Retrato de Joaquina Candado Ricarte
Hacia 1803
Oleo sobre lienzo
169 x 118 cm
Valencia, Museo de Bellas Artes
Esta atractiva dama debe ser identificada definitivamente con la zaragozana Joaquina Candado, hija del militar Joaquín Candao (sic), afincado en la parroquia de San Felipe, en la calle de los Gigantes (por los de la Audiencia, noble edificio vecino, en aquella época sede de la Capitanía General de Aragón), céntrica vía, bocacalle del Coso, la gran arteria de la Zaragoza del Setecientos. Muerto D. Joaquín el 28 de agosto de 1787 (tomo 72 de Difuntos de la parroquia de San Felipe de Zaragoza), la viuda, Josefa Ricarte, de probable ascendencia levantina, bien pudo emigrar con su hija a Valencia, ciudad donde reaparece este hermoso lienzo, donado por la Candado en 1819 a la Academia de San Carlos. Este gesto habla por sí mismo de la alta estima que tuvieron por el cuadro tanto su propietaria como la institución recipiendaria, máxime teniendo en cuenta que Goya todavía vivía.
El retrato, de cuerpo entero, muestra a su modelo ricamente ataviada, lo que denota su desahogada posición social. Viste un traje negro de gasa a la moda Imperio (la misma del peinado) y va tocada con una vaporosa mantilla negra (verdadero contraste "decoroso" con la moda francesa y un tributo a la moda española: compárese con la reina María Luisa con mantilla, 1799, del Palacio Real). Lleva manos y antebrazos enfundados en unos largos guantes de fina gamuza, en cuya izquierda empuña un pequeño abanico -quizá de marfil-, probablemente de "pie corto" o "inglés", objeto suntuario muy apreciado, y va calzada con zapatos de punta en seda; para postre, un simpático perrito faldero que impone un signo aristocrático (motivo corriente en la época, recogido por Goya, por ejemplo, en el bello retrato de la duquesa de Alba) y, como la dueña, mira fijamente al espectador.
Es innegable la intención de representar la condición social burguesa de la retratada y más si se compara con otros lienzos de parecida composición formal que ayudan a su datación, como el Retrato de la condesa de Fernán Núñez (GW 809), firmado y fechado en 1803. Joaquina Candado aparece en un espacio abierto, campestre, y sentada sobre un gran tronco de árbol, detrás del cual asoman diversas ramas verdes a la par que se divisa en un horizonte muy bajo una línea de frondosa vegetación. Se trata de una naturaleza domeñada, casi simbólica, en parte ajena a la contemplación placentera que de la naturaleza tuvieron los ilustrados, y que trasciende con significados nuevos una mera puesta en escena pintoresca, en cierta medida deudora de Gainsborough.
Ricardo Centellas.