Tantas devastaciones, ciento veintiuna exactamente

Todo lo que está pasando es tremendo, anonada. Resulta difícil de creer y acaba uno leyendo los periódicos o viendo los telediarios sin poder despegarse las manos de la cabeza.

Excepto los txapotes de Eta y sus cómplices, la mayoría se daba cuenta de que arrebatarle la vida a alguien por lo que pensara o dijera era, es, un crimen. Hoy el país está dividido por la mitad. Y una mitad no sabe o no quiere saber lo que está mal y lo que está bien, no distingue entre la justicia y la injusticia.

Hace años salió el alcalde de un pueblo manchego donde acababan de pegarle fuego a la casa de unos gitanos. «No somos racistas», dijo en defensa de los vecinos, convencido de que un cuarto de hora de racismo no le convierte a nadie en racista. Y robar a pedacitos la libertad, la igualdad entre ciudadanos o la soberanía no es lo mismo que robárselas de golpe, piensa el político descuidero.

Tantas devastaciones, ciento veintiuna exactamente
JAVIER OLIVARES

Los asesinos de Eta y quienes les secundaban eran pocos. Fueron creciendo. Hasta tener hoy a su lado a la mitad de este país, han ido sumando, claro, a los socialistas y a quienes como los nacionalistas y comunistas nunca estuvieron lejos de ellos. No es que Sánchez cuente con el apoyo de Junts, Erc o Bildu para su investidura, sino que Bildu, Erc y Junts cuentan con Sánchez y diez millones de españoles para consumar sus planes, blanquear su pasado e inventarse uno, si hiciera falta (y esto último va también por algunas de las víctimas de la guerra civil y del franquismo, por supuesto).

Dice Feijóo que si Sánchez consuma la amnistía a los delincuentes nacionalistas será fraude electoral, a sus votantes. Es inconstitucional, ¿pero fraude? No sé. Tezanos, cuyos pronósticos causaban risa hace apenas dos meses, acaba de decir que en una repetición de elecciones el Psoe adelantaría al PP en intención de voto. No se sabrá, porque no parece probable que se repitan, pero quien votó el 23-J al Psoe votó frankenstein e indultos. Y de los indultos a la amnistía es tan corta y floreada la senda como la que hay entre dije y digo y digo y diego.

Todo lo que está sucediendo resulta difícil de creer porque es difícil de entender, y para un escritor aún más de contar. ¿Quién nos va a creer? Aunque citemos a otros, a Pedro Cruz, por ejemplo, constitucionalista y presidente que fue del Tribunal Constitucional: «En las presentes circunstancias las actuales Cortes Generales carecen de legitimidad para promulgar la amnistía política. A espaldas del pueblo».

Sus palabras se solaparon con otras de Pedro Sánchez, que presagian la amnistía: «También digo, y lo he comentado siempre, que una crisis política nunca tuvo que derivar en una acción judicial y en una judicialización de toda esta crisis».

Como es natural, la mayor parte de los que las han glosado subrayan la mentira que entrañan: quien mantiene eso defendió el carácter de rebelión de aquella crisis, que rebajó luego a sedición, para suprimir más tarde el propio delito de sedición y corregir el de malversación. Sin embargo, lo importante de esa frase es, a mi modo de ver, el adverbio siempre.

Admitamos que ese hombre no haya mentido y que, cambiando de opinión, piense que lo mejor para España es la amnistía (pese a la evidencia de que ese cambio obedece solo a su interés personal de mantenerse en el poder). Incluso que considere que los golpistas son los demócratas y los demócratas, golpistas por recordar que Puigdemont es un prófugo de la justicia. El problema estriba en no distinguir entre siempre y nunca. Porque nunca, jamás, había dicho Sánchez nada parecido hasta hace dos días; todo lo contrario, pidió judicializar la rebelión y luego la sedición y se comprometió a traer a Puigdemont ante la justicia. Y si Sánchez no distingue entre siempre y nunca quiere decir que no distingue entre pasado y presente; no es ya un problema de memoria, sino lo que podríamos llamar neurológicamente «una devastación», no menos grave que quien en un frenopático se cree Napoleón y vive cada día, siempre, la batalla de Austerlitz en la que nunca jamás estuvo. Sánchez ha acabado creyéndose que es Sánchez.

Tantas devastaciones es el título del primer libro de poemas de José Jiménez Lozano. Lo publicó cuando ya era viejo. Un viejo... Contiene poemas bellísimos, o sea, eternamente jóvenes, pero ese título... Es muy raro en él, un escritor en voz baja que huía de los títulos aparatosos. Huye uno también de las grandes palabras; tienden a erosionarse antes que las pequeñas. Y devastación (y más aún en plural) resulta, no sé, demasiado acentuada. Y sin embargo...ninguna otra expresa mejor lo que está sucediendo.

Que una pasión desmedida (la ambición) haya devorado el cerebro de alguien está a la orden del día. Una devastación más. Pero que haya hoy en el congreso ciento veintiún diputados contagiados de la noche a la mañana con el trastorno del jefe, justifica el decir «tantas devastaciones». Exactamente ciento veintiuna cabezas que han dejado de distinguir entre siempre y nunca, una modorra política que se parece mucho a la cenurosis o modorra ovina, una enfermedad que es mejor no conocer.

Así que, por conservar la cordura, aprovecha uno para releer algunos de esos poemas: «A veces el hombre, / de tan frágil espalda, / puede aguantar el peso / de unas felices horas, / sin embargo, no largas». Un hombre que confía en que las horas sombrías sean aún más breves, secreto este de la dicha.

Andrés Trapiello, escritor.

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