísica, 1970). Sigue el enojo: la mujer «ha inventado algunas maneras de vivir que llevaban hacia la progresiva hominización del hombre» como el «estar en casa», o «podemos definir a la mujer como la persona que tiene una vida femenina», o «la condición sexuada acompaña a lo humano íntegra e inexorablemente», o «se es varón para la mujer y se es mujer para el varón», o «se es hombre o mujer de arriba a abajo, íntegramente», porque «no hay nada en lo humano que sea simplemente humano, indiferenciado, neutro. La neutralización es una forma de abandono, de degradación». Colofón: «Cuando [la mujer] olvida los [rasgos] de la [condición] femenina, se despersonaliza» (La mujer en el siglo XX, 1982).

Frente a ello, el transfeminismo exige que «se reconozca legalmente la identidad de género que una persona manifieste libremente, sin que deba someterse forzosamente a ninguna corroboración externa, sea médica (como intervenciones o diagnósticos) o de otro tipo (como la intervención de testigos)… [de esta manera] la ley estatal lo extendería al Registro Civil garantizando así el pleno reconocimiento de la identidad de las personas trans» (Francisco Peña Díaz, Por qué la autodeterminación de género es una cuestión de derechos humanos, 2021).

Para el transfeminismo solo existe la identidad de género –el género no coincidiría con el sexo– que cada cual elige –la autodeterminación de género, afirman– a la carta: ser varón o ser mujer. Cierto es que hay varones y mujeres que padecen la llamada disforia de género. Cierto es también que quienes padecen la disforia tienen derecho a buscar una salida que les permita vivir dignamente. Pero, también es cierto que el cambio de sexo no puede hacerse a la irresponsable manera de un transfeminismo que ideologiza la cuestión, que convierte lo trans en una suerte de moda o tendencia que seguir, que elabora –quiérase o no– un proyecto de ingeniería social deliberado, que diluye la pareja varón/mujer como si lo masculino y lo femenino no fueran otra cosa que una construcción cultural de obediencia patriarcal, que niega la condición de mujer y de hombre al no reconocer la existencia de ambos sexos. Al respecto, en su Diccionario de identidad de género (2020), la psicóloga Eli Soler recapitula y define las distintas identidades de género que existirían: agénero, bigénero, cisgénero, género fluido, intergénero, intersexual, no binario, pangénero, transgénero, transexual, trigénero y persona de sexo no ajustado o non conformig o genderqueer.

Por todo eso, el feminismo tradicional, incluso el feminismo denominado progresista, descalifica y ridiculiza al transfeminismo. ¿Cómo reivindicar los derechos de una mujer que –según el corpus ideológico transfeminista– no existe? Al respecto, la antropología de Julián Marías –recuerden: «Se es hombre o mujer de arriba abajo, íntegramente»–, además de una bocanada de aire fresco, actúa como disolvente de una ideología profundamente antifeminista.

El transfeminismo español ha conseguido que el Congreso de los Diputados apruebe la 'Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI'. En síntesis: se puede solicitar por sí mismo ante el Registro Civil –a partir de los catorce años– la rectificación de la mención relativa al sexo, no es necesario ningún informe médico o psicológico para ello, se puede revertir la rectificación registral relativa al sexo cuantas veces se quiera. ¿El sexo como un apetito, o un afán, o un antojo, o un desiderátum? Esto es, se rechazan los informes médicos y forenses pertinentes en cada caso en favor de una política imprudente de consecuencias imprevisibles –médicas, biológicas, psicológicas, sociales o culturales– para el/la demandante. Así se impone un modelo social. ¿Acaso la condición de mujer es una decisión o una concesión administrativa? ¿Acaso la condición de mujer es un sentimiento? ¿Acaso la condición de mujer –o de hombre– se puede construir o deconstruir a la voluntad o a la carta por la vía de la genitalidad disidente o la sexualidad neutra?

Por lo demás, fuera deseable que el transfeminismo –obsesionado como está en firmar la defunción de la mujer como realidad biológica: según parece, la biología es una ideología conservadora o reaccionaria por culpa de los cromosomas, las hormonas, las gónadas, las glándulas o la anatomía– se preocupara de los riesgos, especialmente en los menores de edad, que comporta la ideología trans?

Si el feminismo tradicional y el progresista –desde la primera ola feminista impulsada por Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft y su Vindicación de los derechos de la mujer de 1792– han tratado, grosso modo, el asunto del sexo como una cuestión de origen y poder, el transfeminismo da un paso –no hacia adelante sino hacia atrás– que pone en cuestión la propia condición femenina. Así las cosas, habría que restituir la realidad de lo femenino con su energía procreadora y sus patrones/valores particulares de conducta. A ver, ¿por qué no reivindicar la dignidad de lo femenino como un activo del feminismo?

Miguel Porta Perales es escritor.

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