El pasado 10 de septiembre, en el marco de la cumbre del G-20 en Nueva Delhi, la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, anunció la salida de su país de la denominada Ruta de la Seda china (Belt and Road Initiative o BRI, según su nombre oficial en inglés), el programa estrella del presidente Xi Jinping para aumentar su influencia en el mundo. El anterior Gobierno italiano fue el que decidió adherirse a dicha iniciativa, en marzo de 2019, y fue Meloni la que, durante la campaña electoral del verano de 2022, tachó de error esta decisión de sus adversarios políticos.
La verdad es que los datos han facilitado la tarea de Meloni, dado que Italia no ha experimentado ganancias económicas relevantes por su participación en dicha iniciativa de China. De hecho, en comparación con otros países de la Unión Europea, las exportaciones de Italia hacia China han aumentado muy poco (a 18.600 millones de dólares a finales de 2022 en comparación con los 14.500 millones de dólares de 2019), mientras que las importaciones de Italia desde China pasaron de 35.400 a 65.800 millones de dólares en el mismo periodo. Esto hace que el déficit comercial de Italia con China sea más del doble de lo que era hace cuando el Gobierno italiano decidió formar parte de la Ruta de la Seda, justamente con el objetivo prioritario de reequilibrar una relación comercial claramente desequilibrada. Por si esto fuera poco, la inversión directa extranjera de China hacia Italia no aumentó desde la firma del acuerdo sino que se desplomó de los 650 millones de dólares alcanzados en 2019 a apenas 20 millones en 2020.
La pregunta ahora ya no es sobre los beneficios o costes de esta iniciativa para Italia, sino más bien sobre las consecuencias que puede tener para el país transalpino abandonarla. La realidad es que ningún país miembro ha abandonado la Ruta de la Seda, así que no hay precedentes al respecto. Aun así, podemos encontrar experiencias de deterioro de relaciones bilaterales entre China y algunos países occidentales de los que quizás se puedan extraer algunas lecciones. El caso de Lituania es bien conocido, cuando —después de que Vilnius anunciara la apertura de una oficina de representación de Taiwán en su territorio, en noviembre de 2021—experimentó el freno de todas sus exportaciones a China, e incluso de productos alemanes con componentes lituanos. La realidad es que hay dos grandes diferencias entre Lituania e Italia. La primera es que Lituania es mucho más pequeña en tamaño económico que Italia. La segunda es que el motivo de las represalias fue una línea roja mucho más obvia para China, como es la cuestión de Taiwán. Un ejemplo más relevante podría ser el de Australia, donde el entonces primer ministro Scott Morrison respaldó una investigación sobre los orígenes de la covid-19 a mediados de 2020, lo que enfureció a China. Después de esto, Pekín comenzó a imponer elevados aranceles a algunas exportaciones australianas. Al igual que en el caso de Lituania, Australia es otro caso con alto contenido político. La cuestión para Meloni, por lo tanto, es si Pekín otorga una importancia política similar a su decisión de abandonar la Ruta de la Seda.
Es interesante resaltar que las palabras de Meloni durante el anuncio oficial en Delhi fueron bastante complacientes, al subrayar que a pesar de su salida confiaba en un “fortalecimiento” de la cooperación bilateral entre los dos países e incluso una asociación “mutuamente beneficiosa” en el futuro. Pero ni Italia ni China han aclarado qué forma adoptará esa cooperación. Por otro lado, la elección de Meloni de un marco multilateral como la cumbre del G-20 no parece la mejor si el objetivo era que esta decisión pasara desapercibida. De hecho, uno podría pensar que la ausencia del presidente Xi de la cumbre del G-20 algo podría tener que ver con el anuncio italiano. En cualquier caso, está claro que Meloni tiene que equilibrar dos importantes realidades. Por un lado, Italia es miembro fundador de la OTAN y Meloni ha sido una de las voces más críticas con la invasión rusa de Ucrania, que China ha estado apoyando, al menos indirectamente. Por otro lado, el sector empresarial italiano, que apoyó a Meloni en su campaña, depende de China y de su mercado tanto para vender como para adquirir buena parte de sus bienes intermedio s. La esperanza, por tanto, es que Italia pueda salir de esta iniciativa sin represalias al comprometerse a mejorar la cooperación empresarial entre los dos países.
La gestión de Meloni de la salida de la BRI es importante para el resto del mundo. Haber elegido un marco multilateral para el anuncio ha puesto el foco en esta decisión y en sus posibles consecuencias. Habrá que observar atentamente cómo se desarrolla la relación, sea en el ámbito de las posibles represalias como de la posible cooperacion sino-italiana en el futuro. Está claro que otros miembros de la Ruta de la Seda decepcionados con sus beneficios observaran más atentamente el caso italiano.
Alicia García-Herrero es economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis y miembro senior de Bruegel, y Alessia Amighini es codirectora del Centro Asiático e investigadora asociada senior de ISPI.