Pandemias y progreso

La humanidad ha sobrevivido a muchas pandemias a lo largo de la historia. En muchos casos, aprendimos lecciones que después nos ayudaron a fomentar el progreso. Por ejemplo, los reinos y estados de Europa central y occidental abolieron la servidumbre cuando resultó claro, después de la devastadora peste, que la dependencia y la servidumbre hacían peligrar el poder de los líderes.

De manera similar, la pandemia de la fiebre española, que mató a más de 50 millones de personas en 1918-19, puso de manifiesto la vulnerabilidad de países enteros ante la ausencia del acceso generalizado a la atención sanitaria básica. Ese episodio alentó a los gobiernos a construir los sistemas de salud pública que tanto mejoraron la vida durante el siglo XX.

Con frecuencia, la humanidad hizo causa común frente a todo tipo de amenazas. Hoy, la pandemia de la COVID-19 y sus muchas ramificaciones amenazan con llevar al límite a nuestras estructuras sociales, políticas y económicas. Si el pasado es un prólogo, nuestra supervivencia y bienestar exigen que cambiemos.

La combinación de enfermedad, recesión y miedo puede abrumar rápidamente a los estados y sociedades. La llegada de cada día traerá desafíos cada vez mayores que solo se pueden superar cuidando a los enfermos, minimizando el impacto de los confinamientos sobre las vidas y sustentos, asegurando la provisión adecuada de agua, alimentos y energía, y acelerando al máximo la búsqueda de una cura para el virus.

En cualquier conflicto asimétrico, el éxito depende de la capacidad de recuperación. Para contener las secuelas económicas y sociopolíticas de la crisis, los responsables de las políticas deben centrarse en preservar la dignidad y el bienestar humanos como cimientos de la seguridad nacional e internacional.

En gran parte del mundo, los miembros más vulnerables de la sociedad son quienes están en el frente de la crisis: no solo los médicos, enfermeros, cuidadores y farmacéuticos, sino también los trabajadores de los servicios sanitarios, los granjeros, los cajeros de supermercado y los conductores de camiones. Todos están mostrando el coraje, sacrificio y dedicación que nos permitirán superar los próximos 12 a 18 meses de confinamientos. Pero, sin apoyo estatal, ¿qué pasará con los cientos de miles de personas que ya han sido despedidas y los millones de personas expuestas a las privaciones que se avecinan con el crecimiento del desempleo?

Con un llamado al distanciamiento social cada vez más fuerte e incesante, debemos recordar nuestras obligaciones humanitarias para con los demás. Después de todo, la seguridad, lejos de ser algo individual, es colectiva y mundial.

De hecho, la lógica de la supervivencia mutua asegurada no deja lugar para zonas grises. Al final, la resolución exitosa de los conflictos siempre encuentra la manera de superar las creencias políticas, las nacionalidades, etnias, géneros y religiones. De igual modo, para vencer a esta pandemia será necesario que nuestro compromiso con la vida sea verdaderamente universal.

El mundo cuenta con agentes que pueden ayudar a gestionar esta y otras crisis, como el Comité internacional de la Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras. Esas y otras organizaciones que gozan de igual confianza deben liderar el desarrollo de una plataforma pública de información sanitaria para que todos entiendan tanto la escala como el desafío de los cambios que debemos hacer para superarlo. Y quienes sostienen que todo esto es un engaño deben ser expuestos como los cínicos insensibles que son.

Por otra parte, quienes más han sido atacados en los últimos años —los inmigrantes y refugiados— deben ser integrados en los esfuerzos de los países para detener la difusión de la COVID-19. La Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia Oriental afirma que 55 millones de personas en la región necesitan algún tipo de asistencia humanitaria, y que las mujeres y niñas desplazadas son particularmente vulnerables en una pandemia. El desafío que enfrenta tanto la salud pública como nuestra humanidad compartida es inmenso.

Afortunadamente, el sistema multilateral, aunque dañado por ataques nacionalistas en los últimos años, aún cuenta con capacidad para enfrentar esta crisis existencial. Y aunque la solidaridad humana inicialmente se vio significativamente debilitada cuando el virus de la COVID-19 se difundió desde China, está siendo reafirmada por la asistencia que los chinos brindan al pueblo y el gobierno italiano en este momento de necesidad.

La crisis actual es también una crisis de la globalización, que aunque ha logrado que cientos de millones de personas salieran de la pobreza en las últimas décadas, también afectó los cimientos de la sostenibilidad. Para lograr una globalización mejor habrá que extender la ética de la solidaridad humana más allá de los límites de nuestra respuesta inmediata al brote de la COVID-19. El verdadero éxito no reside en vencer a un patógeno, sino en redescubrir e institucionalizar, en las semanas y los meses venideros, el verdadero valor de la compasión, el respeto y la generosidad.

HRH Prince El Hassan bin Talal, founder of the Arab Thought Forum and the West Asia-North Africa Institute, is Chairman of the Board of Trustees of the Royal Institute for Inter-Faith Studies. He served his brother, the late King Hussein of Jordan, during peace negotiations with Israel in the 1990s.

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