Victoria Prego: una crónica ejemplar de la Transición

"En las páginas de mis libretas quedaron centenares de observaciones, matices y aspectos inéditos que no tenían cabida en un documental de televisión, pero sí encuentran buen acomodo entre las páginas de un libro". Con estas palabras se dirigía Victoria Prego a sus lectores en las páginas introductorias de Así se hizo la Transición, libro publicado en 1996 por la editorial Plaza y Janés, una crónica de casi 700 páginas donde la autora despliega sus excelentes dotes narrativas para contarnos el paso de la dictadura a la democracia. El relato es trepidante y, en ocasiones, parece un thriller político digno de un serial televisivo. Pero en sus páginas no hay ficción, sino pulcro ajuste a los hechos, expuestos con tanta elegancia como rigor, pues la característica fundamental de las piezas que nos ha dejado Prego es la seriedad con la que siempre encaró su trabajo.

Victoria Prego: una crónica ejemplar de la Transición
Raúl Arias

Aquel libro fue compuesto a partir de todo el material que la autora recabó durante un trabajo de cinco años, de 1987 a 1991, en el que preparó la serie documental titulada La Transición, emitida por Televisión Española entre julio y octubre de 1995. Cualquier persona interesada en este reciente periodo de nuestra historia, y cualquier investigador que visite esas procelosas aguas, dispone, en esta obra, de un vasto archivo de imágenes que ilustran aquellos años, aderezado con testimonios de sus principales protagonistas.

Victoria se entrevistó, en más de una ocasión, con muchas personalidades que tuvieron un papel crucial en aquel cambio de régimen. Habló con la oposición que acabó aceptando la "ruptura pactada" (Carrillo, González), pero también recogió la percepción de quienes se oponían a cualquier cambio (Girón de Velasco). Y, por supuesto, escuchó las opiniones de algunos ministros de aquel "Gobierno de penenes" (Martín Villa) que trabajaron por el desmantelamiento de la dictadura desde dentro, impulsando la reforma política que ideó Torcuato, apoyó el monarca y dirigió Suárez. Fue tanta la documentación recopilada, tan jugosas y extensas las evidencias recogidas por Victoria, que este libro se ha convertido en un importante archivo de la Transición, una suerte de caja negra que guarda interesantes opiniones de quienes vivieron aquél proceso siendo parte activa de él, decidiendo en momentos claves del mismo y, por tanto, incidiendo directamente en su evolución. Y, además, ha de tenerse en cuenta que por la cámara y las páginas de Victoria no sólo pasaron políticos, sino también importantes personajes de la sociedad civil, como José Mario Armero, así como del estamento eclesial (Vicente Enrique y Tarancón) y militar.

Por todo ello, la obra de Victoria es canónica, fundamental para entender la Transición y clave para introducirse en sus entresijos. Divulgativa para quien quiera acercarse a conocer una panorámica del proceso, y sembrada de cargas de profundidad para los investigadores que deseen tirar del hilo y aventurarse en el análisis de los matices de aquel cambio político que permitió superar cuarenta años de dictadura.

Nunca he entendido el desprecio que algunos de mis colegas muestran ante el trabajo de los periodistas cuando éstos describen y analizan nuestro reciente pasado. Pareciera que el ayer es territorio exclusivo de los historiadores y el presente coto privado del periodismo, pero la irreversible flecha del tiempo rompe cualquier barrera y diluye cualquier frontera, eliminando predios acotados. El buen periodista y el buen historiador han de dialogar y colaborar, porque aquel fija las primeras baldosas de ese camino infinito hacia la verdad, mientras éste sigue pavimentando ese sendero con el sosegado trabajo de archivo que el periodista, sujeto al inminente cierre de edición, no puede permitirse.

El periodista riguroso traza las primeras líneas -a veces las líneas maestras- del plano que permite comprender el pasado, y después el historiador va completando el mapa con su investigación, asumiendo que la explicación del ayer nunca se acaba porque siempre habrá un documento, un dato, una tesela no incluida que impide terminar el mosaico; o un detalle, incluso, que, en vez de completarlo, nos ofrece una composición distinta a la que habíamos dibujado hasta ahora.

Victoria fue una buena periodista, una excelente cronista del presente y del pasado. Basó su relato en documentos, aportó pruebas y ofreció los trazos iniciales de una interpretación que ha sido muy útil para los historiadores que, después, hemos estudiado la Transición. Porque la utilidad de una obra no radica sólo en su unánime aceptación, sino en el debate surgido a partir de ella. De ahí que cuando la historiografía de la Transición empezó a destacar, a principios del siglo XXI, el papel que los movimientos sociales jugaron en la crisis del franquismo, o miró hacia la dimensión internacional del proceso, la obra de Prego fue criticada por haber prestado excesiva atención a la ejecutoria de las élites políticas, ignorando "la Transición desde abajo" que la efervescencia estudiantil, obrera y vecinal habrían alimentado. El debate estaba servido, en medio de un contexto político donde la democracia surgida de la Transición era impugnada por el propio gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y sus aliados.

Y sin embargo, si soplamos sobre el túmulo de interpretaciones cruzadas, bajo el montón de arena que forman el ruido y el sectarismo, encontraremos lo auténticamente valioso para el relato del pasado: la prueba, el documento, el testimonio. Eso que sirve para fijar los hechos, esos primeros ladrillos de la verdad, las líneas maestras del edificio. Y, para corroborarlo, otra pieza importante que Victoria Prego nos dejó a lo largo de su labor periodística es la que EL MUNDO publicó el 23 de febrero de 2006, en un dossier de 16 páginas titulado Los papeles secretos del 23-F. En la página 13 de ese dossier, Victoria firmaba una crónica titulada Dos barajas para un golpe, donde relataba las dos versiones -constitucional y anticonstitucional- de la operación Armada en torno a la que giró el 23-F. En esa crónica, la autora publicó la lista del gobierno de concentración que el general Alfonso Armada no pudo someter, como era su intención, a los diputados aquella noche. Y no pudo hacerlo por la negativa de Tejero a dejarlo entrar en el hemiciclo cuando el teniente coronel constató que entre esos nombres había socialistas, comunistas, políticos de UCD y de la antigua Alianza Popular, entre otras personalidades del mundo de la empresa y los medios de comunicación. Ese mismo año de 2006, el periodista Francisco Medina había publicado un libro titulado 23-F. La verdad, donde también ofrecía esa lista. Medina y Prego se habían hecho eco de la hoja de bloc donde la doctora del Congreso de los Diputados en 1981, Carmen Echave, había apuntado los nombres de aquel gobierno de concentración que Armada leyó a Tejero aquella noche. Si conocemos esa lista es porque Francisco y Victoria la publicaron, aquel en su libro, ésta en EL MUNDO, junto con otros documentos inéditos de la intentona golpista. Una tesela importante para componer el mosaico de aquel acontecimiento.

"De aquellos encuentros quedaron anotados en mis cuadernos los análisis y las anécdotas que los protagonistas de la Transición iban incluyendo en sus conversaciones conmigo". Así contaba Victoria su trabajo, sin épica, con la humildad que quien trabaja honestamente: sólo escuchar, apuntar, analizar, interpretar a partir de pruebas. Las claves del periodismo, las bases de la buena investigación histórica. Dos mundos que habrían de dialogar más, porque están emparentados, y que Victoria Prego conjugó en su obra de manera ejemplar.

Alfonso Pinilla García es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura y autor de La Transición en España. España en transición (Alianza) y La legalización del PCE (Alianza).

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