Un lugar, una imagen: tumba de Napoleón

Tumba de Napoleón
Tumba de Napoleón en los Inválidos (París, Francia). Fotografía de Miguel Moliné

Primera parte: la tumba

Napoleón I murió en el exilio el 5 de mayo de 1821 en la isla de Santa Elena. En 1840, el rey Luis Felipe decidió repatriar el cuerpo del emperador para enterrarlo en París. Tras varias semanas de viaje, el féretro de Napoleón llegó a París para ser enterrado bajo la cúpula de los Inválidos en diciembre de 1840.

Pero retrocedamos un poco en el tiempo.

En 1815, tras ser derrotado por británicos, rusos y prusianos en la batalla de Waterloo (18 de junio de 1815), Napoleón se ve obligado a abdicar y es confinado en Santa Elena, una pequeña isla del Atlántico Sur perteneciente a los británicos. Seis años más tarde, el 5 de mayo de 1821, fallece y es enterrado en dicha isla.

No fue hasta 1840 cuando su cuerpo fue repatriado gracias a las gestiones del rey Luis Felipe I que ve en la renacida popularidad de Napoleón una ocasión para contentar al pueblo. Este episodio, que se conoce como el «Retorno de la cenizas», finaliza con un funeral de Estado el 15 de diciembre de 1840. Napoleón es enterrado inicialmente en la Capilla Saint-Jérôme ya que la tumba aún no había sido terminada.

Aunque se consideraron varios lugares para enterrar a Napoleón, entre ellos el Panteón y el Arco de Triunfo de la Étoil, finalmente se escogió el Hôtel national des Invalides por estar vinculado a la historia militar ya que este conjunto de edificios había sido creado por Luis XIV para albergar a los soldados heridos e inválidos de su ejército.

Como ampliación de dicho conjunto, se construyó una catedral, llamada Saint-Louis des Invalides, para los soldados y los heridos. Adyacente a esta catedral, se reservó una capilla para que la familia real asistiera a misa separada de los soldados. Estos dos espacios están conectados y se puede pasar de uno a otro. La capilla está coronada por una magnífica cúpula, cuya silueta dorada se eleva 107 metros hacia el cielo.

La tumba fue encargada en 1842 por el rey Luis Felipe al arquitecto Louis Visconti (1791-1853). En primer lugar, se excavó una enorme cripta de 6 metros de profundidad. Medía 23 metros de diámetro y no tenía techo: el público debía poder ver la tumba del Emperador sin descender a la cripta.

La tumba mide casi 4 metros de largo y más de 2 metros de ancho. Es de cuarcita roja y descansa sobre una base de granito verde. En el suelo, los nombres de las batallas victoriosas de Napoleón están inscritos en un mosaico. La tumba contiene cinco ataúdes: el primero de hojalata, el segundo de caoba, los dos siguientes de plomo y el quinto de ébano. En este último está grabado el nombre de Napoleón. Doce estatuas femeninas de mármol blanco, llamadas Victorias, vigilan la tumba. Y una galería circular está decorada con diez bajorrelieves de mármol, que celebran el reinado de Napoleón y las acciones civiles del Emperador.

Estos trabajos duraron varios años. El cuerpo del emperador no fue depositado en su tumba hasta el 2 de abril de 1861, durante el Segundo Imperio, cuando su sobrino, el emperador Napoleón III, subió al poder. Otros miembros de la familia imperial recibieron sepultura en la capilla de los Inválidos: el hermano menor Jerónimo (1784-1860), en junio de 1862, y el mayor José (1768-1844), en marzo de 1864. En diciembre de 1940, el hijo de Napoleón, fallecido en Viena (Austria) en 1832, fue enterrado en la cripta.

Segunda parte: la película

La carrera como director de Ridley Scott está plagada de éxitos, pero su último trabajo —Napoleón— no es merecedor de obtener distinción alguna salvo, tal vez, por la soberbia interpretación de Vanessa Kirby en el papel de Josefina.

Reducir Napoleón a un hombre tosco y zafio, atrapado en las redes amorosas de Josefina y al mismo tiempo omitir la enorme influencia de sus obras en el resto de Europa es un error tan obvio que dudo mucho que Scott lo haya cometido de forma premeditada. Como buen británico, ha plasmado su inquina por lo continental en general y por lo francés en particular aunque, eso sí, con gran esplendor visual. Napoleón no solo exportó prácticamente a toda Europa los valores de la Revolución Francesa (aboliendo asimismo los restos del feudalismo) sino que sus reformas en materia legal (Les cinq codes), educativa, nuevos estándares (sistema métrico), etc. fueron implantadas y en muchos casos tuvieron continuidad incluso después de su caída.

Napoleón se merece algo más que una película de aventuras con batallas espectaculares.

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