Si no lo veo no lo creo, y si lo veo, tampoco

Lo que está sucediendo resulta difícil de creer. Más inquietante y grave que el 23-F. Entonces lo sucedido sucedió en horas, se atajó y sirvió para unir a la ciudadanía. La amnistía da comienzo a algo impredecible e incierto. Sabíamos que la metástasis nacionalista avanzaba lenta pero inexorable desde hace diez años, pero nadie podía imaginar que las cosas sucederían así. Y en esto estamos: una sociedad más dividida y desigual que nunca. Unos, la mayoría, atónitos y deprimidos, sin acabar de creernos que nos estén tomando no ya por tontos, sino por ciegos. Otros, los linces, confiados en que se olviden pronto su cinismo, sus fechorías y mentiras, y otros pocos, en fin, exultantes: volverán a delinquir impunemente (de los tontilistos, los que van a remolque de los listos defendiendo lo que estos defienden sin ni siquiera entenderlo, mejor nos ocupamos otro día).

Cuando Sánchez otorgó los indultos a los golpistas catalanes, suprimió el delito de sedición y redujo las penas por malversación, ya había prometido traer preso a Puigdemont; también había asegurado que lo de 2017 no fue sedición sino rebelión, y era presidente del Gobierno gracias a una instrucción mendaz y una moción de censura aberrante. Justificó sus cambios de parecer en el bien general y en la convivencia en Cataluña.

Si no lo veo no lo creo, y si lo veo, tampoco
Javier Olivares

Cuando le preguntaban hace apenas unas semanas por la amnistía, su argumentario, como es sabido, era este: no cabía en la Constitución y gracias a los indultos y a su «política de progreso», la convivencia en Cataluña estaba garantizada para muchos años.

La necesidad apremiante del apoyo independentista para seguir siendo presidente cambió las cosas en un par de horas, las del recuento de votos el 23-J: la convivencia en Cataluña pareció entonces haberse agravado de la noche a la mañana, y no era verdad que la amnistía fuese inconstitucional; de hecho, se nos dice hoy mismo, «en el preámbulo de la ley de amnistía habrá múltiples referencias a la Constitución». Tanto, que lo extraño ahora es cómo, siendo tan constitucionalísima, no se había concedido ya hace seis años. Comprensible, pues, el enfado del prófugo Puigdemont: pensará que el Estado español es poco serio habiéndole hecho perder seis años en Waterloo, y si ahora exigiera una reparación millonaria, estaría en su derecho, como Pujol en esperar ser rehabilitado, ya que todo lo que robó, lo robó en nombre de Cataluña, por lo mismo que a Sánchez nadie podrá nunca exigirle responsabilidades políticas de cuanto ha hecho (y deshecho), pues todo lo que mintió, lo mintió (y deshizo) en nombre de España.

Esta amnistía permitirá a Bildu también, de aquí a unos meses, exigir otra para sus presos (¿a nadie ha extrañado el sigilo y secretismo de su negociación con Sánchez y la celeridad en cerrarla?). Si se amnistían los delitos de terrorismo en Cataluña, no deja de ser un agravio comparativo, pensarán Bildu y Sumar, no amnistiar a los etarras, toda vez que en el Congreso un txapote y un puigdemont, como unidad de medida, valen lo mismo si se precisan para seguir siendo presidente de Gobierno. Suerte que hoy por hoy Sánchez no necesita los votos de Hamas: les «devolvería» Córdoba y Granada, «impasible el ademán».

Sánchez ha importado el siniestro pacto de Tinell (un Frente Popular.2), cuyo único propósito era acabar con la alternancia en el poder, fundamento de toda democracia: antes gobernar con o gracias a terroristas, comunistas, delincuentes y nacionalistas de tota mena, que pactar con nadie de la derecha o del centroderecha. Ese quiebro kafkiano o surrealista de jurar defender la Constitución como presidente de un Gobierno compartido y sostenido por quienes han jurado acabar con ella.

¿Y siempre será así? Desde luego. Lo que el Estado de Derecho dé de sí, hasta su liquidación. A menos que...

Habrá dos oposiciones. De una, la de los «disidentes» socialistas, mejor olvidarse, como de los tontilistos. «No es lo mismo», ha dicho Page, «acatar que comulgar». Lo tendremos en cuenta. Hacia el precipicio al grito de «¡Acato pero no comulgo!». González, Guerra... si no van a poder o querer hacer otra cosa que el gimoteo, igual mejor quedarse en casa. Lo mismo hay más grandeza en una reclusión montaignesca que en ese plañir por las calles de España detrás del féretro del Psoe.

Y la otra. La oposición que le va a tocar hacer al centroderecha y a la derecha. Esa no es fácil. Hasta que el Pp no normalice su relación con Vox no ganará unas elecciones. Hasta que Feijóo no explique a los españoles por qué es preferible y deseable entenderse con Abascal a que gobierne Sánchez con terroristas y prófugos, no lo desalojará del poder. Hasta que los españoles no admitan que la sangre de Otegui por mucho que la laven no se quita, y que Abascal tiene las manos limpias y ha sido menos pernicioso para las víctimas del machismo que Irene Montero, aunque se esté en las antípodas políticas de él, como lo estamos miles, sufriremos un Gobierno de progresiva desigualdad y divisorio. Hasta que Feijóo no diga claramente en qué no puede pactar con Vox, ya que Sánchez no quiere pactar con él, millones de españoles darán por buenas todas la concesiones de Sánchez a la mugre, por indignas que sean.

Nunca le ha gustado a uno mucho Alberti, cierto, pero siempre le envidié este título: «Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos». Lo que ahora sucede es distinto. Sánchez nos prefiere ciegos a tontos. O mejor aún: tontos y ciegos.

Andrés Trapiello

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