Este importante retrato de fines del siglo XVIII y ejemplo de una manera de elegancia aristocrática superior, reflejo de las minorías cultas de la Ilustración, pasó a la familia de los marqueses de Villafranca al fallecer el retratado sin hijos. Fue legado al Prado por Alonso Alvarez de Toledo, XXI Conde de Niebla y XV Marqués de los Vélez, aun cuando su viuda lo mantuvo en usufructo hasta su muerte en 1926. Fue entonces cuando ingresó en el Museo y no se citó en un catálogo hasta la edición de 1933.
Representa a José Álvarez de Toledo y Gonzaga, hijo primogénito de los marqueses de Villafranca, cuyo título ostentó; no obstante, es más conocido como duque de Alba por su matrimonio con María Pilar Teresa Cayetana de Silva, XIII duquesa de Alba de Tormes, con la que había contraído matrimonio a los diecinueve años de edad, contando ella únicamente trece.
El enlace nació de un arreglo entre ambas familias a fin de que la Casa de Alba recuperase el apellido tradicional originario de la misma, puesto que el efigiado era descendiente directo del II duque de Alba y a la vez los Villafranca emparentaban con uno de los linajes más acaudalados de España.
La efigie, apacible, de severo porte sin ser austera, y casi cotidiana, revela las simpatías del pintor hacia el modelo; la mancha clara detrás de la figura es un recurso habitual del autor, así como el juego de contrastes lumínicos. El atuendo es característico de la época aunque se capte algo de sobriedad propia de quien ha viajado por otras tierras que le han marcado una impronta distinta del medio hispano, más decorativo y colorista, de la época.
La relación de Goya con la Casa de Alba se consolidó fuertemente después de su enfermedad en 1793 y cabe considerar la posibilidad de que esa vinculación llegase por causa del parentesco entre el duque y el conde de Altamira, a quien el maestro aragonés había retratado para el Banco de San Carlos y poco después a toda su familia, a título privado. Otro ambiente que les pudo acercar fue la Real Academia de San Fernando de la que el protagonista de este lienzo era consiliario.
Aunque el retrato no está fechado se supone que es pareja del de la duquesa, con su perrito a los pies, que hoy se guarda en el madrileño Palacio de Liria, lo cual sitúa al lienzo en una fase de ejecución anterior en un año a la muerte del modelo. Éste, que había vivido varios años desde 1791 en Inglaterra, desearía una imagen conforme a sus gustos internacionales, lo que unido al conocimiento que Goya tenía del arte británico, a través de los grabados que llegaban a la Península y tal vez a los cuadros de esa escuela vistos en Cádiz, dio lugar al aire un tanto de "dandy" cultivado, que la fórmula escogida dimana.
En esta obra se advierten las inclinaciones del duque hacia las artes que el gesto y los elementos -partitura de Haydn, violín, piano- desvelan, tan opuestas a los gustos populares de su esposa. Era de carácter serio, incluso algo melancólico, y aire refinado y exquisito. Se interesó por la música de cámara, gusto que compartía con el infante don Gabriel de Barbón, hijo de Carlos III. Según se sabe por testimonios de su tiempo fue un hombre consecuente, muy religioso, que incluso vivía algo retraído.
Juan J. Luna.