Retrato de los duques de Osuna y sus hijos

Goya. Retrato de los duques de Osuna y sus hijos. Hacia 1788

Retrato de los duques de Osuna y sus hijos
Hacia 1788
Oleo sobre lienzo
225 x 171 cm
Museo del Prado, Madrid

Cuando la familia Osuna se arruinó definitivamente y hubo que realizar la subasta de sus bienes en 1896, el presente lienzo, en poder de los descendientes de los retratados fue puesto en venta. Antes de que la subasta tuviera lugar, fue retirado por los organizadores y ofrecido el Ministerio de Fomento, que lo aceptó en 1897, destinándolo al Museo del Prado.

Goya muestra aquí un agradable grupo familiar, fechable en 1788, en el que estudia los caracteres personales de los padres y no desdeña a los niños en absoluto, cuyas expresiones infantiles capta con el acierto y gracia adecuados a su edad, revelándose con esta obra como uno de los mejores intérpretes del género, tal y como se ve a lo largo de toda su ejecutoria. La composición piramidal integra a las figuras en un agrupamiento coherente y centra la atención sobre ellas, al prescindir de los objetos propios de una estancia, y recortar a los personajes sobre un fondo neutro. Los ojos se destacan fuertemente sobre rostros de rasgos ligeramente abocetados. Goya, que fue protegido por las familias Osuna y Alba, trata aquí a sus protectores con simpatía y familiaridad, sin excluir la penetración que se advierte en el rostro de la duquesa, culta y atractiva, inteligente y refinada, aunque no hermosa. La gama del color que se despliega en todo el lienzo es de sutil delicadeza, resaltando la paleta fría con dominante de grises plateados.

Los protagonistas son Pedro Téllez de Girón, noveno duque de Osuna, nacido en 1755, y Josefa Alonso Pimentel, condesa-duquesa de Benavente, tres años mayor que él. Contrajeron matrimonio en 1774, del que nacieron varios hijos, de los cuales sólo sobrevivieron los cuatro que aparecen aquí retratados: a la derecha, Francisco de Borja que sucedería a su padre en el título; sentado, Pedro de Alcántara, príncipe de Anglona, que sería el segundo director del Museo del Prado; junto a su madre, Joaquina, futura marquesa de Santa Cruz, y la primogénita, Josefa Manuela, que da la mano a su padre y llegaría a ser duquesa del Infantado.

Cuando en 1788 le encargaron este retrato familiar, el pintor hacía tres años que mantenía un estrecho contacto con los Osuna, para los que ya había trabajado llevando a cabo diversas obras. Los primeros encargos documentados de los duques a Goya datan de 1785, y son dos espléndidos retratos de la condesa-duquesa y de su esposo. Posteriormente, entre 1786-1787, pintó una serie de siete piezas de género con bellísimos paisajes para la casa de la Alameda en paralelo estético y formal a los más refinados cartones de tapicería. Del mismo año que este retrato son dos pinturas religiosas sobre la vida de San Francisco de Borja, antepasado de los duques, para la catedral de Valencia. Además, los duques de Osuna también encargaron a Goya retratos de diferentes personajes para formar parte de su amplia colección, como los de los reyes Carlos IV y María Luisa, pintados con motivo de su acceso al trono y el del general Urrutia. Amantes de las novedades, supieron apreciar obras tan poco convencionales como las seis pequeñas escenas de brujas de 1797-1798 que la duquesa colgó en su gabinete, y no fueron insensibles al ingenio que encerraban Los caprichos, de los que compraron varios ejemplares. La relación de los Osuna con el artista se prolongó hasta el siglo XIX, puesto que dos de los niños que aquí se contemplan fueron retratados en su etapa adulta: de 1805 data el retrato de Joaquina, marquesa de Santa Cruz, y de 1816 los de sus hermanos, el décimo duque de Osuna y la duquesa de Abrantes, esta última nacida poco después de realizar el presente lienzo. Este es uno de los retratos de grupo donde Goya emplea una composición más sencilla. Anteriormente se había enfrentado a este mismo tema en La familia del infante don Luis, una composición historiada donde los personajes aparecen, incluido el mismo Goya, ocupados en alguna tarea. Sin embargo, aquí ha prescindido de cualquier representación del espacio, que ha sustituido por un fondo neutro en el que la luz va creando las distintas tonalidades. Los personajes, excepto el duque, se enmarcan en una línea de sombra, y detrás de ellos cae la luz formando una diagonal y dejando un espacio más iluminado donde se recorta la figura del duque. Sánchez Cantón observó que por primera vez se manifiesta la influencia del arte inglés en una composición de Goya, concretamente la del retrato de la familia de James Baillie, de Gainsborough.

Juan J. Luna.